El pacte com a condició de possibilitat de l'Estat Modern (José Luis Pardo).
Thomas Hobbes |
Resulta algo pretencioso creer que se formula una objeción contra el “pacto
social” cuando se insiste simplemente en su imposibilidad fáctica o en su
inverificabilidad histórica (…)
Nadie –y Hobbes menos que nadie-
pensó nunca que el pacto social fuese un hecho ocurrido en algún momento del
tiempo o en algún lugar del espacio social. El hecho histórico ante el que Hobbes se encuentra en su contexto
histórico es el surgimiento del Estado moderno o el nacimiento del poder
público.
Hobbes no es un historiador, sino un filósofo, y lo que
suscita su esfuerzo teórico es la evidencia de que el pensamiento político de
su tiempo era incapaz de explicar este hecho histórico.
Hay un paralelismo objetivo entre la situación en la que se encuentra Hobbes con respecto a la política y la
que afrontará un siglo después Kant
con respecto a la física matemática. La ciencia moderna era, en tiempos de Kant, un hecho histórico innegable que,
sin embargo, la filosofía de su época era incapaz de explicar.
Lo que resultaba inexplicable de la física y de la matemática modernas era
el tipo de universalidad y necesidad que representaban sus leyes: quien dice
que “todos los triángulos tienen 180º” no lo hace porque haya visto muchos triángulos y haya llegado a la
conclusión (que nunca podrá ser necesaria, pues la experiencia por definición
siempre es incompleta), y no tiene que esperar a que se dé empíricamente
ninguna cosa triangular para estar seguro de su aserción; el “todos” que
cualifica su afirmación no es la suma de muchos casos particulares, sino la condición para que esos casos
particulares puedan darse como tales en la experiencia. ¿De dónde podía salir
esa capacidad de legislar universalmente acerca de la naturaleza? No podía, de
ningún modo, emanar de los meros hechos que se suceden en el curso del tiempo.
Ocurre algo parecido en el caso del Estado moderno: lo público –en el sentido
de “voluntad general” o de “poder público”- no surge como resultado de acumular
voluntades o poderes particulares. A fuerza de sumar voluntades o poderes
particulares lo que obtendremos será lo que Hobbes llamaba una multitud,
es decir, una aglomeración incapaz de hablar con una voz única o de moverse en
un único sentido, sin voluntad política definida y sin personalidad jurídica
propia. Una concentración de sujetos particulares nunca es un pueblo en el
sentido moderno del término.
La pregunta de Hobbes (“¿cómo es
posible que los hombres puedan pasar de ese estado de multitudo que comporta una pluralidad ingobernable de intereses
contrapuestos al estado de populus
civil y política, con una sola voluntad general, con una sola ley, que se constituye
en la única autoridad suprema?”), como la de Kant, no se sitúa en el terreno de los hechos.
No se puede situarse en él porque en ese terreno el problema es
irresoluble.
Lo que había históricamente antes del nacimiento del poder público no permite
explicar, por evolución gradual, la emergencia del Estado de derecho. Cuando
aún no había Estado, existía no obstante todo aquello que Aristóteles situaba cronológicamente antes de la polis, según hemos
recordado: la familia, las alianzas militares o comerciales, la tribu … o sea “la
sociedad”.
Hobbes, ya lo hemos dicho, no es un historiador, y por
tanto no describe los “hechos” anteriores a la aparición del Estado moderno,
sino que intenta elevarse hasta las condiciones de posibilidad que hacían interminables
aquellas guerras (demoledores guerras de religión entre dinastías europeas de
origen feudal, animadas por la autoridad moral de los teólogos sobre los
monarcas), de tal manera que todas esas cosas que hay “antes del Estado”
(familias, confesiones religiosas, tribus, dinastías, alianzas militares o
coaliciones comerciales, y que permiten y hasta fomentan ese juego de amigos y
enemigos que es la guerra (y, según Schmitt,
la política), son, sin embargo, incapaces de producir la paz (que, para Hobbes, es la condición de la
política). De ahí surge la “ficción” de un “estado de naturaleza” que se
derrumba por su propia insostenibilidad, por la imposibilidad de fundar un
orden político estable y sólido. (…) Hobbes
construyó su “estado de naturaleza” y de guerra generalizada de todos contra
todos por el procedimiento de llevar (imaginariamente) al límite la situación
fáctica vivida por Europa en la época de la Guerra de los Cien Años.
Si Schmitt (El Leviatán en la teoría del Estado de Thomas Hobbes), claro
partidario del “estado de naturaleza” como territorio de la política, no quiere
aceptar del todo la versión hobbesiana del mismo es porque en ella, no obstante
la ferocidad de la guerra que se libra, no funciona su definición de la
política a partir de la contraposición entre amigo y enemigo.
La “ficción” de Hobbes, que
expresa a la perfección las condiciones de posibilidad del hecho histórico de
las guerras de religión, pone al descubierto lo que en realidad se esconde en
esa contraposición que Schmitt
considera definitoria de lo político como antonomasia. Pues claro está que en
el estado de naturaleza hay enemigos: de hecho, hay demasiados enemigos, ya que
todos los hombres lo son, al menos potencialmente; pero también hay un montón
de amigos, pues allí donde “amigos” significa “amigos políticos”, es decir,
correligionarios, compatriotas, camaradas y, en definitiva (dado el predominio
de la relación de guerra como extremo definente), aliados, es igualmente cierto
que todos los hombres son también “amigos potenciales”, es decir, posibles
aliados en la lucha contra otro u otros hombres. De esta manera, Hobbes pone de manifiesto la enorme
fragilidad –y, en suma, la insostenibilidad a largo plazo- de esa configuración
que para Schmitt constituye el colmo
de la solidez política. Se puede cambiar constantemente de amigos y de
enemigos, como también sucedía en las “guerras de religión” de la Europa
postfeudal.
La dificultad filosófica (cuya
magnitud no es posible exagerar) de “pasar” del estado de naturaleza al estado
político expresa, en el plano de las condiciones de posibilidad, la dificultad
histórica de pasar de las guerras de religión “bárbaras” a la paz política del
Estado de derecho. Que no hay progreso paulatino ni evolución gradual de las
unas a la otra es lo que Hobbes
muestra cuando enseña que el orden civil
no tiene ningún fundamento en la naturaleza, que en él la naturaleza (y por
tanto todo lo anterior al pacto, incluyendo las “comunidades” y “los órdenes
jurídicos concretos” de la sociedad medieval) sólo puede ser concebida como una
anterioridad rigurosamente irrecuperable, como aquello que ya no hay, aunque su carácter irrecuperable no haga de ella una
nada, sino justamente la anterioridad a la que no se puede retornar y que constituye
como tal un pasado inamovible, la “antigüedad” con respecto a la cual la
modernidad se dice modernidad.
Y esto es así hasta tal punto que lo que sucede en la “fábula” de Hobbes no es que haya una “transición”
del estado de naturaleza al estado civil, sino que el estado de naturaleza, por
su propia dinámica interna, se viene abajo y queda completamente arruinado,
revelándose como insostenible u haciendo que, por tanto, de él –como en las
antiguas civilizaciones desaparecidas- no puedan quedar más que ruinas. La naturaleza, por así decirlo,
crea el problema (la guerra de todos contra todos), pero no arbitra una
solución (no hay ninguna clase de “paz natural”, y lo más parecido a la paz que
se da en la naturaleza es el estado de sumisión transitoria o de terror creado
por la victoria provisional de uno de los contendientes.
En el estado de naturaleza de Hobbes
la guerra no solamente no es excepcional, sino que es la quintaesencia misma de
la normalidad y, por el contrario, es la paz civil la que aparece como un
milagro y como una formidable anomalía (de hecho, como algo cuya mera
posibilidad la naturaleza parece excluir). O, dicho de otro modo, el estado de naturaleza de Hobbes es
exactamente el estado de excepción de Schmitt, el estado de guerra perpetua
que, por su propia lógica y del mismo modo que la “verdad inconfesable” de las
relaciones de violencia incoercibles de los “realistas” políticos, se derrumba
por su propia inconsistencia y acaba revelando su carácter insostenible.
Política sin amigos
José Luis Pardo, Estudios
del malestar. Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas,
Anagrama, Barcelona 2016
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