Contra els tertulians.
Doy una vuelta por varias librerías y recupero un oportuno ejercicio de ensayismo recreativo publicado el año pasado. Se titula Contra los tertulianos (Ed. Los libros de la Catarata) y su autor es Carlos Taibo. El título no engaña: se trata de despellejar el género radiofónico-televisivo de la tertulia política. Trufando su discurso con citas relevantes, Taibo enumera los vicios privados y públicos de una fórmula que, a menudo, se utiliza como correa de transmisión o púlpito dogmático. Taibo constata que el tertuliano ha ido mutando en todólogo manipulable y manipulador. Se le exige el rigor de un experto, la amenidad de un actor o la oratoria de un líder. En la práctica, acaba siendo parte de un contexto que tiende a la explotación reactiva (y cotilla) de una inmediatez disfrazada de actualidad.
Taibo sitúa la aparición de la tertulia a principios de los ochenta y recuerda cómo las empresas descubrieron que era más rentable tener tertulianos que expertos (son más polémicos y, en algunos casos, incluso bocazas). Luego elabora un ameno retrato de tipologías tertulianas y recuerda que la aportación de la mujer al género, lejos de cambiar puntos de vista, los ha reforzado. Del mismo modo que el presunto experto debería servir de mediador entre el conocimiento y la audiencia, el tertuliano media entre la opinión (y sus venenos) y la realidad. Tres ejemplos del pensamiento de Taibo. Primero: “Sobran los motivos para afirmar que en las tertulias hay, siempre, una poderosa dimensión de farsa”. Segundo: “En los últimos tiempos asoma la cabeza de una nueva modalidad de presentador/moderador: el que participa activamente en la tertulia, y no para llamar a capítulo a otros o para reorientar una discusión, sino, antes bien, para convertirse en la figura central que, de la mano de abrasivas intervenciones, guía el disparate”. Y tercero: “En el mejor de los casos la tertulia alimenta circuitos cerrados de información en torno a espectadores u oyentes que sólo desean escuchar una versión de los hechos”.
El libelo es más interesante que útil ya que, a ratos, cae en los mismos errores que denuncia: tiende más a la subjetividad del tertuliano que a la objetividad del experto. También olvida el factor humano y hasta qué punto la vanidad (y sus pringosas retroalimentaciones) es el auténtico motor de este negocio. En cuanto al origen, le contaré una anécdota que quizá pueda servirle a Taibo. Hace décadas, fui a ver el programa de Luis del Olmo, que fue quien adaptó el género en España. Observé que, mientras los tertulianos arreglan o estropean el mundo, Del Olmo aprovecha para desayunar (aquel día, sandwich de jamón y queso mojado en café con leche). Concluí que, más allá de sesudas interpretaciones, la tertulia se inventó para que Luis Del Olmo pudiera desayunar.
Sergi Pámies, De las tertulias, La Vangardia 14/01/2011
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