Edgar Morin:"els indignats denuncien però no enuncien"..
Edgar Morin |
Pregunta. Se volvía a hablar de la ausencia, incluso de la
traición de los intelectuales, y, sin embargo, Hessel y usted…
Respuesta. La palabra indignación que empleó Hessel ha
servido de catalizador. En un clima general de resignación y de impotencia como
el que existía, ha provocado una reacción, un despertar. El de los indignados es
un movimiento interesante. No son revolucionarios, son rebeldes que representan
una contestación, una protesta.
P. ¿Cuánto tiempo podrá mantenerse?
R. El sentimiento de indignación entre los jóvenes está en
su primera etapa. En algunos países árabes han abatido el principal obstáculo,
que eran los tiranos. El problema es que carecen de un pensamiento, de una vía
para el momento inmediatamente posterior. Es lo mismo que ha sucedido en España
y otros lugares. Los indignados hacen críticas justas, denuncian pero no pueden
enunciar.
P. Los jóvenes árabes se levantaron contra una tiranía real;
en el caso de los indignados parece más bien metafórica.
R. El contexto es diferente. En el caso de la primavera
árabe los tiranos eran individuales, pero no hay que olvidar que detrás de ellos
estaba la corrupción. Y es contra la corrupción y contra la tiranía del dinero
contra lo que se han levantado los indignados occidentales. Es un rasgo en común
que no impide advertir las diferencias.
P. En algunos países donde han tenido lugar protestas de los
indignados han triunfado electoralmente partidos conservadores.
R. Con indignados o sin ellos, la crisis habría acabado con
el Gobierno de Zapatero. El movimiento de los jóvenes debe considerarse como un
síntoma, y se están acumulando múltiples síntomas de la crisis que atraviesa
Europa. En Grecia, una política económica impuesta ha desencadenado una cólera
que va más allá de la simple indignación. En Hungría, por contemplar otro
ejemplo, está fraguando un neoautoritarismo nacionalista.
P. La crisis, entonces, no es solo económica.
R. La crisis económica se introdujo en una crisis general
debida a la globalización, a la occidentalización. Es una crisis general de la
humanidad. Ese era el contexto donde se desencadenó, además, una crisis
económica. La gravedad de esta última no debería enmascarar la profundidad de la
otra.
P. Su último libro, escrito con Stéphane Hessel, El camino
de la esperanza, propone entre otras cosas la refundación del capitalismo.
R. El capitalismo no es eterno pero tampoco está muerto. Se
ha transformado, consagrando la hegemonía del capitalismo financiero. Se trata
de poner fin a esa hegemonía, que es la del dinero, la del beneficio, la de lo
cuantitativo. En su último libro, Rocard confiesa haber disfrutado de varios
momentos de felicidad en su vida; ninguno de ellos tiene relación con el dinero.
Es verdad que la política no puede producir la felicidad ni el amor, pero puede
establecer que merece la pena perseguir esos objetivos. El presidente de
Ecuador, Correa, lo ha expresado mediante la idea del bien vivir.
P. También ha intentado cerrar el diario El
Universo.
R. Tanto como he apreciado su idea del bien vivir o su
intento de crear un turismo de conciencia y de responsabilidad, alejado de la
banalidad, cuestiono su actitud hacia un periódico que le critica.
P. ¿Qué valor concede a las instituciones democráticas?
R. Es preciso revitalizar la democracia, recuperar la
confianza de los ciudadanos en el sistema y en los cargos electos. La sensación
es que se marcha en el sentido contrario. En cuanto a las instituciones, y
aunque se diga que la fórmula del bienestar está agotada, el Estado tendría aún
un papel que desempeñar. Podría apoyar a las empresas que persiguen un interés
público, un interés socializado, cultural…
P. Pero esas políticas necesitan recursos.
R. Hay formas de ahorrar que no tienen que ver con el
despido de funcionarios o medidas similares, sino que combaten la
burocratización generalizada del Estado y las empresas. Es necesaria una
política que contemple el conjunto de los sectores e identifique aquellos que
pueden ser productores de futuro. Claro que existe el problema de la deuda, pero
no podemos quedar prisioneros de él.
P. Sin embargo, una cosa es el diagnóstico y otra la
solución.
R. Lo que yo escrito en La vía es un diagnóstico: si
continuamos así, vamos hacia la catástrofe. La degradación de la atmósfera, el
desarrollo de las armas nucleares, el fanatismo, todo esto nos conduce hacia la
catástrofe. Es lo probable. Pero hay ocasiones en las que se ha producido lo
improbable. No pretendo ser un mesías que anuncia la salvación, digo
sencillamente que lo improbable es posible. Lo digo porque lo he vivido: en
1941, la victoria alemana parecía inevitable.
P. ¿Cómo ve usted la catástrofe?
R. No la veo, no sé decir ni cuándo ni cómo tendrá lugar, ni
si serán catástrofes en cadena o un apocalipsis. Pero si un sistema no es capaz
de resolver sus problemas fundamentales, o bien se precipita en la barbarie, o
bien se transforma para encontrar respuestas nuevas.
P. Esa es la esperanza de la que ha venido a hablar en
Madrid.
R. Una esperanza que está ligada a la
desesperanza.
José María Ridao, "Los indignados denuncian; no pueden enunciar", entrevista a Edgar Morin, El País, 14/03/2012
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