Els guionistes de Wall Street.


Los recortes no han llegado precisamente solos. La mayoría de los medios de comunicación utiliza claros eufemismos y alardes de creatividad lingüística para referirse a ellos -reformas, aumento de nuestra competitividad, dinamización de la economía…- y hace ya algunos meses que completan este discurso oficial con apelaciones a un supuesto “cambio de valores” que la sociedad española necesita para poder salir de esta situación crítica.

Por eso, conforme vayan pasando los meses, cada vez oiremos más que es bueno pagar por una sanidad de calidad; que no se debe abusar de los servicios públicos; que lo que importa, en definitiva, es tener un puesto de trabajo para llegar a fin de mes y que debemos subordinar las luchas sociales a este objetivo prioritario… De algún modo u otro, se ha conseguido que toda reivindicación social parezca hoy día reaccionaria: la visión de que los sindicatos luchan por un modelo de empleo para toda la vida que ya no se adapta a la actual era de la información se difunde con rapidez. Y estamos a dos pasos de la liberación definitiva: pronto, todos podremos ser empresarios de nuestra propia vida.

La victoria de esta imparable ideología  del siglo XXI podría verse reflejada en un ejemplo simple: imaginemos que a un polígono industrial de una ciudad como Málaga, Sevilla o Madrid llegara una gran multinacional y prometiera crear 700 puestos de trabajo a 650 euros al mes, diez horas al día. Una manifestación sindical y contestataria por el trabajo digno en frente de la nueva empresa acabaría reprimida con violencia. El problema es que los agresores no serían probablemente  policías, sino la mayoría de los empleados recientemente contratados por la gran empresa.

La crudeza de este ejemplo refleja el retroceso social y el discurso defensivo en el que están sumidas las opciones progresistas desde hace más de lo que creemos. Con los socialistas colaborando con el capital financiero cuando pueden gobernar, la izquierda radical con cierta representación parece sostener solamente un discurso keynesiano y reformista, algo de lo que habrían aborrecido hace cuarenta o cincuenta años, cuando hasta la democracia cristiana europea podía ver con buenos ojos la banca pública.

Mal pinta la situación si ni siquiera podemos imaginarnos una salida contundente y creíble de la crisis, así como una respuesta a la ofensiva cultural que estamos sufriendo. Si al final acabamos abrazando la austeridad, buscando las cosas buenas del mundo gris en el que hemos penetrado e incluso desarrollando un nuevo concepto de la felicidad -con ribetes morales como la reducción del materialismo o la solidaridad- estaremos cerrando el círculo: viviremos en la realidad necesaria para que el beneficio de la concentrada propiedad siga creciendo al ritmo deseado… y llegaremos a estar contentos. Será la privatización definitiva de la vida, porque nuestros guionistas ya solo vendrán de Wall Street, de Endesa o del Banco Central Europeo. La disidencia intelectual quedará a la altura de la demencia o el comportamiento infantil. Por estas razones, esta primavera nos jugamos mucho más que la anterior.

Andrés Villena, La privatización de la realidad, Público, 09(03/2012

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