Presoners de Matrix?
Me quejo todos los días de Twitter, de cómo ese pantano camuflado como red social degrada el correcto funcionamiento de las sinapsis, pero paso los días en Twitter, y en Instagram, y participo, uso los filtros, dejo que las redes recopilen información sobre mí gracias a las fotos, no me importa demasiado la privacidad de mi información (y menos desde que soy algo un poquitín parecido a esto de los personajes públicos: no cuelgo mucho de mi vida privada, pero no me privo, incluso, de vivir en ocasiones para Instagram). Las inquietudes neoluditas son impulsos, son ilusiones, pero para mí vienen de un tiempo completamente desconocido: no he sabido nunca nada de la vida mínima, vacía de incursiones digitales; a los siete años ya era una personita a un ordenador pegada; a los 10, quizás antes, sabía grabar un DVD con el Nero, costumbre de la época. La única nostalgia que puedo tener se manifiesta en formas muy bellas: la nostalgia de aquello que ni conozco ni he podido conocer. Como sé que es una inconformidad sentimental con pequeñas carencias y cosas que me ponen nerviosa del presente, solo la uso políticamente cuando me parece que su uso político puede ser legítimo e interesante; por lo demás, la aparto. Y evito a toda costa ponerme catastrofista. Como en la primera película de Matrix: imaginar que estamos todos enchufados a la maquinita, a una red o sistema virtual, y que no podemos escapar de ahí, porque quizá ni siquiera lo deseamos. Imaginar que la prisión es un infierno y no, que también podría ser, un dulce perderse.
Elizabeth Duval, ¿Tecnófilos o neoluditas?, retinatendencias.com
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