L'hegemonia es construeix des de la zona gris.
En los años venideros habremos de pensar con mucho cuidado la psicología política de los votantes que ascendieron a los Trump y Macri a la presidencia y plausiblemente lo harán con gente similar a lo ancho del planeta en poco tiempo. La psicología política, la sociología y los estudios culturales deberemos realizar un trabajo interpretativo y explicativo tan urgente como el de la ciencia que estudia el cambio climático.
No es difícil adivinar que lo que ha impulsado a estos personajes han sido las alas de ciertos imaginarios que se han extendido al tiempo que lo ha hecho el capitalismo globalizado. Es menos sencillo entender cómo se han formado y cómo operan estos imaginarios. La teoría crítica que comenzaron Theodor Adorno y otros en el Instituto de Investigación Social de Frankfurt en los años treinta del siglo pasado fue el comienzo de una larga serie de intentos por responder a las preguntas que nos suscitan procesos como estos. Adorno sostenía que el capitalismo industrial cambió a un capitalismo de cultura de masas que se reproducía por el deseo de las masas más que por la represión política. Pero en su elitismo y desprecio por las "masas" nunca se preguntó por los mecanismos del deseo con los que se había construido este capitalismo. Seguramente para él las masas poco ilustradas eran un material fácilmente maleable cuyo control no exige las sofisticadas habilidades que exige una suite de Paul Hindemith.
Se equivoca Adorno cuando piensa así y cuando cree que la única forma de resistencia es retirarse a escuchar a Hindemith. Los materiales con los que se construye la cultura popular del cine de los blockbusters, de las series de televisión, de los best-sellers y de los libros de autoayuda son los materiales con los que se elabora a la vez la dominación y la resistencia. Esa equivocación ha sido una de las más desastrosas de los últimos cien años. Nos ha impedido comprender la génesis de los imaginarios y el modo por el que se producen las hegemonías culturales. Es curioso, pero cuando Pablo Iglesias Turrión le entrega al rey Felipe VI un paquete de cedés con la serie Juego de Tronos, algunas personas vieron en el hecho un gesto de rebeldía política. Para mí no lo fue, todo lo contrario. Recordé el gesto de Justino de Nasau en La Rendición de Breda de Velázquez. Me pareció, efectivamente, un gesto claro de rendición: "Su Majestad, le entrego aquí esta serie que me fascina y en la que encuentro claves de la nueva política, pero no entiendo por qué me fascina ni por qué series parecidas fascinan a tanta gente. Intentaré hacer política acomodándome a los modos de estas series sin saber por qué son tan efectivas". O algo así fue lo que debió pasar por su cabeza. Hay que cambiar el signo de la hegemonía, se decía, aunque no conozcamos los mecanismos que la han producido. Hay que hacer política con las armas del adversario sin conocer la técnica que las hizo posible.
Jorge Alemán sabe que hay que bucear en los mares del deseo para comenzar a repensar esta historia desde el comienzo. Pero el lenguaje lacaniano de este autor es un instrumento de difícil manejo para el estudio fino del mundo cultural contemporáneo y posiblemente sea un aparato que se dé a sí mismo respuestas demasiado rápidas y fáciles que surgen de su aparato teórico omni-explicativo. Necesitamos más trabajo empírico, en el estudio cuidadoso de los productos de cultura de masas, y también nuevas teorizaciones sobre el relato del best-seller y la autoayuda. Son más interesantes los libros de Eva Illouz, la autora que me parece más profunda y brillante en el estudio de los fenómenos culturales contemporáneos.
En Erotismo de autoayuda, Eva Illouz ha desplegado un análisis luminoso del best-seller Cincuenta sombras de Grey. Lo ha hecho con una mirada cercana a las mujeres que se acercan a esta novela y se identifican con el personaje femenino: una mujer autónoma, culturalmente sofisticada, que acepta someterse a las manipulaciones sadoeróticas de Grey y, a través de ellas enamorarlo y liberarlo de los traumas que produjeron su donjuanismo. Illouz nos dice que sería una tontería juzgarlo como un libro contrafeminista que predicase la sumisión femenina. Negarse a entender por qué funciona es negarse también a entender por qué tantas mujeres que no son idiotas lo compran y leen.
Zona gris: porque eso es lo enjundioso (Fifty Sadhes of Grey, en inglés significa también "cincuenta matices de gris). Juan Mayorga sostiene en Elipses, un libro de ensayos en los que explica su concepción de su teatro, que la buena dramaturgia nace en la zona gris, esa zona donde se difuminan los juicios morales y nos cuestiona directamente a nosotros, espectadores. Cuenta el caso difundido por los periódicos en que un salvaje propina una paliza a alguien en el metro y es grabado por la cámara. Ahí hay tragedia pero poco material literario. Es el espectador, cuya sombra aparece en la cámara, huyendo de la escena, donde comienza la historia posible. ¿Quién es ese espectador? ¿Por qué se quedó quieto y no ayudó a la víctima?... (luego se supo que era un emigrante sin papeles, que tendría que haber dado explicaciones a la policía de haber reaccionado de otra forma). Zona gris.
La hegemonía se construye en la zona gris. Los mecanismos por los que elabora el imaginario que produce efectos políticos trabajan en la zona gris, como la obra de la británica E.L.James, una obra que, por cierto, pertenece al mismo ciclo político en el que vivimos y el que ha ascendido a Trump con el voto de mujeres (no las que ayer estaban en la manifestación de Washington (¿o sí algunas?) y de trabajadores de Detroit y sitios similares. Los imaginarios que actúan en estas decisiones, y estas decisiones mismas, son productos de articulaciones profundas de la zona gris.
Disfrutar leyendo un bestseller y votar en una votación presidencial son, ambas cosas, procesos y acciones en las que una persona trata de resolver sus incertidumbres y ansiedades identificándose con los personajes que aparecen en el texto o en las pantallas de los telediarios. Sería una locura teórica y práctica despreciar al sujeto de lectura o político por esa identificación, como si fuese ciego a las sombras de la zona gris de esos personajes. ¿Acaso las mujeres americanas que votaron a Trump no notaron la repulsión de esos pelos pintados, esa boca despreciativa y esas tripas salientes que sus bien cortados trajes no pueden ocultar? ¿Acaso no sabían de su machismo y maltrato? ¿Acaso no sabían al leer Cincuenta sombras que el musculoso Grey era un jilipollas? ... Ir por ese camino es caminar a situarse en la zona exquisita de los puros donde se asienta la izquierda maravillosa que nunca comete errores (y nunca será votada por esas mujeres).
No voy a responder (ojalá pudiese) a estas preguntas centrales para la psicología política contemporánea. Pero es en ellas en las que hay que bucear para encontrar las respuestas a las nuevas formas políticas. Ello permitiría explicar, de paso, también las cegueras de la izquierda a sus propias contradicciones, y sus incapacidades para superar el autoritarismo.
Quienes, siguiendo otro camino, crean que la democracia radical, la radicalización de la democracia, es el único modo de salvarnos de la amenaza definitiva, de cuidarnos unos a otros de los peligros que nos amenazan, no pueden sentirse fuera de la zona gris. No son/somos mejores ni peores que quienes votan a Trump y leen a E.L.James. Si acaso, y no es poco, su mejor disposición está en investigar con más cuidado lo que nos pasa, en investigarse a sí mismos cuando leen, votan o viven con una pareja que también habita en la zona gris.
La lucidez y la democracia sobreviven o caen juntas. Investigar la zona gris desde la zona gris. La incertidumbre desde la incertidumbre. El miedo desde el miedo. La necesidad de ser cuidados desde la necesidad de ser cuidados. La búsqueda de sentido desde la búsqueda de sentido.
Fernando Broncano, Sombras en la zona gris, El laberinto de la identidad 22/01/2017
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