Facin joc, senyors!
Estos días estamos asistiendo a un espectáculo que demuestra lo anterior
hasta límites insospechados. Barcelona y Madrid, o la "marca Barcelona" y la
"marca Madrid", se han lanzado a una esperpéntica pugna por conseguir que se
instale en sus dominios una suerte de Las Vegas europea. Para conseguir el
negocio, que tiene que generar no sé cuantos millones de puestos de trabajo, las
autoridades de ambas marcas no dudan en tratar a cuerpo de rey y llenar de
deferencias a un tipo que parece salido directamente de las películas de
Scorsese, llamado Sheldon Adelson, del que hemos aprendido que es el gran
magnate de los casinos. Cuando nos fijamos en la letra pequeña también nos
enteramos que el señor Adelson, presidente del conglomerado Las Vegas Sands, es
un individuo inquietante, sospechoso de relaciones mafiosas e investigado por
las autoridades federales norteamericanas. No se necesita ser un genio de la
ética ni haber residido una temporada en Las Vegas ni ser un experto en cine
negro para sacar conclusiones sobre el mundo construido por ese personaje que
tan bien quedaría en un film de Scorsese o en la trilogía de Coppola.
Sin embargo, nuestras autoridades se niegan a sacar conclusiones y con una
demagogia propia de los antiguos tribunos de la plebe, y no de los
representantes democráticos de los ciudadanos, apelan únicamente al sinnúmero de
puestos de trabajo que nuestra Las Vegas local va a proporcionar. Los argumentos
son los mismos que los que se han utilizado para empujar a poblaciones azotadas
por el paro para que se sientan satisfechas al lado de cementerios nucleares o
escudos antimisiles. Sólo que en este caso todo es más perverso y a lo grande.
La "marca Barcelona" y la "marca Madrid", los territorios más potentes de la
"marca España", en lugar de afrontar el real desafío de fomentar el trabajo
mediante la creatividad y el conocimiento, se deslizan por lo más cómodo, por lo
que puede fomentar más fáciles expectativas y, con una ceguera propia de
demagogos, por lo inmediatamente más rentable, sin contar para nada la
experiencia reciente de nuevoriquismo y corrupción. La orgía de la construcción,
por cierto, proporcionó centenares de miles de puestos de trabajo, luego
destruidos de manera multiplicada.
Ya hubo un Las Vegas nonato en Los Monegros y otro, fallido, en La Mancha,
pero ahora la militancia en el seno del esperpento es tan grande que incluso —se
dice— se piensan modificar leyes, o hacer excepciones, para contentar al
emperador de las tragaperras, el cual exige, en un gesto muy norteamericano que
hubiera encantado a Graham Greene, que las poblaciones muestren entusiasmo hacia
su bondadoso proyecto. Y verdaderamente algunos políticos han demostrado tanto
entusiasmo que ya no solo ven al personaje de Scorsese como el más
imprescindible de los filántropos, creador de innumerables puestos de trabajo,
sino un auténtico adalid de los valores tradicionales, algo que se demuestra con
la aportación de 10 millones de dólares que el señor Adelson ha realizado para
la campaña electoral del reaccionario Newt Gingrish. De acuerdo con estas voces
los casinos, como todo el mundo sabe, ya no están vinculados a la mafia, la
droga y la prostitución sino a dulces excursiones familiares en la que los niños
aprenden a jugar bajo la cómplice mirada de los progenitores. Quizá no tendremos
buenos científicos pero tendremos maravillosos crupiers. Hagan juego,
señores, hagan juego.
Rafael Argullol, La humanidad como negocio, El País, 04/03/2012
http://elpais.com/elpais/2012/02/28/opinion/1330430182_896848.html
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