Contra l'estat larvari (Víctor Gómez-Pin)
"No se agita sin peligro ese universo de palabras (on ne remue pas sans danger cet univers de larves)" decía refiriéndose a los fantasmas ocultos de la subjetividad humana un pensador francés, hoy marginado de ciertos medios intelectuales y académicos en razón de los caprichos de la moda, lo aleatorio del reconocimiento y quizás también una cierta ausencia de mesura en sus críticas acerbas.
El destino de la larva es en principio sufrir la metamorfosis conocida como pupa en el que desarrollan los órganos propios de su especie. Se supone que en ausencia de tal proceso de metamorfosis las larvas desaparecerían. Pero el universo de larvas al que metafóricamente se refería el citado pensador sería un caso especial, como si un cultivo de mosca de la carne sin distribución morfológica, perdurara como trasfondo oculto de los seres ya dotados de cabeza, tórax y extremidades.
El hábitat de las larvas puede ser muy diferente del de los seres llegados a maduración, e incluso parecer hallarse en las antípodas del mismo: la comunidad de mamíferos que ha posibilitado un Einstein, un Marcel Proust, un Brahms o un Descartes es una buena metáfora de tal mutación ambiental. De todas maneras, aunque la moscarda pueda a veces merodear en torno a flores de intensivo aroma, a la hora de depositar sus huevos frecuenta el estiércol, el basurero urbano o la carne inerte, donde las larvas gozaran de putrefacción durante días. La moscarda vuelve al origen al menos para procrear.
En la medida en que ese universo abisal permaneciera absolutamente aislado e ignorado, cabe decir que las larvas y los adultos se las arreglan cada uno por su cuenta. Mas si los seres ya configurados encontraran excesiva la tensión que supone esa fértil metamorfosis que les hizo ser, podrían llegar a sentir atracción por el estado larvario. ¡Cuidado entonces si una rendija se abre! Pues ese repudio de la vida que la larva frustrada representa puede deslizarse y llegar a impregnar el exterior por entero.
Malestar en la civilización decía Freud, amenaza inherente a la civilización cabría decir. No se trata de depósito larvario de la vida animal, sino del ser de lenguaje, es decir, del ser marcado por única cosa que puede redimir del mal, precisamente por ser la única cosa capaz de generarlo: estas larvas metafóricas perduran como residuo o desecho forjado en el esfuerzo mismo por insertarse (no hay ser de palabra que no haya pasado por ello) en las formas de sociabilidad que son los ritos, la simbolización, el conocimiento y la reflexión sobre la singularidad del animal que realiza tales cosas. Residuo inevitable, como precio de la civilización misma, al igual que es imposible una emergencia sin excreción, o la conversión de todo el monto de energía disponible en efectivo movimiento.
La sorda presencia del depósito de larvas explica que a la menor quiebra en los equilibrios sociales, el repudio de nuestra condición (bajo forma de repudio de esa alteridad sin la cual simplemente el nudo de relaciones que constituye el ser humano no es posible), se traduzca en corrupción de la función esencial de la palabra. Cuando la existencia es cabalmente humana, es decir, cuando los principios rectores de la sociedad posibilitan la celebración festiva, el arte, el conocimiento y la reflexión sobre el propio destino, entonces el potencial larvario está neutralizado, mas en ausencia de tal fertilidad, cuando la vida cotidiana se distribuye entre trabajo mecánico (o ausencia del mismo) y vacío narcotizante, se incrementan exponencialmente las probabilidades de regresión hacia ese receptáculo de la excreción inevitable que supuso decir sía la razón y al lenguaje.
Y, efectivamente, el muro parece haberse fracturado. De ahí que la brutal ofensa a la dignidad (la violencia directa contra toda disposición política simplemente respetuosa de los imperativos básicos de la sociedad de los humanos) que suponen, mero ejemplo, los propósitos del nuevo icono americano, no conlleve para el protagonista precio alguno, no pueda perjudicarle en absoluto. Entiéndase bien que lo que ha cambiado es la oreja del oyente y no el contenido de los discursos, pues frases como las por él pronunciadas las habíamos oído muchas veces a uno y otro lado del Atlántico (1). Pero de Manila, a Amsterdam, y de Cracovia a Washington la oreja que escucha es otra, como señal de un cambio de la entera disposición de una gran parte de los ciudadanos; se ha impuesto simplemente una inercia hacia ese vertedero que quizás todos y cada uno de nosotros lleva dentro.
Y una vez más la inevitable pregunta: ¿qué actitud adoptar? Sin duda, en primer lugar, luchar contra la regresión: aun cerca de la cloaca, rechazar sin embargo la vieja complacencia en los hedores. Pero en segundo lugar un paso adelante, como han hecho tantos en las duras condiciones para la dignidad del espíritu humano que aquí otras veces he evocado. Por desazonadoras que sean las circunstancias, estas no deben ser coartada para que el hombre renuncie a su tarea esencial: conocer y simbolizar sigue siendo lo propio y lo serio, y por ello renunciando a la simbolización y el conocimiento el hombre renuncia simplemente a lo propio. Aunque sepamos que el mundo no está hecho a la escala humana, no podemos dejar de querer que así sea, sostenía André Malraux.
El origen del mundo es el título del famoso cuadro de Gustave Courbet que colgó un tiempo de las paredes de la casa de campo del evocado Jacques Lacan. Sólo el terco combate del espíritu puede evitar que el rostro que muchos periódicos situaron en portada el pasado nueve de noviembre pudiera ser contemplado como "el destino del mundo".
Víctor Gómez-Pin, La rebelión de las larvas, El Boomeran(g) 25/01/2017
(1)"¿Sidoso?(...)no es una palabra bella pero no conozco otra. Hay que decirlo, contagia por su respiración, sus lágrimas su saliva y su contacto" habría dicho en cierta ocasión el patriarca de los franceses de souche, cuya hija tiene por cierto un buen socio, al otro lado de los Alpes, en el presidente de la Lega Norte, quien no se contenta con atacar un colectivo diezmado por la enfermedad: "La Mafia en el norte [de Italia] está de más(...) ha llegado a nuestra casa sin quererla" Se supone que no es el caso cuando se trata del desahuciado Mezzogiorno, con cuyos habitantes cabe sin embargo un acuerdo ante la amenaza de parásitos mayores: "Reservar los dos primeros vagones a las mujeres que no pueden sentirse seguras por la agresividad y mala educación de tantos extra-comunitarios". Cabría multiplicar los ejemplos.
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