La memòria i el viscut.




¿Qué guarda nuestra memoria? ¿Registra y guarda copias de lo que nos sucede al modo de una cámara de vídeo? No, la memoria humana no guarda lo sucedido: guarda las vivencias personales, lo que significa que mi memoria no guarda lo que ocurrió, sino lo que me ocurrió a mí. Este hecho genuinamente humano explicaría las discrepancias que a menudo se observan entre los recuerdos de personas que compartieron los mismos acontecimientos. El director Akira Kurosawa plasmó magistralmente en su galardonada Rashomon la subjetividad intrínseca a todo recuerdo. La película narra el asesinato de un samurái y la violación de su esposa a través del testimonio de cuatro testigos, con la particularidad de que el recuerdo de cada uno difiere del resto. Desde entonces, se habla del “efecto Rashomon” para referirse a esas situaciones en las que varias personas presencian un suceso y posteriormente, sin embargo, cada una cuenta una historia distinta aunque ninguna miente; todas las historias son diferentes y ninguna es falsa.

Así funciona nuestra memoria: un grupo de amigos viven y comparten una experiencia y los relatos de sus recuerdos posteriores diferirán en mayor o menor medida. ¿Por qué se producen esas discrepancias? La memoria autobiográfica (la que guarda las experiencias personales y las reconstruye en forma de recuerdos) no fue diseñada por la evolución para guardar facsímiles de “la realidad”. Esta tiene como función primordial dar sentido y guardar las experiencias de cada uno, sobre las que se erige y sustenta su identidad, y que le sirven de guía y predicción en su cotidianidad. Si la memoria autobiográfica funcionase como una cámara de vídeo, no nos serviría de nada.

La vida de todo ser humano es significado, intención y trascendencia. Somos seres intencionales con la necesidad de dar sentido y entender lo que vivimos, y no máquinas indiferentes a lo que ocurre a nuestro alrededor. Todo lo que nos acontece es filtrado e interpretado a través de un complejísimo tamiz tejido con nuestro conocimiento y nuestras actitudes, creencias, valores, prejuicios, emociones, sentimientos y un largo etcétera. Lo que guarda nuestra memoria no es, no puede ser, una copia o réplica idéntica de lo que ocurre a nuestro alrededor, sino algo necesariamente distinto, por eso hablamos de experiencias. Para eso tenemos memoria, para que en el diario íntimo de nuestra propia vida queden registros, no de los sucesos, sino de lo que sentimos y experimentamos al vivirlos, o, lo que es lo mismo, de nuestras vivencias, que, inevitablemente, serán siempre únicas, intransferibles e irrepetibles.

“No vemos dos veces el mismo cerezo —escribió Marguerite Yourcenar— ni la misma luna sobre la que se recorta un pino. Todo momento es el último porque es único”. Todo es único, sí. Nada, ni siquiera los sucesos más sencillos, son idénticos a los del día anterior. “Al volver tres veces a un sitio” —afirma David Shields—, “vuelves a tres sitios”. Cada uno de los episodios de los que somos testigos o partícipes es vivido de un modo único, personal, exclusivo. Antes de quedar convertido en algo recordable, es interpretado por lo que podríamos llamar “nuestra manera de mirar el mundo”.

¿Significa esto que la memoria falsifica la realidad? Ante una pregunta como esta, surgen de inmediato otras: ¿qué es eso llamado realidad?, ¿existe “una realidad” al margen de “nuestra realidad”? Un físico cuántico respondería que la realidad la crea el propio individuo. Mi opinión, como psicólogo cognitivo, sería hasta cierto punto análoga: la realidad personal es una creación mental, una construcción que emerge en el territorio de nuestra memoria. Construcción mediada siempre por la percepción, el proceso mediante el cual damos significado a los datos sensoriales e interpretamos el mundo. La interconexión entre percepción y memoria es fundamental para entender cómo el sistema de significados de la memoria convierte la percepción en la herramienta a través de la cual damos sentido a nuestro mundo. Cuando alguien pierde su memoria —como sucede en las últimas fases del mal de Alzheimer— no sólo su yo se diluye. Su mundo se vacía de significados y pierde todo sentido. En un mundo sin significados y sin sentido el sistema cerebro-mente carece del andamiaje y de los materiales con los que construir el edificio de la realidad. Acertaba Borges cuando escribió: “Vemos y oímos a través de recuerdos, de temores, de previsiones”.

¿Cambia, entonces, la memoria la realidad? Claro que la cambia, pero nuestra realidad interior, no la realidad de los otros —como escribió Józef Wittlin—. Nuestra memoria ni inventa ni falsifica la realidad vivida, sencillamente la interpreta, la hace significativa y así construye una experiencia, que es lo que guarda. Después, al evocar, esa experiencia se reconstruye en forma de recuerdo. Por eso, están cargadas de verdad las palabras con las que García Márquez abre su autobiografía Vivir para contarla: “La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

Lo que nuestra memoria guarda de todo lo vivido no va a ser nunca una copia exacta de nada externo; no es su función restaurar realidades sino vivencias, lo cual no significa que su contenido sea un mundo de fantasías y quimeras fabricadas por nuestro yo. La ciencia de la memoria confirma que todo recuerdo autobiográfico mantiene una fidelidad básica con lo vivido. No es, pues, el caos ni el desorden, ni la extravagancia ni los caprichos, sino una poderosa fuerza para mantener la coherencia vital lo que caracteriza la memoria de cada cual.

José María Ruiz-Vargas, La vida es lo que recordamos ..., El País 05/04/2025

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