Què vol dir ser auster?



La austeridad no es sólo cosa de días, ni un simple requisito para tiempos difíciles. La austeridad es un valor consistente que implica una forma de vivir y de entender la relación con nosotros mismos y con los demás.
Algunos únicamente suelen proponer ser austeros cuando ya apenas hay nada. No está mal, aunque es un poco tarde. La austeridad no es sólo un medio, tiene sentido en sí misma. Lo interesante es ser austeros por convicción, no sólo por necesidad.

El dispendio, la ostentación, el despilfarro, la fascinación por las apariencias, la desconsideración para con los recursos y su modo de procurarlos son además expresión de insolidaridad y denotan un concepto frívolo y poco generoso de la existencia.

No proponemos la mortificación del vivir ni la demonización del gusto o del placer. Ser austero no significa insensibilidad para con las comodidades ni indiferencia para procurarse el necesario bienestar.

¿Cómo conjugar bienestar y austeridad? Es preciso entender ambos conceptos en su dimensión social y no reducirlos a comportamientos, sin duda imprescindibles, de corte individual. Ser austero no significa ignorar la sociedad del bienestar. La austeridad no puede ser un modo de esgrimir un concepto para proponer a los demás modos de vida, mientras nos emboscamos particularmente en formas más o menos rudimentarias de lujo, que “nosotros podemos permitirnos”, decimos.


No se trata de hacer ostentación de vivir absolutamente al margen del consumo, algo que, a decir verdad, no resulta en general muy verosímil, pero una cosa es ser un razonable consumidor y otra ser un consumista. De nuevo la mesura conjuga de modo adecuado las provisiones con las necesidades y es más adecuada que la entrega indiscriminada a la consunción de los recursos, al gasto que sólo tiene en cuenta las propias posibilidades y, a veces, ni siquiera. No faltan quienes nadan en la abundancia, pero su natación no nos sirve como modelo.

Educar en la austeridad implica en primer lugar un reconocimiento y un agradecimiento por los medios con los que uno cuenta, de los que uno dispone, que uno ha logrado, y esa es una de las claves para poder disfrutar de ellos. Puede sorprender que sólo quien es austero puede saborear lo que tiene. La acumulación descoloca al disfrute mismo. Austeridad en las palabras, en cada expresión de uno, en las formas, austeridad para compartir nuestros recursos y capacidades, austeridad para juzgar, para reivindicar, para incidir. Ello no supone indiferencia o falta de contundencia o de decisión.

Es preciso educarnos para que la exigencia y la comprensión convivan y, a la par, para que nos hagamos cargo de que la austeridad no impide ser vibrante, vivir intensamente, demandar con absoluta firmeza y no necesariamente con aspavientos. Austero no significa cuitado, ni conformista. Austero supone no derrochar posibilidades, ni airearlas, ni hacer ostentación de méritos y capacidades, sino  simplemente valerse de ellos. Y no sólo en beneficio propio.

Oímos invocar la austeridad y en ocasiones suena a canto que más bien trata de silenciar o de mitigar la reivindicación legítima, o de proponer modos de vida para otros o de adormecer esa intensidad en nombre de una paciencia que no es sino insolidaria resignación. Paciencia que se reclama en general para los demás. Hay quienes saben de austeridad desde siempre. Han nacido, han crecido en ella. Y no acostumbran a ser los que más la cacarean.  Viven austeramente, y no sólo algunas temporadas.

Ángel Gabilondo, Días de austeridad, El salto del ángel, 07/03/2012

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