Aneu amb compte amb la moralitat.
Hace décadas, tras la publicación del libro académico de Thornhill y Palmer sobre “Una historia natural de la violación – bases biológicas de la coerción sexual”, que ofrecía una visión diferente sobre la violación en contra del constructivismo social que la considera una expresión de dominación masculina sin excitación sexual, Joan Roughgarden respondió vehementemente en la revista Ethology (2004), argumentando que “los críticos de la psicología evolutiva y de la sexualidad humana deberían darse cuenta de que están lidiando con una lucha política más que con una disputa académica. Debemos organizarnos como activistas para oponernos a esta basura y salir de nuestros cómodos sillones seguros, pues hay mucho en juego”. Hoy en día algunos activistas trans repiten el lema “kill the terf” y existen camisetas a la venta con ese lema. J.K. Rowling ha recibido serias amenazas de muerte. En las universidades públicas y privadas de EEUU, un número alarmante de estudiantes aprueba el uso de la violencia y considera aceptable usar la fuerza física para silenciar a alguien con quien no están de acuerdo. Han ocurrido varios incidentes en los campus que ilustran cómo las opiniones moralizadas y polarizadas pueden llevar al abuso verbal o al acoso físico…los ejemplos son innumerables. La moralización puede, por tanto, inspirar formas benévolas de acción colectiva, como el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, pero también puede incitar al dogmatismo, la intolerancia, la división, el autoritarismo y consecuencias perjudiciales (es decir, actitudes agresivas, justificación de prejuicios, vigilantismo y violencia política) contra personas o grupos que comparten valores o prácticas diferentes.Por lo tanto, es importante comprender las motivaciones, los mecanismos psicológicos y las variables sociales que subyacen y predicen por qué y cuándo la moralización puede ser peligrosa. Por ejemplo, la propensión en Estados Unidos a moralizar actitudes sobre diversos temas como la justicia social, la inmigración ilegal, la vacunación, la cobertura sanitaria, la desigualdad de ingresos o la igualdad de género predice una mayor distancia social, así como prejuicios, ira, incivilidad y antagonismo hacia quienes sostienen creencias opuestas. Esta polarización, que es en gran medida afectiva, no es la causa directa de la violencia política. Sin embargo, contribuye a crear un entorno que permite a los líderes de opinión incrementar la violencia contra políticos, funcionarios electorales, mujeres y diversos tipos de minorías. Por esto es por lo que defiendo que hay que intentar evitar moralizar los problemas o conflictos todo lo que podamos porque cuando algo se moraliza es más difícil llegar a acuerdos y resolverlo. No era necesario en mi opinión, por ejemplo, haber moralizado el tema trans para ayudar a esas personas y haberlo hecho creo que ha sido más perjudicial que beneficioso para toda la sociedad en su conjunto y para esa minoría también.
Jonathan Haidt dice con un juego bonito de palabras en inglés que la moralidad une y ciega (binds and blinds). Mientras que la moralidad nos une a los demás, permitiendo una cooperación y coordinación más armoniosas —indudablemente fundamentos esenciales de nuestra civilización—, también puede cegarnos, llevándonos a desconfiar y demonizar a aquellos que no piensan, se comportan o están de acuerdo con nosotros. En ocasiones, la moralidad puede motivar y justificar la intolerancia y la violencia. Algunas personas cometen actos de violencia porque sinceramente creen que es lo moralmente correcto. El dogmatismo, la intolerancia y la consiguiente violencia física, verbal o simbólica motivada por convicciones morales son, por tanto, graves preocupaciones en el mundo actual. Cuanto más seguros estén los individuos de una creencia —independientemente de su corrección objetiva—, más duradera será, y más dispuestos estarán a expresar su opinión y rechazar a quienes no acepten sus puntos de vista. Tal combinación es potencialmente tóxica y socava nuestras democracias, así como nuestra capacidad para convivir armoniosamente y encontrar soluciones pragmáticas a los desafíos actuales.
Las características de las convicciones morales predisponen a graves problemas y es importante ser conscientes de ello para intentar minimizarlos. No es necesario abogar por la abolición de la moralidad -cosa imposible por otra parte-, sino más bien ser conscientes de algunas consecuencias perjudiciales, como la intolerancia hacia valores, creencias y prácticas divergentes.
El proceso de moralización convierte las preferencias en valores, por el cual objetos, actividades, actitudes o comportamientos que antes eran moralmente neutrales adquieren un componente moral y una carga emocional más intensa. La rigidez cognitiva y el dogmatismo es frecuentemente una característica resultante de la convicción moral, como venimos diciendo. Una vez que un tema está altamente moralizado, es probable que se perciba como una creencia absoluta sobre lo correcto o incorrecto. Y esta creencia se sostiene con una alta confianza subjetiva. La alta confianza en una creencia lleva al sesgo de confirmación, haciendo que las personas no estén dispuestas a buscar información correctiva y sean dogmáticas independientemente de la precisión.
Hay que decir que un creciente cuerpo de investigación ha demostrado la relevancia de la humildad intelectual, es decir, reconocer los límites y la falibilidad del propio conocimiento, para ayudar a proteger a las personas de algunas de sus tendencias más autoritarias, dogmáticas y otros sesgos. En el ámbito político, la humildad intelectual está asociada con una menor polarización afectiva respecto a grupos políticos y religiosos. Sin embargo, es poco probable que los individuos actúen de manera intelectualmente humilde cuando están motivados por fuertes convicciones o cuando sus valores políticos, religiosos o éticos parecen estar siendo cuestionados. Convicción moral y humildad no pueden -o no suelen ir- ir de la mano. La moral no cumpliría su función si produjera un estado psicológico en el que yo creo que mi enemigo puede tener razón y que tal vez todas mis creencias son falsas. Tal vez un individuo puede funcionar así; un grupo, no.
Personalmente, soy cada vez más pesimista viendo lo que está ocurriendo en el mundo en los últimos años. Por el lado positivo, el proceso de moralización es reversible. Algo en el dominio moral puede dejar de serlo gradualmente y convertirse en una mera preferencia, y viceversa. En Estados Unidos, por ejemplo, las actitudes hacia el matrimonio interracial, el uso de la marihuana y la homosexualidad se han convertido en una cuestión de preferencia personal en lugar de moral, al menos para la mayoría de los ciudadanos. Pero como decía más arriba son más las cosas que se moralizan que las que se a-moralizan o des-moralizan y esta tendencia no tiene pinta de revertir.
No voy a abordar las posibles soluciones pero el consejo general es intentar no moralizar los temas y tratarlos desde el punto de vista de intereses concretos y llegar a acuerdos sobre las cosas que quiere cada bando, dejando los juicios y principios morales a un lado. Pero sobre todo creo que es útil conocer todo lo que hemos tratado en esta entrada. Darnos cuenta de que la moral nos puede hacer inmorales y estar atentos a esa posibilidad es algo esencial. Ser conscientes cuando hagamos juicios de valor y cuando nos arrastre la indignación moral (sea en las redes o en el mundo real) de que mucha gente a lo largo de la historia ha cometido barbaridades cuando se han dejado llevar por esos impulsos y emociones. Debemos tratar la moralidad como la materia inflamable y peligrosa que puede ser. Pero todo esto, igual que intentar ser más humildes, es algo teóricamente muy bonito pero muy difícil de conseguir. Pero no queda más remedio que intentarlo o nos vamos al carajo. Tened cuidado ahí fuera con la moralidad.
Pablo Malo, El lado oscuro de la Moralidad, Pablo's Substack 27/04/2025
Comentaris