Dopatge i esperit esportiu.
Émil Zatopek |
La otra razón habitual para prohibir el dopaje invoca el "juego limpio", que la competición se realice en condiciones de "igualdad", sin "ventajismos" ni "trampas". Pero este argumento tampoco es tan sólido como se cree. Para empezar, no salta a la vista qué cosas pueden ser consideradas trampas y cuáles no. El dopaje, entendido como el uso de sustancias para incrementar o mejorar el rendimiento en una actividad humana, no es, por supuesto, una novedad en la historia, ni se ciñe al ámbito deportivo. El uso de betabloqueantes está extendido entre quienes tienen que lograr una máxima concentración y templar sus nervios, sea para tocar el piano en un concierto, impartir una conferencia o simplemente superar un examen. Entre artistas y literatos es secular el uso de alcohol, opiáceos y otras sustancias que supuestamente mejoran la improvisación o creatividad. ¿Han hecho "trampas" aquellos doctorandos que defendieron su tesis previa ingesta de benzodiacepinas, o los abogados del Estado que, al preparar oposiciones, echaron mano de anfetaminas y tranquilizantes?
Volvamos ahora al deporte. En el maratón de los Juegos Olímpicos de Atenas (2004), cuando Vanderlei de Lima aventajaba en medio minuto al segundo corredor, fue bloqueado por un espectador, sin que sus perseguidores, que aprovecharon el hecho para superarle, se inmutaran. ¿Deberían haber ralentizado su ritmo? Es más, toda idea de fair play queda comprometida o al menos debe ser complementada desde el momento en que admitimos que los deportistas nunca llegan al centro del campo, a los tacos o al poyete en condiciones reales de igualdad. Si así fuera, no asistiríamos a la competición entre seres humanos, siempre desiguales, sino entre máquinas perfectamente idénticas. Y las desigualdades de inicio que les separan no son nunca únicamente las derivadas de sus diferentes aptitudes o talentos naturales, algo que, por cierto, los atletas han recibido por azar natural y no por merecimiento, sino que están en función de un variado conjunto de factores socioeconómicos y culturales.
La actual guerra sin cuartel contra el dopaje es la manifestación de una visión "naturalista" del espíritu del deporte que no es la única posible, ni tampoco la más plausible. Lejos de socavar el deber de fair play, el dopaje puede ser una manera de ensalzar nuestra capacidad de superación mediante la razón y el juicio (como han mostrado prestigiosos académicos como J. Savulescu, B. Foddy y M. Clayton). Ello no quiere decir que deban permitirse "atajos", y que, en aras a esa dimensión "creativa" que reivindicamos para el deporte de competición, el Tour de Francia se pueda disputar con bicicletas eléctricas, ni que la carrera de 100 metros no deba medir lo mismo para todos.
En lo que se refiere al dopaje, el espíritu deportivo se vulnera cuando las prácticas y sustancias provistas y administradas por médicos competentes que tienen como misión principal salvaguardar el bienestar del deportista solo son alcanzables por los más aventajados socioeconómica-mente, aunque no sean los mejores atléticamente. El espíritu del deporte se desvirtúa no cuando los deportistas recurren a la hormona del crecimiento, la EPO, la autotransfusión o al indetectable dopaje genético, sino cuando solo unos pocos pueden acceder a ellas. Y eso es lo que hoy ocurre si atendemos a otros factores como el llamado "entorno" del deportista (los masajistas, fisioterapeutas, psicólogos, médicos) tan desigualmente configurado en las competiciones internacionales. Pero ¿de qué fair play estamos hablando en deportes que exigen equipamientos e instalaciones que atletas de determinados países no pueden ni soñar?
Una institución deportiva como el COI, que dice promover la equidad y la igualdad de los atletas a nivel global, mejor haría en dedicar más esfuerzos en pos de la universalización de esos factores, antes que proseguir en esa lucha sin cuartel contra el dopaje que, nos tememos, está condenada al fracaso, además de que conculca libertades básicas de los deportistas.
Pablo de Lora, José Luis Martí y Félix Ovejero, La ética del dopaje, El País, 28/02/2011
http://www.elpais.com/articulo/opinion/etica/dopaje/elpepiopi/20110128elpepiopi_12/Tes?print=1
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