L' aniversari de "La naranja mecánica".
Con frecuencia la conmemoración del aniversario de una importante obra
literaria nos permite, además de reconsiderarla con la perspectiva que otorga el
tiempo, escrutar el momento en que apareció y sobre el que, con independencia de
la voluntad de su autor, formulaba su particular comentario.
La naranja mecánica (1962), de Anthony Burgess (1917-1993), cumple
cincuenta años con un significativo programa de conmemoraciones que afectan
sobre todo al mundo académico y editorial anglosajón. La novela que más ha
contribuido a la fama póstuma de Burgess -quien, sin embargo, se refirió a ella
con irritado desdén como "un jeu d'esprit resuelto por dinero en tres
semanas"- está considerada una de las grandes distopías de la literatura
contemporánea, no muy por debajo en el palmarés de Un mundo feliz
(Huxley, 1932) o 1984 (Orwell, 1949). No hay ninguna duda de que a su
firme asentamiento en el imaginario de un par de generaciones ha contribuido
poderosamente la más oscura y pesimista adaptación cinematográfica que de ella
realizó Stanley Kubrick (1971), y que, al igual que ocurría en las primeras
ediciones norteamericanas del libro, prescindía del "tranquilizador" capítulo
final.
La naranja mecánica cuenta una historia ambientada en un próximo
futuro y en una sociedad caracterizada por la amalgama de rasgos totalitarios y
ultraliberales, trasunto del mundo bipolar en que fue imaginada. Su
protagonista, Alex (cuya apariencia será para siempre la del estupendo Malcolm
McDowell, que lo encarnaba en la película), líder de un cuarteto de delincuentes
juveniles, disfruta tanto con la violencia arbitraria como con la excelsa música
de la novena sinfonía de "Ludwig van", que en su mente forman una especie de
continuo indisoluble. Sus ordalías "ultraviolentas" (asaltos, violaciones,
asesinato) lo llevan a la cárcel y, más tarde, a someterse a una terapia de
aversión (a la violencia y el sexo) que le convierte en la sombra de lo que fue,
en un tipo inerme y desprovisto de la capacidad de libre albedrío, pero, eso sí,
"bueno". Luego, y al socaire de las intrigas políticas, padece un tratamiento
inverso de "descondicionamiento", recobrando su yo agresivo y su gusto por
Beethoven. En el último (y controvertido) capítulo, Alex madura, pierde su
apetito por la violencia y parece acariciar un aburrido futuro como trabajador y
padre de familia. Fin de la historia.
Aquella fábula distópica (y, sobre todo, su versión cinematográfica) acerca
del libre albedrío y la elección moral, escandalizó a una sociedad que se
debatía entre el temor generalizado a la violencia de las subculturas juveniles
de los primeros sesenta (recuerden West Side Story o a los teddy
boys británicos) y el miedo a una generalización totalitaria de los métodos
de "ingeniería de la conducta" que ciertos psicólogos behavioristas proponían
aplicar a los sociópatas más peligrosos. El violento Alex, que cuenta la
historia en primera persona buscando la complicidad del lector y utilizando una
jerga (el "nasdat", mezcla de slang y palabras eslavas) que le
distancia de las brutales hazañas que describe, es sucesivamente verdugo y
víctima, torturador y torturado.
Leída (y vista) ahora, La naranja mecánica ofrece un comentario
apasionante sobre las ansiedades de las sociedades desarrolladas en el momento
de la explosión del consumo de masas y la llegada a la adolescencia de la
generación de los baby-boomers. En el subtexto encontramos los mismos
temas y obsesiones que aparecen en otras manifestaciones de la época, desde en
best-sellers como Alguien voló sobre el nido del cuco (1962;
película de Milos Forman en 1975), considerada un alegato contra la "tiranía
terapéutica", a minoritarios ensayos como El yo dividido (1960), de
Ronald Laing, en el que se difuminaban las distancias entre locos, criminales y
revolucionarios, y que tanta influencia tuvo en las políticas radicales de
finales de los sesenta. Pero como todos los libros que consiguen trascender el
momento en que aparecieron, La naranja mecánica también habla de ahora y de
nosotros, que aún no hemos podido resolver algunos de los importantes dilemas
(libertad / seguridad) que tan eficazmente plantea.
Manuel Rodríguez Rivero, Engranajes de la naranja mecánica, El País, 14/03/2012
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