perdó


Cuando Karl Jaspers planteó, en 1946, la cuestión de la culpa moral y política, lo hizo a sabiendas de que el Tribunal de Núremberg iba a hacerse cargo de la culpa legal, es decir, iba a juzgar a los grandes delincuentes nazis por crímenes contra leyes determinadas, pero entendió que el futuro democrático de Alemania dependía de que se reconociera una culpa moral, que no se ventilaba en los tribunales de justicia, porque lo decisivo no era el atentado a una ley, sino a la humanidad del asesino y de la sociedad cómplice. Para un nuevo tiempo político era capital la elaboración de la culpa moral porque eso propiciaba un cambio interior que era decisivo.

La irrupción de la culpa moral en el debate político es una novedad que ha ocurrido en la medida en que las víctimas se han hecho visibles. Mientras fueron invisibles, los actores del fenómeno terrorista eran el Estado y los terroristas. Como lo importante era la vida de los vivos, el Estado recompensaba la renuncia a la violencia con el olvido. Los terroristas lo sabían y apostaban fuerte por la amnistía. Con la visibilización de las víctimas hemos aprendido que la calidad de vida entre los vivos depende de la justicia que hagamos a los muertos. Se acabó lo de poner el contador a cero.(...)
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Lo cierto es que una vez alcanzado ese punto de culpabilidad moral, se abre el camino para el arrepentimiento que no tiene que ver con la renuncia a ideas políticas, sino con los hechos cometidos en nombre de esas ideas. Uno llega al arrepentimiento al constatar que el tiro en la nuca no te convierte en un héroe, sino en un asesino que mata al otro y se hace daño a sí mismo. Entonces desea que aquello no hubiera ocurrido. Descubre que su vida depende de la vida negada, por eso lamenta lo ocurrido.

En el encuentro que sostuvo Roberto Manrique, víctima del atentado contra Hipercor, con Rafael Caride, uno de los autores de la masacre, este se negó a pedirle perdón, porque, decía él, “al no ser creyente, carecía de sentido”. Digamos que el perdón, como la culpa y el arrepentimiento, tienen pedigrí religioso, pero como tantas otras figuras políticas. Eso no significa, sin embargo, que no se pueda hablar políticamente del perdón, entendido ahora no como ofensa a Dios, sino como solicitud del victimario a la víctima de una segunda oportunidad. Lo que realmente pide es la posibilidad de demostrar a la víctima que puede mostrarse de otra manera para con ella porque él, el autor confeso del crimen, es más que su crimen. Puede ser de otra manera. Claro que la víctima está en su derecho de negarse, pero también es lógico que quien se sienta culpable y arrepentido demande la gracia de demostrar que puede comportarse humanamente y pertenecer al mundo de la vida democrática que él quería destruir al asesinar a ciudadanos de ese mundo.

Reyes Mate, El sentido cívico de la culpa, El País, 09/07/2012

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