La indefensió de les classes populars.

Vagón de tercera clase, Doumier 1975

No, el problema de la izquierda no es la falta de adaptación a los tiempos nuevos. El problema es que las clases populares han perdido capacidad de intimidación. Y la izquierda no les ha ayudado a defenderla. Con lo cual, las élites económicas no ven necesidad alguna de hacer concesiones. Al contrario: ven la gran oportunidad de revertir las conquistas sociales y de reconstruir un capitalismo más barato, por tanto, más depredador. De ahí la violencia simbólica que desde los poderes político, económico y mediático se está ejerciendo sobre la ciudadanía con un discurso atemorizador —el miedo como instrumento político— que allana el camino a cambios que, en otras circunstancias, habrían sido considerados inadmisibles. El discurso de la austeridad es el instrumento ideológico de esta operación. El control del lenguaje es decisivo para la hegemonía y la austeridad es una palabra muy arraigada en la tradición cristiana, que parece sugerir el triunfo de la virtud, de la contención, de la prudencia frente al vicio, el despilfarro y la prodigalidad. Como envoltorio funciona. Pero los que tienen más quedan excusados del ejercicio de la virtud. Con lo cual resulta repugnante el intento de utilizar a los trabajadores parados como coartada para hundir los salarios. Las condiciones son precarias: la fragmentación de las clases populares es enorme; los intereses de los diversos bloques que las componen son contradictorios; muchos sectores sociales viven en un terreno intermedio, con una mirada hacia arriba y otra en el abismo; no hay una cultura alternativa a la del ciudadano NIF (consumidor, competidor, contribuyente); y el debilitamiento de la democracia forma parte de las precauciones inducidas para que las clases populares no tomen la palabra más de la cuenta. Las fuerzas son tan desiguales que llegar a un equilibrio como el que vivieron algunos países europeos en los años de posguerra parece un sueño imposible. La ley y las mayorías sociales son los únicos instrumentos de que disponen las clases populares, pero precisamente las leyes se están cambiando a marchas forzadas, siempre en perjuicio suyo, y la democracia se diluye en la indiferencia. Algunos piensan en las nuevas tecnologías y en la cultura de la contribución para conseguirlo. Los ángeles que nos ayudan a ser cooperativos, para decirlo como Steven Pinker, están ahí: la empatía, el autocontrol, el sentido moral, la razón. Pero, a veces, parece como si estuvieran en huelga. 

Josep Ramoneda, La izquierda y los tiempos nuevos, El País, 08/02/2012
http://politica.elpais.com/politica/2012/03/07/actualidad/1331144807_725281.html

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