Egocentrisme i neurociència.
Sin duda que, de alguna manera, los seres humanos nos consideramos el centro
de todo lo que nos rodea, pues el yo está en el corazón de toda alegría,
bienestar, satisfacción, sufrimiento, agresión, violencia, percepción o
creencia. Todo está referido a ese yo pienso, yo creo, yo siento, yo tengo. Y es
alrededor de ese yo que giran tantos placeres. Y por supuesto que no hay que
hacer mucha filosofía para alcanzar a saber que cuando nos miramos al espejo o
en una fotografía, buscamos gustarnos a nosotros mismos. O esperamos recibir
agrado en la cara que ponen los demás o en sus palabras cuando hablan de
nosotros mismos. Nos halaga, nos gusta, nos produce placer cuando nos dicen que
vestimos bien, que hablamos bien, que estamos guapos y atractivos. Que somos
inteligentes, sagaces, capaces y que se nos escucha con gusto cuando hablamos. Y
claramente todo esto habla de cuánto nos complace todo ello. Tanto nos queremos
y gustamos a nosotros mismos y tan viejo es ese querer y tan obvio es, que hasta
se refleja claramente en la religión del aparente altruismo, cuando en los
evangelios se dice "Quiere a los demás como a ti mismo" (que supuestamente es lo
que más quieres en este mundo).
Todo esto se refuerza además con los resultados de muchos estudios que
señalan que una buena parte de cualquier conversación normal está dedicada a
hacer referencia al yo del que habla y tantas veces más, cuando se escucha
hablar al otro, en la constante interrupción al interlocutor para poner de
manifiesto nuestro yo en el tema de que se trate, aún siendo temas bastante
específicos. Pero es ahora, lejos de las especulaciones o las observaciones
psicológicas, que con las nuevas técnicas de imagen cerebral se ha venido a
descubrir que cuando a la gente se le habla de sí misma o escucha hablar de ella
con halago, pero no de otras personas o cosas "neutras", se activan en el
cerebro las mismas áreas o circuitos neuronales que se activan cuando a un
individuo hambriento tiene la posibilidad de comer un buen plato de comida o
ante la expectativa de una relación sexual deseada, se siga o no de su
realización física. Es decir, el yo, y su representación cerebral, viene
codificado con placer, lo mismo que las conductas más biológicamente placenteras
que mencionamos antes y por las que luchamos y trabajamos y ganamos algún
dinero. ¿Acaso todo esto no es lo que nos conduce a hacer cosas sin más
recompensa que aquella, aparentemente tan simple, de que se hable de nosotros
mismos? ¿Acaso todo esto no es, por ejemplo, el substrato genial último con el
que Arianna Huffington creo su periódico?
Francisco Mora, ¡Yo me gusto, tú te gustas, él se gusta!, El Huffington Post, 03/07/2012
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