L'afany de certeses, entre la paranoia i la neurosi.





A poco que uno ande con los ojos abiertos, podemos ver cómo se confrontan en la conversación pública estos dos modos de relacionarse con, digamos, la realidad. Los sujetos que encuentran en todas partes pruebas de una certeza que los concierne, y los que apelan constantemente a un Otro que sea garante de la verdad. Y en estos tiempos, este Otro, más que Dios, es (pongámoslo, irónicamente, con mayúsculas) la Ciencia. Pero, ¿cuál es el problema de hacer de la ciencia un Otro que ha de ejercer de garante de la verdad? Pues que la ciencia, la ciencia auténtica (esta sí, en minúsculas), no funciona así. La verdad científica no es una enunciación homogénea, sino un trabajo colectivo que se desliza a lo largo de los siglos en forma de progresos y refutaciones, revoluciones y cambios de paradigma. Estos son los ciclos que definió Thomas Kuhn en su libro esencial La estructura de las revoluciones científicas. El principal objetivo de la ciencia, según Kuhn, es crear un marco teórico coherente que permita explicar el máximo número de fenómenos observables. Una teoría científica es, por tanto, la mejor explicación posible de un fenómeno en un momento histórico dado. El clásico ejemplo que usa Kuhn es el paso de la teoría ptolomeica (que explicaba el movimiento de los planetas partiendo de la idea de que estos giran alrededor de una Tierra inmóvil) a la teoría heliocéntrica, atribuida originalmente (esto también es discutible) a Copérnico. Que Copérnico formulara esa posibilidad, que a la larga resultó demostrada, no basta para que la ciencia cambie el modelo imperante o paradigma. Hicieron falta muchos años para que Galileo Galilei se apoyara en esta afirmación para enunciar su teoría, que permitió a su vez que Johannes Kepler aportara nuevos cálculos para explicar el movimiento de los planetas, y esto a su vez permitió a Newton desarrollar su ley de la gravedad, que sirvió para dar consistencia matemática al movimiento de los planetas alrededor del sol. Una mera idea afortunada, por mucho que después se demuestre cierta, no basta para constituir un nuevo paradigma científico.

¿Significa entonces que la ciencia no es útil en la búsqueda de la verdad? Por supuesto que lo es. La ciencia establece un método que, aplicado de forma rigurosa, permite llegar a conclusiones acertadas y operativas, al menos durante un tiempo. Lo que no excluye, como hemos podido comprobar de forma acuciante en los últimos tiempos, que los científicos se vean obligados a corregir sus conclusiones a la luz de nuevos hallazgos. Por mucho que la gente se haya desesperado con que los científicos “hoy digan una cosa y mañana otra”, esto forma parte de la normalidad científica. También lo es que existan debates dentro de una determinada disciplina, e incluso que algunas posturas sean antitéticas e irreconciliables, sin que sea posible dirimir en el momento presente cuál de ellos tiene razón (si es que uno de ellos la tiene). Si esto es así para las ciencias naturales (la física, la química, la biología), más aún lo es para las ciencias humanas (la psicología, la sociología), que incluyen un mayor número de variables imprevisibles o idiosincráticas. La medicina, en cierto modo, está a medio camino entre unas y otras, al estar influida por factores biológicos pero también sociales. Como hemos comprobado en estos dos largos años de pandemia, la medicina a veces se ve obligada a tomar decisiones en base a hallazgos heurísticos o intuitivos (por ejemplo, usar tratamientos que parecían tener una utilidad clínica que luego han resultado no ser útiles, hacer previsiones que no se han cumplido, etc.). No conviene denostar las ideas basadas en la intuición o la casualidad como acientíficas, puesto que estas también han sido el origen de posteriores investigaciones, que han supuesto algunos de los mayores avances de la ciencia médica.

Yendo al inicio, entonces: ¿Está en lo cierto este tuitero negacionista que cree haber demostrado la falsedad de un test de antígenos abriéndolo como una nuez y encontrando un vacío? Podríamos decir que es su propio vacío el que paradójicamente ha venido a encontrar, y lo ha llenado rápidamente de certeza para taponar ese vacío. Lo que no arreglará nunca el método científico es nuestra particular relación con la certeza y la incertidumbre.  Por supuesto, ni todos los negacionistas son paranoicos ni todos lo neuróticos se apoyan en el razonamiento científico, pero de forma esquemática podríamos decir que es esperable que una parte de la población prefiera funcionar de forma, digamos, paranoica, y quiera mostrar, con feroz ánimo litigante, las pruebas de un engaño masivo, reservándose siempre el papel de testigos de una verdad revelada. De la misma forma, otra parte de la población funcionará de un modo neurótico, tratando de encontrar asidero a sus miedos y dudas invocando a un Otro que determine, de una vez por todas, la verdad. Pero, aunque estemos convencidos de nuestro buen razonar, no podemos andar por ahí diciendo alegremente que la ciencia ampara nuestras opiniones. Cuando oyes a alguien decir: “Los científicos dicen esto o aquello”, parece concebir a la comunidad científica como un discurso único, que presenta ya cristalizadas una serie de certezas inamovibles y plenamente consensuadas, cuando es más bien un conjunto heterogéneo de voces que intentan dar la mejor explicación posible a una serie de fenómenos complejos. Creo que hay que evitar la tentación de decir que la Ciencia dice tal o cual cosa, porque la ciencia realmente no dice nada. La ciencia no enuncia ninguna verdad, como en el duelo de Jacques Le Gris y Jean de Carrouges, que hoy se celebra en las arenas de Twitter. El fundamento de la ciencia, por contra, es la duda, y los científicos saben que la verdad que enuncian puede ser perecedera.

La plena certeza, la certeza frente a la que no cabe duda, parece casi una experiencia exclusiva de la psicosis. Frente a ello, la neurosis se presenta siempre como un sujeto dividido, buscando en el Otro una respuesta sobre sí mismo. La pandemia ha sido una experiencia de forzamiento tal que ha obligado a todos los sujetos a tomar decisiones, en un sentido u otro. Cada cual ha cargado con sus decisiones lo mejor que ha podido, no ha quedado más remedio. Pueden estar tranquilos, no podía ser de otra manera. Porque, en última instancia, y aunque sea duro admitirlo, no hay certeza para todos ni ciencia que obture para siempre nuestro vacío de saber.

Manuel González Molinier, Una relación particular con la certeza, ctxt 20/02/2022

https://www.ctxt.es/es/20220201/Culturas/38803/Manuel-Gonzalez-Molinier-Copernico-ciencia-psicosis-conspiranoia-Descartes.htm?fbclid=IwAR0YAt0_Bff9U4rVoyMITJaI78rpAxe5dzav-G0zAJ0by2ozheFlLnJJpP4

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