Avui resulta impossible l'experiència de la bellesa (Byung-Chul Han).

Resultat d'imatges de jeff koons balloon dog
Balloon Dog

Lo pulido, pulcro, liso e impecable es la seña de identidad de la época actual. Es en lo que coinciden las esculturas de Jeff Koons, los iPhone y la depilación brasileña. ¿Por qué lo pulido nos resulta hoy hermoso? Más allá de su efecto estético, refleja un imperativo social general: encarna la actual sociedad positiva. Lo pulido e impecable no daña. Tampoco ofrece ninguna resistencia. Sonsaca los «me gusta». El objeto pulido anula lo que tiene de algo puesto enfrente. Toda negatividad resulta eliminada.

Jeff Koons, que es el artista actual con mayor éxito, es un maestro de las superficies pulidas.

En Jeff Koons no hay ningún desastre, ninguna vulneración, ninguna quiebra, ningún agrietamiento, y tampoco ninguna costura. Todo fluye en transiciones suaves y pulidas. Todo resulta redondeado, pulimentado, bruñido. El arte de Jeff Koons es un arte de las superficies pulidas e impecables y de efecto inmediato. No ofrece nada que interpretar, que descifrar ni que pensar. Es un arte del «me gusta».

Jeff Koons dice que lo único que tiene que hacer el observador de su obra es emitir un simple «Wow!». Evidentemente, en presencia de su arte no son necesarios ningún juicio, ninguna interpretación, ninguna hermenéutica, ninguna reflexión, ningún pensamiento. Su arte se queda intencionadamente en infantil, en banal, en impertérritamente relajada, en un arte que se nos gana y nos desagravia. Está vaciada de toda profundidad, de toda abisalidad, de toda hondura. Su lema es este: «Abrazar al observador». Nada debe conmocionarlo, herirlo ni asustarlo. El arte —dice Jeff Koons— no es otra cosa que «belleza», «alegría» y «comunicación».

A su arte le falta aquella negatividad que impondría una distancia. La positividad de lo terso y pulido es lo único que activa el imperativo táctil. Invita al observador a la anulación de la distancia, a lo táctil o al touch. Pero un juicio estético presupone una distancia contemplativa. El arte de lo terso y pulido la elimina.

El imperativo táctil o el placer de lamer solo es posible en un arte de lo pulido vaciado de todo sentido. Por eso Hegel, que mantiene con énfasis que el arte tiene un sentido, restringe lo sensible del arte a los «sentidos teóricos, el de la vista y el del oído».[Lecciones de Estética] Esos son los únicos que tienen acceso al sentido. El olfato y el gusto, por el contrario, quedan excluidos del deleite artístico, y solo son receptivos para lo «agradable», lo cual no es lo «bello del arte»: «En efecto, el olfato, el gusto y el tacto se relacionan con lo material como tal y con las cualidades inmediatamente sensibles de lo mismo; el olfato con la volatilización material a través del aire, el gusto con la disolución material de los objetos, y el tacto con el calor, el frío, la dureza, etc.».[íbid] Lo pulido transmite solo una sensación agradable con la que no se puede asociar ningún sentido ni ninguna hondura: se agota en el «Wow!».

La vista guarda distancia, mientras que el tacto la elimina. Sin distancia no es posible la mística. La desmistificación convierte todo en degustable y consumible. El tacto destruye la negatividad de lo completamente distinto. Seculariza lo que toca. Al contrario que el sentido de la vista, el tacto es incapaz de asombrarse. Por eso la pulida pantalla táctil, o touchscreen, es un lugar de desmistificación y de consumo total. Engendra lo que a uno le gusta.

Como sucede con el smartphone, en presencia de las esculturas bruñidas y abrillantadas, uno no se encuentra con el otro, sino solo consigo mismo.

El arte abre un campo de eco en el que yo me aseguro de mí mismo y de mi existencia. Lo que queda totalmente eliminado es la alteridad o la negatividad de lo distinto y de lo extraño.
  
El mundo de lo pulido es un mundo de hedonismo, un mundo de pura positividad en el que no hay ningún dolor, ninguna herida, ninguna culpa.

El arte de Jeff Koons ejerce una sacralización de lo pulido e impecable. Él escenifica una religión de lo pulido, de lo banal; es más, una religión del consumo, al precio de que toda negatividad debe quedar eliminada.

En opinión de Gadamer, la negatividad es esencial para el arte. Es su herida. Es opuesta a la positividad de lo pulido. En ella hay algo que me conmociona, que me remueve, que me pone en cuestión, de lo que surge la apelación de tienes que cambiar tu vida:

Hoy resulta imposible la experiencia de lo bello. Donde se impone abriéndose paso el agrado, el «me gusta», se paraliza la experiencia, la cual no es posible sin negatividad.

Lo pulido es algo que a uno meramente le gusta. Carece de la negatividad de lo contrario.

Lo pulido

Byung-Chul Han, La salvación de lo bello, Herder, Barna 2015

Traducción Alberto Ciria.

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