Quin valor té el coneixement?


El trabajo intelectual se degrada: aunque cada vez se produce más saber, son menos los que pueden vivir de su trabajo


Sociedad del conocimiento es una linda expresión. Suena bien, pacífica, como a un mundo, en el que los hombres con libros u ordenadores portátiles bajo el brazo, se deslizaran hacia ella en una gran biblioteca, y todo el día no hicieran otra cosa que adquirir conocimiento, y producir saberes. Suena,  como si la sociedad finalmente hubiera llegado a la tierra prometida, como si se hubiera terminado la mugre de la industria y la sociedad del trabajo. Como si todos tuviéramos el derecho al privilegio del trabajo intelectual. Suena a una valoración de la inteligencia y la sensatez. Suena realmente bien.

Muchas utopías se unen a la idea de sociedad del conocimiento, que esencialmente no anuncia otra cosa, que el bienestar del primer mundo, en el futuro descansa sobre “knowledge based economies”. En estas, el saber deviene un recurso clave, nueva fuerza productiva por excelencia. El saber genera valor agregado, el saber reemplaza al trabajo – el saber es el nuevo trabajo.

Consecuentemente sube también el valor de la “educación”, ésta deviene un bien irrenunciable. Por ello los políticos, economistas, sociólogos, pedagogos y, sobre todo, la OCDE, escriben desde hace años ya sobre cada espacio publicitario disponible: “Educación, inversión en conocimiento, es el futuro”. Primero, este principio vale para cualquier conocimiento adquirido. Una formación es mejor que ninguna formación. Las estadísticas dejan claro que los académicos ganan más, y es más raro que no encuentren colocación, que sus colegas que sólo han seguido estudios orientados a oficios o tecnicaturas, y, triste contracara de la moneda, que las personas sin diploma secundario ya prácticamente no tienen oportunidades. El asalto a las universidades prosigue sin interrupciones, aunque la OCDE sigue descontenta en sus informes anuales “Education at a Glance”, como si hubiera que organizar una completa academización de la sociedad.

El dilema de Kullmann
El elogio del valor general de la educación es de todos modos tan poco fundado, que no dejan de haber dudas y críticas. Si todos estudiaran, a la larga o a la corta, el valor exclusivo de lo académico bajará, o bien tendrá lugar una competencia intensiva que tenderá a bajar los valores. Bourdieu denominó esto como la “ilusión educativa”. Justamente no encajan bien, en este cuadro que se nos ofrece, la decisión del tribunal constitucional federal (La Corte Suprema alemana), de votar “sueldos-dumping” para profesores de nivel terciario que comienzan su labor. También da que pensar, el hecho de que en las protestas de los indignados en España, fueron sobre todo jóvenes con alto nivel educativo los que fueron a las calles, ya que tenían muy pocas oportunidades de trabajo. Tampoco encaja muy bien en el cuadro que nos pitan, la así llamada “Generación-Pasantía” en Alemania, que pasa meses e incluso años prestando sus servicios gratuitamente, ni las precarias relaciones de trabajo de los nuevos profesionales independientes, ni los que se encuadran dentro de “ocupaciones atípicas”, de quienes sabemos que son crecientemente personas que se ubican muy alto en la escala educativa. La tan mentada “demanda de universitarios”, por un lado, y “la vuelta a relaciones de trabajo normales”, por el otro, tomadas juntas no tienen ningún sentido, y si lo tuvieren, es uno muy inquietante.

Todas estas discordancias pueden ser reducidas a una muy simple pregunta: ¿Qué trabajo intelectual se paga realmente en la “sociedad del conocimiento”, y por qué a algunos se les paga mejor que a otros?

El último año Katja Kullmann ha dejado claro en su libro Vida real (Echtleben), lo que significa creerle ciegamente a la promesa  educativa. El libro puede tener carencias y desear demasiado,  en algunas partes, de forma auto-conmiserativa una vuelta a la vieja República Federal. Sin embargo, retrata con exactitud la situación de los treintañeros instruidos cuyos proyectos de vida parecen estar al borde de un  precipicio. La situación de extrema precariedad de los trabajadores de la cultura, periodistas, diseñadores y arquitectos ha devenido un fenómeno generalizado, y frecuentemente comentado, aunque más no sea de mala gana. Kullmann describe en él un dilema muy típico, ella podía decidirse, o bien por escribir buenos textos viviendo una existencia de “nivel Hartz IV”,[1] o bien por escribir porquerías que estaban muy por debajo de su nivel intelectual en una posición pagada excelentemente. Entre las dos opciones nada.

 ¡Sigue tus sueños!
El mencionado dilema se pone más peligroso bajo la presente ideología de responsabilidad personal en el camino al éxito. ¡Sé fiel a ti mismo!¡Intenta lo imposible! ¡Sigue tus sueños! Aceptar un trabajo no cualificado, significa renunciar en parte a los logros educativos alcanzados. De esa forma ha sido puesto en marcha el movimiento descendente de des-cualificación.

Estudios sobre el estado de las cientistas de humanidades no ven la situación en forma tan crítica. Según una valoración de la Facultad de Sistemas Informáticos (HIS), cerca del 40 por ciento de los graduados en ciencias humanas toman una posición no adecuada a su formación cuando comienzan su carrera laboral – en comparación con el 20 por ciento de empleo inadecuado en los graduados universitarios en total. La cuota baja a continuación a un tercio de los graduados en ciencias humanas con empleos no adecuados a su formación. Kolja Briedis, director de proyecto en el campo de trabajo Investigación de Graduados de HIS, no hablaría de una tendencia general a la precarización, “eso no se correspondería con los números”, afirma él.

De todos modos los graduados en Humanidades están cada vez más trabajando con contratos de corto plazo y por horas. La proporción de trabajadores independientes crece entre ellos, y el ingreso medio anual de 22.500 Euros está un tercio por debajo del de los graduados universitarios en conjunto. Los que trabajan en forma independiente, deben arreglárselas en promedio con 18.500 Euros anuales, lo que está exactamente en el medio del nivel salarial anual de un peluquero (15.000 Euros) y del de un productor de embutidos (23.000 Euros). “Bien” se dirá, “con las humanidades nunca se pudo ganar mucho dinero”. Pero es sorprendente que esto no parezca cambiar bajo las condiciones de la sociedad del conocimiento.

El conocimiento pierde valor
Que el trabajo basado en las ciencias humanas no logre obtener mucho valor agregado, es consecuencia por un lado, de la históricamente creciente sobrevaluación monetaria de los sectores técnico, económico y (en parte) de las ciencias naturales. Un segundo error de sistema está, por otra parte, en un desarrollo, que en “nuevo alemán” podríamos denominar “Outsourcing de Content”, y que a la corta o a la larga no sólo afectará a las ciencias humanas, sino que abarcará el trabajo intelectual en su totalidad.

En los últimos años, los empleos con contratos por tiempo indeterminado se han concentrado en las funciones puramente administrativas (de Management), no sólo en las organizaciones económicas, sino también en periódicos, editoriales, universidades, y establecimiento educativos. En las universidades, por ejemplo, los puestos de investigación y enseñanza son siempre anunciados con plazos de término, mientras que los puestos por tiempo indeterminado están en las nuevas áreas como “manejo de calidad” y asesoramiento  para la promoción de la investigación. ¿Qué está pasando entonces? No se pagan los contenidos, sino la administración de contenidos, no el conocimiento, sino la administración del conocimiento.

Pero los contenidos, de los cuales en realidad se podría decir, dependería de ellos, que frecuentemente producen las personas que ocupando puestos precarios, o que como voluntarios no pagos, producen Content. El horrible sentido oculto de este proceso, en el que el conocimiento se transforma en trabajo, es que a la larga o a la corta los productos del trabajo científico son sometidos a la misma lógica de obtención de ganancias que todas las otras mercancías: pierden valor. El capital apuesta a la masa, el rédito más alto sólo se garantiza mediante la reducción del precio unitario y la elevación del número de piezas. Es lo que sienten todos los trabajadores intelectuales que no clasifican dentro de la categoría “Celebrity”. Su trabajo -desde el trabajo de prensa, hasta las publicaciones científicas- cae necesariamente dentro de la rueda fordista. Producir más rápido a cambio de menor remuneración.

Otra analogía con la producción de bienes materiales llama la atención, pues el valor agregado del producto nunca lo se lo quedan los productores. A este respecto, no se diferencian el autor de un libro y el campesino cafetalero colombiano, que también gana a sus granos menos de lo que lo hace el comerciante.

Yogur boloñés
¿Por qué no protesta nadie, por qué no se han parado las maquinarias, por qué los autores continúan escribiendo, por qué se van colgando los productores de documentales de una subvención tambaleante a otra, por qué los docentes privados cubren gran parte de la docencia universitaria a cambio de una lamentable compensación por gastos? Es conveniente que los académicos orientados a los contenidos tengan una motivación propia bien alta. Encajan perfecto en el régimen neoliberal de responsabilidad individual, como lo describen, entre otros, Jan Masschelein y Maarten Simons en su libro Inmunidad Global. El imperativo de lograr lo máximo posible de la propia vida, hace de los trabajadores independientes tipos muy manipulables, funcionan como máquinas gratuitas bien aceitadas de producción de conocimiento.

Entretanto crece el mercado educativo, es decir, la venta de la mercancía “educación”, y de manera absurda algunos trabajadores intelectuales y de la cultura ganan dinero enseñando a las personas algo, que no los puede alimentar a ellos mismo: a escribir por ejemplo. “El conocimiento siempre tiene buena coyuntura” anuncia el instituto de promoción profesional austríaco BFI, y qué cierto esto: Luego de las reformas de Bolonia los cursos universitarios se han diversificado como los yogures en las góndolas de los supermercados. “Ciencia de la Caridad”, “Humanidades Digitales”, “Semiótica del Texto y la Cultura ”,“Economía Cultural”, o “Manejo de la Hospitalidad”, están de oferta.

¿Qué tan estúpidos somos?
Todo esto puede en realidad ser poco duradero, pero técnicamente está adaptado al mercado laboral. Y el viejo Canciller Otto von Bismarck, que temía un peligroso proletariado académico (sí, tan viejo es el tema), se tranquilizaría de saber, que quien anteriormente se graduaba como científico social, ahora encuentra un empleo como investigador de opinión “Senior Research Manager”, para realizar “investigación etnográfica internacional automovilística” o “análisis semiótico de bienes de consumo”

¿Qué tan estúpidos somos entonces? El dilema de Kullman de la elección entre una inteligencia precaria o estupidez pagada permanece, inclusive la poco consoladora perspectiva, para los científicos sociales y de Humanidades, de tener que llevar a cabo justamente las actividades contra las cuales se querían oponer mediante la propia elección de sus estudios universitarios.

La tan invocada falta de trabajadores especializados y académicos, no se refiere a las ciencias humanas, eso está claro. En este campo, hay claramente más personas inteligentes que puestos de trabajo razonables. Esto significa también, que la sociedad del conocimiento no trabaja a la altura de su potencial intelectual. Pues la calidad se vende mal, y se podría aplicar el hermoso concepto de Georg Seeßlens de las “máquinas de estúpidos”, para determinar, que aquí la educación sólo hace mal.

Nota del Traductor: [1 ]Hartz IV hace referencia a las propuestas ya implementadas de la Harz Komission, comisión que tuvo por objeto elaborar una serie de propuestas destinadas a la neoliberalización del mercado laboral en Alemania, sus medidas fueron aplicadas en forma escalonada desde el año 2002

Andrea Roedig, El conocimiento es perjudicial, Sin Permiso, 04/03/2012

Traducción para www.sinpermiso.info: Francisco Zabala

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