La psicologia del poder.


La dimisión de la cúpula de Barclays, y muy especialmente de su consejero delegado, Bob Diamond, ha vuelto a poner de relieve que la codicia es uno de los orígenes de la crisis financiera, que los cambios en el cerebro pueden reforzar esta codicia, y que estos cambios pueden tener como origen el ejercicio del poder y la riqueza.

Diamond fue uno de los artífices de la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008. El sábado 13 de septiembre se reunieron en la sede de la Reserva Federal de Nueva York el presidente de esta última, el secretario del Tesoro y el presidente de la SEC (equivalente a la CNMV), para decidir como abordar la bancarrota de Lehman Brothers. Invitaron a varios altos cargos en instituciones financieras de Wall Street. No se pusieron de acuerdo. Al día siguiente, decidieron que Diamond se uniera a ellos. Pero este siguió una clara estrategia de dejar caer a Lehman Brothers (lo que la Administración Bush apoyó). Barclays lo compraría una semana después de la catástrofe a bajo precio, convirtiendo al banco inglés, y a Diamond, en un "auténtico jugador en Wall Street". Lo cuenta un excelente relato, y retrato de Diamond, que publicó Tom Junod poco después en la revista Squire. El propio Diamond reconocería que, efectivamente, el sector financiero había estado en el origen del crash y de la Gran Recesión que provocó. Pero que, bueno, había que dejar a los bancos volver a su tarea, la de "hacer dinero". Ahora ha tenido que dimitir ante la acusación de que Barclays manipuló el Libor (el tipo de interés interbancario en el Reino Unido), aunque ayer declaró que sólo se había enterado unos días atrás, y se desdijo de su insinuación de que su banco había actuado al respecto con, como poco, el conocimiento del Banco de Inglaterra. ¿Es Diamond una víctima de su propia codicia?

El pasado 1 de julio el New York Magazine, en un excelente reportaje de Lisa Miller, rescataba los resultados de una investigación publicada unos meses atrás por Paul Kiff y otros científicos de la Universidad de Berkeley, según la cual el dinero deshumaniza. El ejercicio del poder y el dinero tiende a cambiar de forma permanente, a reprogramar, el cerebro llevando a posiciones  más alejadas de la ética. Cuanto más poder y dinero menos empatía. La explicación básica es que el dinero y el poder acrecentan la producción de testosterona, lo que a su vez  genera más dopamina, lo que produce placer al cerebro, y este tiende a buscarlo aún más. La codicia lleva a más codicia para satisfacer al cerebro, produciendo cambios de carácter permanente.

Según Piff, que recuerda que ya Platón y Aristóteles situaban la codicia en la raíz de la inmoralidad personal, la gente de distintos estratos sociales tiende a tener distintos comportamientos éticos. Por ejemplo, de acuerdo con el tipo de coche que conducen, al menos en este estudio en EE UU, los más pudientes están más dispuestos a saltarse el código de la circulación. O el hecho de que la gente que se siente más poderosa tiende a hacer más trampas cuando creen que no son observados. También ha recogido este y otros estudios Ian Robertson en The Guardian bajo el título de “los banqueros y la neurociencia de la codicia”.Otra investigación de Joris Lammers y Diederik Stapel coincide en que la manera de pensar cada cual sobre el poder afecta a la manera de resolver dilemas morales. Más poder, según esto, tiende a llevar a pensar de forma deontológica, sobre si se violan o no las reglas o las leyes, mientras que los que ejercen menos poder tienden a priorizar las consecuencias, el resultado, de las acciones.

Pero estamos en el mundo financiero el de los amos del universo, que creen que gira a su alrededor. El poder y la búsqueda de ganancias a cualquier precio, según estas tésis, les hace arriegarse en la búsqueda de más satisfacciones de todo tipo, financieras o sexuales.  Tras décadas de desregulación financiera, insiste Robertson, "los cerebros de toda una industria financiera se han bloqueado en este modo neurológico”.
Los dirigentes de los grandes bancos a menudo tienen más poder que muchos políticos. Aunque los dirigentes políticos, cuando han alcanzado la cúspide, también verían afectados sus cerebros. Por eso, quizás, los que han llegado a jefe de Estado o de Gobierno, aunque no lo quieran, acaban a menudo distorsionando su personalidad, y convirtiéndose en seres distintos al resto.

Es famosa la frase de Lord Acton de que "el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente". Lo que no sabíamos es que lo que de verdad corrompe es el cerebro de los que lo ejercen.

Andrés Ortega, Adictos a la codicia, Luces largas, 05/07/2012

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