Spinoza, pensador materialista.
Filósofo, excelente escritor, profesor de filosofía, Juan Pedro García del
Campo es un especialista en la filosofía del autor de la Ética, sobre
cuya obra realizó su tesis doctoral. García del Campo ha investigado en la
tradición materialista y en el pensamiento revolucionario de los siglos XIX y
XX. Ha traducido a Raul Vaneigem (Aviso a los vivos sobre la muerte que los
gobierna... y Aviso a escolares y estudiantes) y a Louis Althusser
(Marx en sus límites), y ha publicado artículos en revistas
especializadas sobre Descartes, Hobbes, Marx, Negri, los situacionistas o el
mismo Spinoza. Entre sus últimas publicaciones cabe destacar El individuo
compuesto en la filosofía política de Spinoza, Construir lo común,
construir comunismo, y Opaco, demasiado opaco. Materialismo y
filosofía. Muy recientemente ha publicado en la editorial Montesinos,
colección Biblioteca de divulgación temática, Spinoza o la libertad. Este
libro es el motivo central de nuestra conversación.
Spinoza o la libertad es el título, el hermoso título, del último libro
que has publicado. ¿De qué libertad hablas en tu ensayo?
¿De qué libertad? De la única real o, si quieres, de la única que hay: de esa
libertad que consiste en aumentar la capacidad individual y colectiva de
actuación (de actuación no-sometida: ni a las fuerzas naturales que nos superan,
ni a las decisiones o intereses de otros hombres ni, por supuesto, a estructuras
y formas de relación social que se sustentan en el sometimiento al poder de
otros o a cualquier tipo de principio absoluto –ya sea religioso o de otro tipo-
que hay que obedecer necesariamente).
Por decirlo con el lenguaje del propio Spinoza, la libertad que consiste en
el aumento de la potencia (individual y colectiva), en el aumento de nuestra
capacidad o de nuestro “poder” de actuación. Si quisiéramos expresarlo en un
lenguaje totalmente comprensible (aunque menos “técnico”), diríamos que se es
más libre cuantas más cosas se pueden hacer.
¿Por qué esa disyuntiva no excluyente? ¿En qué sentido fue Spinoza el o
un filósofo de la libertad?
Spinoza pensó siempre desde una apuesta básica por la libertad... que
necesariamente es también una apuesta por la liberación frente a las
imposiciones o frente a la impotencia. No es sólo que en su vida tomara
decisiones en salvaguarda de su libertad de pensar que cualquiera, hoy mismo,
consideraría altamente dignas (pienso en su famoso rechazo de una cátedra de
filosofía para no ver comprometida en ningún grado su libertad de expresión)
sino que su filosofía es también el resultado de una toma de postura teórica
contra toda superstición y contra toda forma de sometimiento. Una toma de
posición, además, que es plenamente explícita y que produce una de las más
fructíferas aportaciones al pensamiento de la liberación (aunque sólo fuera
porque Spinoza se niega sistemáticamente a “contarse cuentos”: tanto en lo
teórico como en lo directamente político)
Tú sabes que buena parte de la tradición filosófico-política ha hablado de la
libertad en un sentido bien distinto al spinoziano, entendiéndola como libertad
de la voluntad (lo que se ha llamado libre albedrío) o como afirmación de la
primacía del individuo frente a los demás (pensando que la libertad de los demás
es el límite de la nuestra propia). Sin embargo, Spinoza abandona explícitamente
estas dos perspectivas y, además, lo hace de una manera muy clara... casi de
forma “militante”: no sólo porque insiste (tanto en el Tratado
Teológico-Político como en el Tratado Político) en que el cauce por
excelencia para el aumento de la potencia es la vida en sociedad, en una
sociedad que permita satisfacer las necesidades que los individuos aislados
nunca podrían cubrir, sino porque, sin ningún tipo de equívocos, desmonta la
creencia en el libre albedrío, una creencia que deriva de la ignorancia de las
causas que necesariamente nos llevan a actuar como actuamos –al igual que las
demás cosas de la naturaleza- y de la que proceden buena parte de los prejuicios
que amalgaman el sometimiento.
En la Ética, Spinoza insiste en que el supuesto del libre albedrío
impide un conocimiento adecuado del funcionamiento del mundo y de la situación
del hombre en él, tanto de su precariedad constitutiva como de las posibilidades
de liberación que sin duda posee... y eso reproduce la impotencia y la
servidumbre
Por eso, porque en Spinoza hay un rechazo explícito (y militante, insisto)
del libre albedrío y una insistencia en que todas las actuaciones humanas vienen
determinadas por causas que se pueden encontrar y desde las que puede explicarse
su actuación... resulta casi un lugar común pensar en Spinoza como un autor en
cuyo pensamiento no hay ningún lugar para la libertad. Así aparecía hasta hace
poco en los manuales y en los libros de texto de filosofía, como un simple
“determinista” negador de la libertad. Bueno... pues precisamente esa
precomprensión es la que quería poner en cuestión desde el mismo título del
libro.
Así, pues, Spinoza negaría la ilusión del libre albedrío pero no
rechazaría la libertad…
Spinoza niega el libre albedrío y rechaza pensar la actuación humana desde
los supuestos individualistas del liberalismo... pero eso no significa que en él
no hay lugar para la libertad; más bien todo lo contrario: es justamente porque
rompe con los supuestos básicos de un liberalismo que en el siglo XVII está
formulando sus principios prácticos y teóricos y, además, porque se niega a
entender al ser humano como una entidad diferenciada del resto de la naturaleza
por lo que Spinoza puede pensar (y nos permite pensar) una libertad que consiste
en liberación, en aumento de potencia... y que necesariamente tiene que trabarse
políticamente en una sociedad organizada democráticamente, esto es, sin
sometimientos personales o estructurales. Spinoza -¡sólo faltaba!- no es el
único autor que nos permite avanzar por esa vía, pero sí es uno de los que la
recorren de manera más decidida.
Hablabas hace un momento de su rechazo a una cátedra de filosofía “para
no ver comprometida en ningún grado su libertad de expresión”. ¿Podrías
explicarnos algo más de este rechazo?
Sí, claro: se trata de un asunto muy conocido y muy citado. En febrero de
1673 recibió en La Haya una carta de J. Ludovico Fabritius que, en nombre del
“Serenísimo Príncipe Elector Palatino, mi (su) Clemente Señor” pedía a Spinoza
que aceptase un puesto de profesor en la Academia de Heidelberg. Tanto Fabritius
como el Elector Palatino sabían qué y a quién le estaban haciendo el
ofrecimiento... y era tan sólo seis meses después de que fuesen asesinados los
hermanos de Witt... y eliminado el gobierno “republicano” que Spinoza defendió
frente a la alianza orangista-calvinista. La carta añade que como profesor le
sería concedida la más amplia libertad de filosofar... porque el Elector está
seguro de que no abusará de ella para perturbar la Religión públicamente
establecida.
La respuesta de Spinoza es clara: aunque agradece el ofrecimiento, debe
rechazarlo porque, primero, nunca ha tenido intención de enseñar en público y
porque, segundo, “no conozco los límites a los que debe restringirse mi libertad
de Filosofar, para que no parezca que quiero perturbar la Religión
establecida”.
Tanto el ofrecimiento como el rechazo del puesto en Heidelberg han sido, como
digo, muy comentados (sobre todo por comparación con la actitud totalmente
diferente que después tendrá Hegel)... pero no deja de ser una anécdota en una
trayectoria vital en la que hay, en el mismo año 1673, acontecimientos en torno
a Spinoza que no dejan de ser hasta cierto punto misteriosos, como la visita que
hizo para entrevistarse con el gran Condé al cuartel general de las tropas
francesas que pretendían ocupar Holanda...
El asunto tiene cierta importancia a la hora de considerar la manera en que
Spinoza entiende su apuesta filosófica... sobre todo si fuera cierto –cosa en
absoluto clara- que se puede atribuir a Spinoza la autoría de una carta en la
que, al parecer, pediría a Magalotti su intermediación ante el gran Duque de
Toscana para que le concediera asilo político en Livorno. Pero, tanto si es
cierta esa petición como si no lo es, a principios de 1673 Spinoza debía ver el
curso de los acontecimientos con una enorme preocupación... y sin embargo no
podía dejar de ver los peligros que la enseñanza pública de la Filosofía podría
ocasionarle, dado que no estaba dispuesto a renunciar a exponer sus propias
concepciones.
Inicias la presentación señalando que la filosofía de Spinoza se ha
convertido, en las discusiones filosóficas de las últimas décadas, en un “punto
de partida”, como “si nada pudiera ser dicho sin llevar incorporada de algún
modo una apropiación previa de su obra”. ¿Por qué crees que es así? ¿Qué
singulariza ese pensamiento para ostentar ese atributo tan destacado? ¿Por qué
en las últimas décadas precisamente?
Sí es cierto que se ha producido en las últimas décadas una especie de
renacimiento del interés por la obra de Spinoza. Y lo más significativo es que
no se trata simplemente de un interés erudito o “puramente” filosófico sino, más
bien, de un interés que se asienta en perspectivas claramente políticas y,
además, claramente “radicales”. En los alrededores de 1968 –y esa coincidencia
no puede ser pensada como pura casualidad- se asiste a una recuperación y
renovación de las lecturas de Spinoza sobre todo en Francia a partir de estudios
de autores como Matheron y Deleuze y, a partir de ahí, buena parte del
radicalismo de izquierdas europeo (y no sólo europeo) se lanza a devorar sus
obras y a extraer de ellas consecuencias teóricas y políticas de primer orden.
No sólo Althusser sino también Macherey, Moreau, Balibar... y después otros como
Bove, Tosel o, en la derivación italiana, el propio Negri y sus seguidores.
Se trata de una perspectiva novedosa de acercamiento al pensamiento de
Spinoza: no tanto para leerlo como uno de los filósofos de la tradición
racionalista sino, más bien, para ver en él los elementos de ruptura con las
tradiciones de pensamiento que a partir del XVII articulan el modo liberal y
burgués de ver el mundo. La lectura de Spinoza se empieza a hacer más en clave
política que en clave metafísica y, curiosa y felizmente, en ese tránsito se
viene a descubrir que buena parte de las lecturas “metafísicas” que había hecho
la tradición entre los siglos XVIII y XX estaban claramente marcadas por un
sesgo interpretativo que ocultaba una anomalía radical del pensamiento: allí
donde se leía panteísmo se descubría ahora ateísmo radical y allí donde se leía
metafísica rancia y académica (con demostración de la existencia de Dios
incluida) se descubría una apuesta radical por la inmanencia ontológica y por la
inmanencia explicativa: por el materialismo.
El no contarse cuentos que decías antes.
Exacto. En lo estrictamente político esta nueva perspectiva de lectura,
además, da pié a un descubrimiento de la mayor importancia: que es posible
pensar la subjetividad y la individualidad al margen del presupuesto burgués de
los sujetos libre-iguales y excluyendo las mistificaciones liberales de la
actuación individual y de la libertad misma (tanto en lo que atañe a la
consistencia de la cooperación y de la sociedad como a cuestiones como la ética,
el derecho... o la propia democracia).
Ahora bien, ¿a qué se debe ese “viraje spinozista”? Debo reconocer que me
planteas una cuestión que es difícil responder de manera simple. Sobre todo
porque simplificar en ella puede provocar algún malentendido (teórico-político)
que quisiera evitar firmemente. Intentaré darle una respuesta que,
evidentemente, sólo puede ser provisional...
Hazlo, Juan Pedro, si te parece. Entendemos el carácter provisional de
tus palabras.
Sinceramente, creo que no es descabellado pensar lo que ha sucedido en las
últimas décadas del siglo pasado en el campo de batalla de la filosofía
(Althusser, de quien tomo la fórmula, recordaba ya que no era una expresión
suya... y que fue utilizada, entre otros, por el propio Kant) como resultado de
una cierta crisis del pensamiento crítico-revolucionario y de la práctica
política en la que toma cuerpo. No es sólo –ni fundamentalmente- una crisis
teórica... sino que está profundamente enraizada en la evolución sistémica del
capitalismo. Déjame que sitúe un poco la cuestión recordando cosas que todos
sabemos. Las diversas y múltiples formas de agitación social que se producen en
torno a 1968 son, pienso yo, distintos síntomas de esta transformación: el
desarrollo del tantas veces referido “estado del bienestar” ha terminado por
cambiar la faz del propio capital que... deja de tener en la fábrica (en la
producción fabril, si se quiere) su principal motor, para dar paso a una
situación en la que el conjunto de las relaciones sociales, las tradicionalmente
consideradas (re)productivas (si quieres, en términos más tradicionales podemos
hablar de las parcelas de la “circulación”, del sector de los servicios o,
incluso... de la actividad propia de las esferas “superestructurales”: los
teóricos del operaismo se refirieron a eso cuando hablaron de la
extensión de la fábrica a la sociedad o de la aparición del obrero social... y
una prolongación de esto mismo, en el fondo, es lo que ha llevado a autores como
Negri a utilizar la metáfora de las multitudes como nueva subjetividad
antagonista que ocuparía el lugar que antes ocupaba la clase obrera fabril) se
convierten en otros tantos “territorios para el plusvalor” no solamente porque
son sometidos a la relación salarial sino, además, porque en las nuevas
condiciones se convierten en condiciones sine qua non para la producción
capitalista. Pues bien, lo que sucede es que las estructuras organizativas del
proletariado no están preparadas para esa nueva situación, prendidas en la
imagen exclusiva del obrero fabril como subjetividad revolucionaria y en la
concepción del partido como vanguardia del proletariado: de ese
proletariado; por ello, no acaban de entender del todo los nuevos conflictos
sociales que tienen como “asuntos” principales los que atañen a las relaciones
de poder y/o a la autoafirmación de las nuevas subjetividades (cuestiones todas
ajenas a la fábrica: la segregación racial, la segregación de género, la
oposición al colonialismo y a las guerras, la liberación sexual...) y, atados a
una precomprensión desfasada del orden social y a la fe ciega en una estrategia
dependiente de la necesaria mediación de la vanguardia, pierden buena parte de
su capacidad organizativa y, finalmente, la tradicional confianza en la
“omnipotencia de la teoría marxista”.
Junta a todo eso los primeros síntomas de decadencia de los socialismos
reales (no sólo en lo económico: hay que recordar las diversas invasiones de las
tropas de la URSS a diversos países socialistas)
Te refieres a las invasiones de Hungría y Checoslovaquia.
Sí, sí, claro. Suma, decía, el fiasco de mitologías incomprensibles como
aquella famosa “teoría de las dos ciencias” que tocaba de lleno la manera en que
se había construido de hecho (no se si también de derecho) la ortodoxia del
“materialismo dialéctico”... y nos encontramos en un terreno que se acaba
esclerotizando de manera irremediable... en el que estalla (¡por fin! dirá
Althusser en un famoso texto del 78) la crisis del marxismo.
Pues bien, justamente en esa situación de crisis del pensamiento... algunos
de los pensadores que, procedentes del campo marxista, siguen negándose a pensar
el mundo burgués como el mejor de los mundos posibles... intentan buscar la
posibilidad de elaborar un pensamiento sin mistificaciones (materialista: “que
no se cuente cuentos”) que permita pensar el mundo y la actuación al margen de
la absolutización de los supuestos del pensamiento liberal sin recaer en las
derivaciones místicas que provocaron en la teoría marxista ciertas formas de
ontologización metafísica de la dialéctica. Y encontraron en Spinoza (pero no
sólo en Spinoza) una apuesta totalmente materialista que desmontaba de arriba a
abajo el pensamiento liberal. Se trataba de una vía abierta que permitía pensar
el materialismo al margen de la codificación de la dialéctica en la ortodoxia
del Diamat y, así, permitía pensar –también- en una nueva forma de
acercarse incluso (aunque sospecho que no vas a estar muy de acuerdo con esta
forma de presentar las cosas) a la obra del propio Marx.
No se trataba –al menos para mi no se trata- de pensar con Spinoza allí donde
no se puede pensar con Marx... sino de pensar con Spinoza y con Marx desde una
apuesta contra cualquier mistificación metafísica del pensamiento: pensar desde
la inmanencia el mundo... para poder cambiarlo, pensar las relaciones sociales,
pensar la composición de las potencias individuales y colectivas, pensar la
explotación, el dominio..., y pensar la democracia como identidad de la multitud
y el soberano (si quieres, incluso, como democracia directa al estilo de los
consejos obreros o de los primitivos soviets... o de las primeras formas de
organización del poder popular cubano) sin dar por supuesta la necesidad de la
mediación de Aparatos o Vanguardias de ningún tipo. Y todo eso me parece que ha
abierto una perspectiva bastante interesante para el pensamiento. La crisis del
marxismo, así, como todas las crisis, no sólo tiene una vertiente negativa y
des-articuladora, sino que abre la posibilidad de pensar cosas que en la
urgencia de la batalla ideológica y política habían quedado prácticamente fuera
de la consideración del pensamiento alternativo durante más de un siglo... y que
finalmente reclaman la atención que siempre debieron tener.
Pero... creo que mi respuesta ha sido demasiado larga y que, sin embargo, no
ha conseguido alejarse de la simplificación... a pesar –me temo- de haberse
alejado bastante de la cuestión por la que preguntabas.
Creo que no, creo que no te has alejado. Todo lo contrario: nos has
aproximado excelentemente al tema tratado. En un largo (y también magnífico)
capítulo de tu ensayo titulado “Campos de batalla”, das cuenta detallada de las
circunstancias históricas, económicas y sociales en las que se enmarca la vida y
la obra de Spinoza. ¿Consideras importante esa perspectiva para el análisis de
la obra filosófica de un autor?
Te agradezco el halago, pero independientemente de que le capítulo al que te
refieres esté más o menos logrado, lo realmente importante, en mi opinión, es
caer en la cuenta de que un filósofo, un autor, Spinoza en este caso, no se
plantea las cuestiones que se plantea sin ningún motivo (como si fueran
“ocurrencias” o “caprichos”) y que no adopta ante esos asuntos la posición que
adopta ni porque alguna posición hay que tener ni porque las cosas puedan ser
analizadas desde un “desinterés” teórico que buscase algún tipo de “neutralidad
interpretativa” o de “mirada racional universalizable”. No es así: nunca es así.
Simplificando, cuando hablo con mis alumnos, yo tengo la costumbre de insistir
mucho en que toda la filosofía de Platón está escrita pensando en la situación
“política”, en la situación de las “polis” griegas... desde una determinada
posición: buscando siempre la deslegitimación de cualquier forma de
organización “democrática” y, por extensión, de cualquier forma de pensamiento
–ya sea el “hombre medida de todas las cosas” de Protágoras o el “prefiero
encontrar una sola causa a ser el rey de los persas” de Demócrito- asentado en
el principio democrático de la inexistencia de Absolutos fundantes, porque sólo
cabe verdadera democracia (efectiva toma de decisiones por el demos) donde no
hay Absolutos (donde no se suponen principios eternos y autofundados que sea
obligatorio atender de uno u otro modo). Cuando Platón habla de las Ideas como
verdades eternas o como verdadera realidad, en el fondo está diciendo lo mismo
que quienes hoy rechazan la teoría de la evolución porque va contra la palabra
de Dios... o quienes se niegan a una posible regulación legal del matrimonio
entre homosexuales porque va contra “el orden de la naturaleza” o contra “la
palabra de Dios”: exigen atenerse a normas de verdad y de actuación que escapan
a cualquier determinación humana ¡qué diferente de aquél “hombre medida de todas
las cosas”... en el que lo humano es afirmado como metro para todas las cosas y,
por tanto, también para todo orden... sin que haya más norma que su
determinación!
No sé si eres demasiado generoso con los sofistas y excesivamente
crítico con Platón, pero se entiende bien la perspectiva historiográfica que
defiendes. ¿Y en el caso de Spinoza?
En el caso de Spinoza la cosa me parece también clara: Spinoza habla del
conocimiento... y adopta una posición anticartesiana al respecto porque ese es
uno de los campos de batalla teórico-políticos de su tiempo (lo que está en
juego en el problema de la fundamentación del saber es, ni más ni menos, el
problema de la legitimidad de la ciencia para determinar verdades sin la
mediación de Dios, de la religión o de la Iglesia); Spinoza habla de derecho y
de política... y adopta una posición anti-liberal y anti-hobbesiana porque
justamente ese es otro campo de batalla teórico-político de su tiempo (está en
juego, precisamente, la construcción y garantía de un Orden que articule el
interés privado y la propiedad privada como fundamento y norma de toda
organización social); Spinoza habla de Dios (creo haberlo mostrado en el
libro)... porque esa es en el XVII una cuestión básicamente
político-organizativa... en fin: Spinoza construye toda su filosofía
adentrándose en un campo de batalla teórico-político (en un campo de batalla
filosófico, dicho de una vez) que está dado como tal campo de batalla cuando él
empieza a filosofar y cuya correlación de fuerzas, de algún modo, se modifica
con su intervención.
Si me preguntas si me parece importante esa perspectiva, te contesto que es
imprescindible: sin dudarlo. Es un mito interesado eso de que la filosofía trata
sobre cosas “sublimes” con una intención teórica “pura”. Los filósofos han
hablado siempre del mundo en el que vivían... y si no se tiene ese mundo en
cuenta, las distintas alternativas organizativas en las que estaba envuelto y
las formas en que cada una de ellas se presentaba en el terreno teórico, no hay
forma de entender qué narices quiere decir uno u otro filósofo: ni siquiera de
qué habla. Seguramente en unas semanas aparecerá en Tierradenadie el primer
volumen de un Atlas histórico de filosofía en el que hemos estado
trabajando, redactado precisamente desde esta perspectiva. Fíjate... aunque sólo
fuera eso... bastaría con colocar en orden cronológico las intervenciones
filosóficas... y colocar al lado, de manera visible, una exposición de los
acontecimientos históricos que se van sucediendo (algo que no tiene nada que ver
con la simplificación a la que se suele denominar “contextualización”) para que,
inmediatamente, sin hacer más ni cuestionar siquiera las lecturas al uso...
apareciera con evidencia una idea de la filosofía y de su historia radicalmente
distinta de esa historia “pura” que se suele dar por buena.
Felicidades por tu nuevo trabajo, que acaso pueda ser otra ocasión para
conversar. Spinoza suele ser presentado como filósofo racionalista al igual que
Descartes o Leibniz. Aunque hablas antes de ello, vuelto a preguntarte. ¿En qué
sentido fue Spinoza un filósofo racionalista? ¿Observas diferencias notables
entre su racionalismo y los racionalismos cartesiano y leibniziano?
Pues, fíjate, que en el más etimológico de los sentidos (racionalismo como
confianza en la capacidad de la razón para conocer) Spinoza casi sería el único
racionalista de los tres. Lo que sucede es que esa acepción “etimológica”
podríamos “traducirla” como confianza en la capacidad explicativa de la
ciencia... y me temo que expuesto en estos términos pocos estarían dispuestos a
considerar que eso sea el “racionalismo”.
Mientras que Descartes, al hilo de la apuesta contrarreformista por
reintroducir las mediaciones “religiosas” contra el libre examen de la
naturaleza y la libre interpretación, se pregunta cómo podemos estar seguros de
que las ciencias nos proporcionan conocimientos verdaderos y concluye que sólo
es posible ¡¡porque Dios existe y el alma es inmortal!! (un ateo, llega a decir,
nunca estará seguro de que 2 y 2 sumen 4) o mientras Leibniz sólo puede salvar
la adecuación del conocimiento al mundo recurriendo al expediente aquél de las
Mónadas sin ventanas (ya se que esto es una simplificación... pero me
parece esclarecedora), Spinoza se niega incluso a plantearse la pregunta y
afirma como un axioma, que ni se puede cuestionar ni es preciso demostrar en
modo alguno, que el hombre conoce. Homo cogitat, dice.
Si tomamos eso de “racionalismo” en un sentido más académico (ideas innatas,
conocimiento que sólo sigue la norma de la razón sin precisar de la
experiencia...), por contra, Spinoza parece mucho menos racionalista de lo que
suelen decir los libros de texto. Por mucho que la Ética sea un texto
demostrado geométricamente, eso no puede identificarse sin más con la
pura deducción desde una idea innata y, además, tampoco me parece nada evidente
que Spinoza rechace la investigación empírica ni la necesidad de tener en cuenta
la observación o la contrastación para el conocimiento... por más que sea cierto
que afirma que una experiencia nunca puede pasar por una
demostración.
Por cierto, ¿llegó Leibniz a conocer Spinoza? ¿Por qué mantuvo en
secreto ese encuentro? ¿Tan peligroso era haberse visto con Spinoza?
Sí, Leibniz visitó a Spinoza (aunque sólo una vez) en 1676... y ya desde 1671
le escribe alguna carta. En 1671 Leibniz rozaba los 25 años, y en 1676 los 30.
Yo me inclino a pensar que Leibniz hace un intento de acercamiento a Spinoza con
el que busca “codearse” con un autor de prestigio indudable: una estrategia de
autopromoción para construirse una fama de intelectual y para adquirir algún
tipo de “capital cultural y relacional”. Es cierto que nunca después de la
muerte de Spinoza quiso que se le relacionase con él e intentó incluso que sus
cartas no aparecieran en las Opera posthuma que se publicaron a su
muerte. Se me ocurre –aunque no deja de ser una pura maldad- que sobrepasada la
treintena... o conseguido el puesto de bibliotecario de la casa de Hannover
(cosas ambas que suceden a la vez)... no le convenía airear sus “pecados de
juventud”: no tanto el haber tratado a Spinoza cuanto el haberle buscado como
una autoridad a la que someter sus investigaciones –sobre lentes,
concretamente-. En todo caso desde el mismo 1672 Leibniz ya criticó la
perversidad del Tratado teológico-político de Spinoza (sabiendo que
Spinoza era su autor) y no tenía porqué temer nada al respecto: yo creo que lo
que Leibniz defiende marcando distancias no es su seguridad sino su
prestigio.
¿Fue Spinoza ateo, panteísta? ¿Por qué crees que influyó, siglos
después, en científicos y filósofos de la altura de Einstein por
ejemplo?
Bueno, ya sabes que la noción de “panteísmo” tiene fecha de nacimiento. Surge
a principios del siglo XVIII en el marco de una discusión entre Fay y Toland en
torno a la manera de entender esa especie de espiritualidad difusa que los
deístas consideran norma y clave del universo: en ese contexto... se afirma que
no hay una divinidad personal sino que Dios no es en realidad otra cosa que una
cierta espiritualidad “divina” o “vital” de la que el mundo en sus distintos
momentos particulares sería manifestación o materialización (es además una época
en la que en Europa hace furor el budismo-confucianismo importado de Asia).
Panteísta sería, pues, una identificación de Dios y el mundo (Todo es Dios;
Pan=todo y Théos=Dios)... en la que toda y cualquier individualidad queda
diluida.
Es cierto que la obra de Spinoza ha sido entendida muchas veces como una
concepción monista en la que sólo habría una substancia que se identifica con
Dios... y de la que los distintos individuos no serían sino modos. Y, aunque
alguno de los corresponsales de Spinoza le critica ya algo lejanamente
relacionado a propósito de la negación spinoziana del libre albedrío... la
presentación de la obra de Spinoza como una apuesta de ese tipo la fijó por
primera vez de manera sistemática Pierre Bayle en su Diccionario histórico y
crítico, en el que forjó aquella imagen tantas veces repetida según la cual
para Spinoza Dios modificado en forma de turcos estaría asesinando a Dios
modificado en forma de alemanes. La fórmula de Bayle hizo fortuna y a partir de
él –tanto para defender a Spinoza como para criticarle- prácticamente todos la
repitieron entre el XVIII y el XX. Spinoza, así, sería un panteísta que
identifica a Dios con la totalidad de lo real, a Dios y al mundo... No podemos
decir que sea falso, pero ¿eso qué significa realmente? ¿Que reduce Dios al
mundo o que considera al mundo el único y verdadero Dios? ¿Qué sólo hay materia
o que sólo hay espíritu? Sin duda es algo que se ha discutido mucho y Hegel, por
ejemplo, decía que el panteísmo de Spinoza es más “acosmista” que “ateísta”,
pero, sinceramente, me parece una problemática totalmente ajena a la posición
que adopta Spinoza: primero, porque la lectura de Bayle del libro I de la
Ética es particularmente “sesgada” y cortada ya desde un patrón de mirada
deísta (espiritualista, por muy difuso que ese espiritualismo sea) que en nada
se parece a lo que Spinoza afirmaba... y sobre todo porque lo más importante en
la identificación spinoziana entre Dios y la Substancia es, precisamente, que
tiene como función principal la negación y rechazo de todo espiritualismo y la
afirmación de una inmanencia absoluta que no resta –todo lo contrario- un ápice
de realidad o de potencia a los individuos: puesta al margen, por tanto, de
cualquier consideración trascendente o “religiosa” (más o menos confesional, más
o menos difusa). Eso y no otra cosa. Y eso siempre se ha llamado ateísmo: un
ateísmo radical que Spinoza, además, lleva a sus últimas consecuencias (en lo
filosófico-metafísico, en lo cognoscitivo y también en lo político).
En cuanto a su influencia siglos después, en cuanto al reconocimiento
de su filosofía por parte de Einstein…
En cuanto a la cuestión de Einstein… si ponemos en el punto de mira el
desarrollo de la ciencia... es claro que la perspectiva spinoziana insiste de
manera explícita en la total independencia de la actividad científica y, por
supuesto, eso es muy apreciado por cuantos científicos se han interesado en la
historia del pensamiento y en las discusiones filosóficas que se han producido a
propósito del conocimiento. Creo, sin embargo, que en el caso concreto de
Einstein hay algo más: una admiración que es más que respeto al respeto
spinoziano por la ciencia. No he estudiado a Einstein tanto como para poder
afirmarlo con rotundidad... pero creo que aquél famoso “creo en el Dios de
Spinoza, que es idéntico al orden matemático del universo” no sólo es afirmación
de la primacía del proceder científico sino que, además, excluye cualquier
sentido místico-religioso como el que podría derivarse del espiritualismo del
“algo hay” que tantas veces hemos escuchado y que otros científicos sí dan por
bueno. Einstein insiste en que si acaso cupiera hablar de Dios... no cabría
entender que estuviera preocupado por el destino o por las acciones humanas
(fórmulas que pueden leerse casi textualmente en la obra de Epicuro) y, desde
luego, no podría consistir en otra cosa que en esa armonía de cuanto existe que
descubrimos con admiración al conocer la estructura del mundo y su
funcionamiento. No descubro nada si insisto en que en la imagen afable de
viejecito desarreglado desafinando con su violín que todos tenemos de Einstein
se oculta una auténtica potencia del pensamiento... capaz de decir sí, no y
hasta aquí hemos llegado.
En su Ética, que, estarás conmigo, era un libro de ética, de
metafísica, de filosofía de la religión y de algunas cosas más, Spinoza
pretendía argumentar e incluso demostrar a la manera de los geómetras. ¿No era
un exceso, un desvarío de la razón, pretender hablar del alma, la libertad y
Dios como hablaba Euclides de la división de una recta en dos partes iguales, la
media y extrema razón y de la cardinalidad de los números primos?
No se si es un exceso, pero desde luego sí es, en mi opinión, la más clara
afirmación de confianza en la capacidad del conocimiento y de la explicación
científica que se hace en todo el siglo XVII (y no sólo en él). Lo que dice
Spinoza –y eso me parece que es lo más determinante- es que se deben tratar
todas esas cosas (la metafísica, la religión, la política, la ética...) “como si
fuera cuestión de líneas, superficies o cuerpos” y que se debe estudiar todo,
incluidas las actuaciones humanas, sus pasiones y sus afectos... no para
ridiculizarlas o burlarse de ellas sino “para entenderlas”. No se trata tanto de
seguir concretamente el método de Euclides cuanto de atenerse a una explicación
rigurosa que no parta de pre-juicios (de juicios o supuestos previos a la
explicación misma). El proyecto quizá puede parecer excesivo... pero es, ni más
ni menos, la forma límite que adopta la apuesta por el materialismo: conocerlo
todo... conocer todo lo que sea posible conocer... sin contarse cuentos: ni el
cuento de la teleología, ni el cuento del antropocentrismo, ni el cuento del
libre albedrío... ni ningún otro; explicar el mundo y u funcionamiento para
posibilitar un aumento de nuestra potencia, para liberarnos cuanto sea posible
de las servidumbres.
¿Ha sido suficientemente estudiado Spinoza en la tradición marxista?
Estoy pensando en Negri pero también en el Althusser de los Elementos de
autocrítica.
Sería erróneo pensar que Spinoza no ha interesado a la tradición marxista
pero, en mi opinión, la mayor parte de los estudios marxistas que se han ocupado
de la obra de Spinoza lo han hecho desde la perspectiva del conocimiento para,
además, encontrar en ella un rechazo del espiritualismo del racionalismo clásico
(básicamente Descartes-Leibniz y la posterior derivación “alemana”) y así, de
algún modo, una puesta en valor de la dialéctica: de una manera, además, ni
simplificadora ni dogmática (pienso en las magníficas páginas que le dedica E.
V. Iliénkov en el ensayo sobre la Lógica dialéctica que aquí leímos en la
traducción de la editorial Progreso).
Digamos, de cualquier manera, que Althusser y Negri son dos de los hitos
fundamentales en ese proceso de re-lectura de Spinoza que se inicia, como
comentábamos antes, en los alrededores de 1968... y que gracias a su
intervención adquiere una clara consistencia de origen marxista.
En el caso de Althusser se trata de rastrear –y de hacerlo a través de
Spinoza- una práctica materialista que permita escapar de las mistificaciones
incorporadas a la dialéctica en el Diamat... tanto como de sobrepasar los
límites en que el estructuralismo de sus primeros escritos de la década de los
60 parecía constreñir la capacidad de análisis de un modelo de pensamiento que
se había forzado a mostrar la prioridad de las relaciones de producción para
eliminar ese otro modelo “esclerotizado” en la práctica que venía a fiar la
posibilidad de un cambio de modo de producción en un cierto
mecanicismo-economicista que consideraba central el desarrollo de las fuerzas
productivas. En ese contexto Spinoza permitía pensar la eficacia productiva de
una red de relaciones inmanente que, por serlo, se presenta como un todo
estructurado (el mundo, la Substancia) pero en el que el cambio y la
transformación son incluidos como parte sine qua non del propio modelo
estructural: individuos, a los que no se atribuye libre albedrío pero sí
potencia y capacidad de actuación efectiva (nada existe de lo que no se siga
algún efecto, dice Spinoza explícitamente) que, en composición con la potencia
de los demás y del mundo, generan de manera totalmente inmanente y sin ningún
tipo de teleología la realidad como continua transformación.
Y en el caso de Negri.
En el fondo me parece que esa es también la perspectiva desde la que Negri se
adentra en la obra de Spinoza (el estructuralismo, dice en la revista
Multitudes en un texto de 2004, había construido una figura invertida de
la dialéctica...): Spinoza como “ejemplo” de análisis que se afinca en la
inmanencia explicativa (que no-se-cuenta-cuentos: ninguno; tampoco el de una
supuesta esencia dialéctica de la realidad) y que se atiene a ella... aunando de
ese modo la consideración de lo estructural y de lo particular, de la actuación
concreta y deseante de los individuos y de la articulación social –colectiva y
política- de la correlación de fuerzas que pueda haber entre ellos. Otra cosa es
que la manera en que Negri ha tematizado la cuestión de las “multitudes” pueda
incorporar (al menos yo así lo creo) elementos de grave re-mistificación... Pero
no se puede negar la consistencia teórico-política de semejante apuesta
interpretativa... ni su origen en una problemática que sin duda tiene su razón
de ser en la encrucijada política y teórica a la que se enfrenta el marxismo
desde las últimas décadas del XX.
¿Crees que la lectura de la obra de Spinoza puede interesar actualmente
a un ciudadano de izquierdas? Si es así, ¿por qué?
Sin duda. Precisamente por esto que vengo diciendo: pensar la posibilidad de
transformación del mundo con vistas a la liberación (a la construcción de una
sociedad libre formada por individuos libres: una de las definiciones de
comunismo que utilizó el propio Marx) exige no contarse cuentos y dejar al
margen todas las mistificaciones que (sin duda por motivos y exigencias
históricas muy concretas) se han acabado fijando como “ortodoxia marxista”. Si
algo caracteriza al marxismo... es que es una apuesta por el pensamiento:
rechazo de los Absolutos y puesta al margen de todos los prejuicios que impiden
conocer el funcionamiento del mundo para planificar su transformación. Si algo
caracteriza al marxismo... es el rechazo de todas las “ortodoxias”. El marxismo
es, básicamente, afincamiento continuo y exigente en la inmanencia
explicativa... y apuesta por la liberación. Y en eso Spinoza (como el propio
Marx) es un modelo inagotable.
De todas formas –lo señalo en el último capítulo del libro- no hay que perder
la perspectiva: Spinoza abre unas posibilidades de pensamiento indudables y,
además, de manera marcadamente comprometida con la defensa de la libertad. Sin
embargo, el suyo es un pensamiento, incluso, pre-burgués. Spinoza no pensó nunca
–y no podía pensarlo- que las relaciones entre los individuos sean relaciones de
clase... ni se preguntó nunca por el origen de la riqueza ni por la legitimidad
de la apropiación: nunca se le ocurrió que en la producción de la riqueza social
está implícito un determinado orden de lo material que es en último término un
modo de producción y que, al serlo como lo es, es también un modo de
explotación.
La obra de Spinoza no puede sustituir a las explicaciones marxianas/marxistas
del orden social... ni en su nombre pueden olvidarse los componentes de clase
que articulan y condicionan la “cooperación productiva” (si lo olvidamos
corremos el riesgo de reproducir algunos de las importantísimas mistificaciones
que –en mi opinión- comete Negri a propósito de las “multitudes”) pero eso, en
todo caso, no resta un ápice de valor a una obra que de manera consciente y
explícita opta por llevar a sus últimas consecuencias una apuesta por la
inmanencia y, en ese sentido, por el materialismo (motivo por el que funciona
como “caso”, precisamente, en el que rastrear las posibilidades de elaboración
de un materialismo que no parta del pre-juicio de la ontologización de la
dialéctica).
¿Qué te parece más relevante del legado de Spinoza?
Lo que sucede cuando se profundiza en una obra como la de Spinoza es que
prácticamente en todas las cuestiones que aborda se encuentran elementos de una
gran riqueza: desde su manera de entender las relaciones entre totalidad y
singularidad hasta la valorización (de resonancias tan epicúreas) del deseo como
esencia del hombre o la composición de deseos y potencias que permite entender
el mundo como resultado del encuentro de actuaciones y realidades singulares y,
sin embargo, totalmente interdependientes... o la manera en que todo eso coagula
en la radical reivindicación de la democracia como aquella sociedad en la que el
soberano es la asamblea de los ciudadanos... Si tuviéramos que sintetizar todo
ello en una sola fórmula... –aunque no quiero sonar repetitivo- sin duda
tendríamos que referirnos a la explícita (consciente y “militante”) negación de
toda trascendencia y de todo Absoluto. Todo lo demás, en último término, deriva
de ahí.
¿Qué aconsejarías a un lector no versado, aparte de leer tu libro que
yo mismo recomiendo no sólo por cortesía debida, para introducirse en la obra de
Spinoza?
El problema que podemos encontrar al leer a Spinoza es que si empezamos por
lo que parece más lógico, la Ética (pero pasa exactamente lo mismo si nos
adentramos en la obra de Marx por el principio de El capital: parece que
entramos en un universo discursivo para especialistas), nos encontramos con que
la comprensión adecuada de su libro I exige un buen grado de conocimiento del
lenguaje técnico de la filosofía y de las discusiones filosóficas que se están
desarrollando en el siglo XVII. Por eso, al igual que hacía Althusser cuando
recomendaba leer El capital de un modo y en un orden determinado, quizá
sería bueno recomendar que quien no sea especialista empiece leyendo lo que
puede resultar más cercano a sus preocupaciones. Seguramente el Tratado
político... para después pasar al Tratado teológico-político (o al
revés si no nos asuntan de entrada las discusiones sobre el contenido de la
Biblia) y de ellos ir al Tratado de la reforma del entendimiento y a la
propia Ética (de la que yo leería en primer lugar el apéndice al libro
I). No se si mi libro será realmente útil –nuevamente te agradezco el halago-
pero... me gustaría pensar que puede ser una lectura previa interesante que
ayude a abordar a la lectura directa y a no perderse en ella.
Cierras el libro con un hermoso capítulo: “Un pensamiento contra la
servidumbre”. ¿Contra qué servidumbre, contra toda servidumbre?
Yo diría que Spinoza piensa contra la servidumbre sin más determinación, es
decir, contra la servidumbre en todas y en cualquiera de sus
determinaciones.
Spinoza, como te decía, piensa la actuación humana procurando no caer en el
habitual prejuicio antropocéntrico. El ser humano es un individuo de la
naturaleza como cualquier otro y, como cualquier otro, está sometido a sus
avatares. Un individuo, cualquier individuo, es impotente ante la potencia de
todo lo demás (precisamente por eso los seres humanos cooperan entre sí: uniendo
sus fuerzas pueden más cosas y son, en la misma medida, más libres). La
impotencia es el principio de la servidumbre. Y por eso cuando Spinoza habla de
la impotencia (o de la servidumbre) hace referencia tanto a la que tenemos
frente a la naturaleza (ya sea frente a las fuerzas de la tormenta, del hambre,
de las tempestades, de los huracanes, de los terremotos... o del virus de la
hepatitis) como a la que deriva de una estructura económica, social o política a
cuya necesidad nos encontramos sometidos: la impotencia ante la potencia (o el
poder) de “todo lo demás”.
Del mismo modo que toda libertad atañe al aumento de potencia... toda
servidumbre se reduce a impotencia y –por los mismos motivos- es preciso
desembarazarse de ella. En ese sentido, te decía, toda libertad debe ser pensada
como actividad combativa, como liberación.
La grandeza política del pensamiento spinoziano radica en mi opinión, de una
manera nada desdeñable, en esto: que considera todas las actuaciones humanas
como igualmente “naturales”, que entiende las relaciones sociales como otras
tantas relaciones “naturales” (y ello no significa que no estén social e
históricamente determinadas, no nos equivoquemos) que los seres humanos entablan
y en las que está en juego la libertad o la servidumbre: la potencia o la
impotencia.
Por el conocimiento y por su aplicación a la resolución de los problemas
prácticos cotidianos podemos, por así decir, superar la impotencia ante las
fuerzas naturales (y así planificar el cultivo de la tierra, diseñar
ferrocarriles, barcos o aviones, calcular las formas de acabar con el hambre o,
por ejemplo, elaborar vacunas), del mismo modo que por la cooperación social se
hace viable la efectiva realización de todas esas cosas (la labor de la tierra,
la navegación marítima o aérea... o la prevención de la enfermedad). Tanto lo
uno como lo otro exigen eliminar cuantas supersticiones y/o supuestos
interfieran en el desarrollo del saber y de la ciencia y, en la misma medida,
establecer mecanismos que garanticen que la cooperación social se realice en
condiciones de no sometimiento. Pues bien, esas son las dos apuestas
fundamentales que, frente a otras filosofías, hace el pensamiento de Spinoza:
conocer efectivamente y, efectivamente, construir una sociedad sin
sometimientos...
Afirmas también en la conclusión que en la obra de Spinoza encontramos
“con qué pensar -y cómo hacerlo- la crítica de todas las mistificaciones y la
alegría creadora de la libertad”. ¿Qué instrumentos centrales nos da Spinoza
para ello? ¿Por qué hablas de la “alegría creadora” de la libertad?
Los instrumentos básicos son precisamente esos a los que me refiero: una
opción explícita por la generación de socialidad liberada y por el aumento de la
potencia que procuran el pensamiento y la ciencia; valoración máxima del
conocimiento y de la cooperación libre; rechazo de cuanto se dirija contra ambos
principios. Y todo ello no de manera contemplativa sino, antes bien, como
continuo esfuerzo.
Y quisiera detenerme un poco en esto del esfuerzo para intentar llegar
desde su consideración (bien es cierto que con algún “salto mortal” por medio) a
eso de la “alegría creadora” de la libertad.
Spinoza insiste en la Ética en que todo cuanto existe se esfuerza por
seguir existiendo y por aumentar su potencia. Los lectores de Spinoza saben que
utiliza un término concreto para referirse a ello: “conatus”
(conatus es una expresión latina que traduciríamos por “esfuerzo”). Todas
las cosas actúan, por tanto, como expresión del conatus que las
constituye... y con el ser humano sucede lo mismo: el conatus es la
esencia del hombre o, dicho de otro modo, el ser humano es un determinado ser
natural que, como todos los demás, intenta sobrevivir y poder hacer más cosas
(aumentar su potencia)... empeño en el que, podríamos decir, su vida se
despliega.
Desde una mirada superficial, alguien podría tomar pié en esta concepción
para imaginar a los seres humanos esforzándose continuamente... agotando sus
fuerzas en un arduo y penoso esfuerzo por sobrevivir... cansados al final de una
jornada que habrían dedicado a cumplir con la maldición bíblica del trabajo...
es decir... particularmente tristes: tomándose la vida como una pura obligación,
como una condena.
A mí me parece claro que si alguien nos hiciera ese “resumen” de la vida
humana (puro esfuerzo, pura obligación, pura condena) estaríamos de acuerdo en
que es un auténtico agorero, un amargado... y diríamos que tiene una visión
particularmente “religiosa” de la vida (particularmente mistificada y –ella sí-
triste). Y sin embargo, en el fondo, si te fijas, esa es exactamente la mirada
al mundo que ha proyectado una parte importante de la tradición
revolucionaria... presentando nuestra apuesta por el cambio como una empresa
plagada de esfuerzos en la que transformar el mundo vendría a ser una obligación
trabajosa ante cuya exigencia todas las alegrías tuvieran que ser aplazadas...
¡¡¡cuando es todo lo contrario!!!
¡¡¡La revolución (utilizaré, para que nos entendamos, la palabra maldita) es
–sólo puede ser- pura invención, creatividad absoluta!!! Sólo podemos cambiar el
mundo si lo hacemos con alegría y para la alegría... nunca como una condena.
Tal como funciona, el mundo es invivible... pero precisamente por eso hay que
cambiarlo: para que todos podamos vivir en la alegría, en las mejores
condiciones materiales y de la manera más feliz y autónoma posible, gozando de
la cooperación y con la cooperación y viviendo de la naturaleza y con la
naturaleza: inventando un mundo nuevo. Para que el mundo sea de todos, y no sólo
de unos pocos. Para que todo sea de todos (para hacer efectivo aquél “todo es de
todos”, omnia sunt communia, que siempre ha formado parte del sueño de
liberación de los oprimidos). Para ser cada vez más libres. Para poder cada vez
más cosas: para que todos podamos cada vez más cosas (porque nuestra
libertad no tiene que limitar ni ser incompatible con la libertad de nadie sino
que, antes al contrario, tiene que crecer con la de los demás).
El esfuerzo que constituye nuestra existencia tiene por objeto satisfacer
nuestras necesidades y (en el fondo es lo mismo, como sabe cualquiera que haya
leído a Epicuro) nuestros deseos. Acabar con el dolor y, al hacerlo, construir
–entre todos y para todos- una vida placentera. Ataraxia activa.
Y Spinoza también habla eso. El aumento de la potencia y de la libertad nunca
cursa con “pasiones tristes” sino con “pasiones alegres”.
Y no sólo Spinoza. El sobrenombre con que la antigüedad conoció al gran
Demócrito tiene que ver con esto mismo: Demócrito el “reidor” o el “risueño”.
Tomo nota filosófica y vital de tu vindicación de la alegría. Has
publicado tu libro en Montesinos, en la colección “Biblioteca de divulgación
temática”. ¿Qué significa para ti divulgar filosofía?
Bueno, me parece claro que el saber tiene que estar a disposición de todos...
porque en el fondo es de todos (omnia sunt communia, de nuevo)... y
aprovecho este momento para señalar que si hay muchas cosas perversas en la
deriva privatizadora que arrastra a la mayor parte de nuestros gobernantes, hay
pocas que lo sean tanto como la nueva “expropiación” que parecen querer acometer
con las leyes que garantizan la privatización del saber.
En la cuestión del saber, además, yo soy particularmente spinozista: el
conocimiento es un momento fundamental en el proceso de liberación frente a las
necesidades, porque conocer permite satisfacerlas de la manera más eficaz y
menos costosa posible. Expropiar el saber, privatizarlo, es tanto como
privatizar los presupuestos de la supervivencia: como privatizar el aire que
tenemos que respirar para vivir.
Yo entiendo por divulgación... poner el saber a disposición de los demás.
Ya sé que hay un cierto mercado de la intelectualidad que piensa la
divulgación como una especie de “dulcificación” y “dosificación” de las
dificultades de tal manera que sean accesibles para “el vulgo”, pero –igual que
tú- creo que ninguno de nosotros la entendemos de esa manera tan estúpida y
vergonzosa. Desde luego, me parece que no lo hace la “Biblioteca de divulgación
temática”.
Para mi no se trata de adaptar al vulgo un saber que le es –y necesariamente
tiene que serle- inalcanzable... sino todo lo contrario: mostrar que el saber
atañe a todos y que todos podemos acceder a él... a poco que se pongan a nuestra
disposición todos los elementos que nos permiten comprenderlo. Así he pretendido
enfocar la redacción del libro sobre Spinoza y también así enfoco siempre mi
trabajo de enseñante en enseñanza media.
La filosofía (el saber en general) no es propiedad de una casta
hiperespecializada ni es tampoco una actividad ajena a los intereses “del
común”, por eso me parece una exigencia (una exigencia “política” o, si quieres,
un prerrequisito para “la alegría”) hacerla comprensible y hacer a los demás
partícipes (partícipes con todos los derechos... no como espectadores) de las
discusiones que entabla.
Escribiste en tu libro anterior –Opaco, demasiado opaco- sobre
materialismo. Sé que té has referido tangencialmente a ello pero déjame hacerte
una pregunta clásica: ¿fue Spinoza un pensador materialista? Si es así, ¿en qué
sentido lo fue?
Aunque se han hecho muchas lecturas distintas de la obra de Spinoza... a mí
me parece sinceramente que no hay ninguna duda. Spinoza es un autor
materialista.
Ahora bien... ¿en qué sentido? ¿qué significa eso?
En Opaco, demasiado opaco. Materialismo y filosofía, intentaba
precisamente explicar qué entiendo por materialismo y, por eso, me remitiré un
poco a lo que allí decía y justificaba con más amplitud: no creo que el
materialismo sea una opción metafísica, ni una opción ontológica, ni que
consista en una afirmación o en un conjunto de afirmaciones... sino que es una
determinada forma de mirar el mundo: aquella forma de mirar que pretende
entender el mundo sin contarse cuentos (la fórmula es de Althusser, pero
puede leerse también en un precioso poema de León Felipe)... de tal modo que
desde esa mirada puedan establecerse las relaciones causales que explican su
funcionamiento para, de ese modo... poder actuar de una manera eficaz con vistas
a la satisfacción de nuestras necesidades.
Dicho así... a nadie sorprenderá que considere a Spinoza un autor
perteneciente a esa larga tradición de pensamiento... y que me entusiasme tanto
con la manera en que lleva esa apuesta teórica hasta las últimas
consecuencias.
Gracias Juan Pedro. Gracias por tu generosidad, por tu disponibilidad,
por tu sabiduría y por tu amor al saber. Citabas a León Felipe. Acaso no te
importe que acabemos la conversación recordando su poema materialista.
No, no me importa, en absoluto. Todo lo contrario.
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.
León Felipe, “Sé todos los cuentos”
Juan Pedro García del Campo, "La apuesta por el materialismoes la de conocerlo todo, conocer todo lo que sea posible, conocer sin contarse cuentos", entrevista realizada por Salvador López Arnal, Rebelión, 18/10/2008
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