Asimetria emocional: el patiment guanya a l'alegria.



“Las experiencias negativas nos provocan emociones negativas, y estas las vivimos más intensamente y perduran más en el cuerpo. Aquí hay una explicación que es evolutiva”, analiza Cecilia Martín Sánchez, directora del Instituto de Psicología Psicode, en Madrid y Alicante. El cerebro humano está preparado para detectar peligros de cara a la supervivencia de la especie. También tienen un aspecto fisiológico: “Cuando tenemos ansiedad, se activa el sistema nervioso simpático que genera una serie de cambios que se prolongan y tardan en desaparecer. Eso hace que los pensamientos negativos también duren más en nuestro cuerpo, y no solamente en nuestra mente”, detalla. Además, la psicóloga considera que nos centramos más en lo negativo porque es algo cultural: así como está mal visto socialmente que una persona hable de lo feliz que es, no lo está el que se queje.

El ser humano lleva siglos planteando el significado del sufrimiento. Ya en la Grecia antigua los filósofos reflexionaban sobre eso. “Uno de los desafíos fuertes de la filosofía es comprender qué nos hace sufrir tanto, es decir, qué nos convierte en animales que, en lugar de desarrollar una vida plena, se convierten en esclavos de sus angustias”, comenta Iván de los Ríos, profesor de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid.

La frustración repercute directamente sobre el planteamiento de asimetría emocional. Desde un punto de vista sufridor, la búsqueda incesante y obsesiva de la felicidad por parte de una persona, sumado a la incapacidad de disfrutarla cuando esta se encuentra, provoca que se arriesgue a entrar en un bucle que alargue incesantemente ese sentimiento. “Cuando llegan momentos de felicidad, pensamos que lo hemos conseguido por fin, que la hemos encontrado, y no somos capaces de disfrutarla. Sin embargo, el dolor, unido a esa frustración, se agarra a nosotros porque lo tenemos más normalizado y forma parte de nuestro día a día”, considera Cristina.

La memoria también tiene un papel en la perpetuidad del dolor, incluso cuando la vida actual puede ser plenamente satisfactoria. Para Marta Hoyos, una cacereña de 28 años cuya infancia y adolescencia estuvieron marcadas por 13 años de acoso escolar, la incapacidad de su mente para reflejar la felicidad del presente generaba una frustración constante. “Cuando tenía 20, llevaba unos meses acudiendo a mi segunda psicóloga. Recuerdo comunicarle que me sentía dentro de una cueva muy profunda, picando sin parar para encontrar, aunque fuese, un rayito de luz, pero que tenía la certeza de que no iba a llegar nunca. Le dije que estaba muy cansada de luchar y que la tristeza siempre ganaba. Aun con una vida maravillosa entonces, seguía sintiendo que no merecía existir. Levantarme por las mañanas era una absoluta batalla, y creía fervientemente que ese dolor inmenso iba a estar ahí para siempre”, reconoce.Uno de los problemas que evidencia esa prolongación innecesaria del sufrimiento es que la mente lo hace de manera automática. Es decir, que el ser humano no siempre controla conscientemente centrarse en lo malo y olvidarse de lo bueno. En cambio, cuando un proceso es positivo no es automático, sino controlado, como puede ser la reflexión. “Una persona se queda estancada en lo que llamamos la rumiación, que es algo muy negativo y nada productivo. Se pone a pensar sin darse cuenta y se queda ahí atrapada. Puede ser por cosas pasadas, aunque también con problemas de la actualidad y del futuro. Esto es algo que no tiene ninguna utilidad al ser humano porque, en ese momento, no le puede hacer frente al problema. La rumiación genera mucho sufrimiento, angustia o ansiedad, y hace que la persona se deprima más y sea incapaz de salir”, expone Martín.

Para el filósofo Epicteto, el estoico, no sufrimos por la realidad, sino por nuestra representación, interpretación o valor de la misma. “No se trata tanto de lo que nos sucede, sino del valor que le damos a ello”, argumenta De los Ríos, que afirma que el sufrimiento humano, en términos de inquietud, angustia y miedo, no es solo una respuesta al dolor físico, sino una forma de interpretar la realidad, y sufrimos al recordar el pasado a través de la memoria, pero también al anticipar el futuro. “Como seres inteligentes y narrativos, nos percibimos a nosotros mismos como una historia en constante desarrollo, que viene del pasado a través de la memoria y abierta hacia el futuro mediante la anticipación. Es precisamente en esta última donde residen gran parte de nuestras angustias”.Entonces, ¿hay que alargar como sea posible esos momentos de felicidad dentro de un sufrimiento perpetuo? Hoyos comenta que, durante mucho tiempo, vivió la vida transitando la felicidad “como pequeños intervalos muy elevados que después caían en picado hacia larguísimas etapas depresivas”. Compara la situación con una escala de felicidad y tristeza, y ella creía con firmeza que esa alegría era totalmente puntual. Sin embargo, actualmente liga mucho más el concepto de felicidad con el de tranquilidad: “La felicidad real para mí existe en un día a día regulado, donde ni la tristeza lo inunda todo, ni es todo una alegría inmensa”. Este pensamiento también lo comparte Cristina, que pone el foco en comprender que la felicidad es tanto una emoción intensa y momentánea por algo que nos pasa como en valorar lo que tenemos en nuestro día a día.

Desde un punto de vista filosófico, la idea del hedonismo es gozar de la vida, “pero eso no quiere decir ‘vive en un constante ajetreo emocional’, sino tratar de ser comedido al gozar y al sufrir”, concreta el profesor De los Ríos. También se puede dar el caso de que una persona encuentre dificultades para alcanzar este equilibrio emocional al verse con dificultades de sentir placer, en lo que la psicóloga Martín define como anhedonia. “Para una persona que está en depresión, el tiempo pasa lentamente, como que todo se enlentece. Esto es por la apatía o, por otro lado, por la dificultad de experimentar placer”, expone. “Como no hay momentos de placer a lo largo del día, estos se hacen muy largos. Sin embargo, cuando una persona tiene ansiedad es todo lo contrario. No disfruta porque está anticipando algo malo y el tiempo pasa muy rápido, aunque no lo esté pasando bien o divirtiéndose”, añade.

Epicuro, en su famosa Carta a Meneceo, afirmaba que requerimos el placer cuando su ausencia nos causa dolor, pero cuando no hay padecimiento, el disfrute deja de ser una necesidad.

Jorge Marzo Arauzo, La asimetría de las emociones: por qué el sufrimiento nos parece eterno y el placer efímero, El País 18/04/2025

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