La neurosi i el dubte metòdic de Descartes.
Viendo estos antecedentes cobra más valor la maniobra lógica propuesta por René Descartes en 1637. El método obsesivo por antonomasia: la duda metódica. Quien haya trabajado en la clínica con sujetos que sufren una neurosis obsesiva sabrá que la duda del obsesivo es su marca más clásica, el síntoma que nunca suele faltar. Es la imposibilidad de llegar a una certeza lo que les atormenta. Un paciente puede acudir a consulta solo a que le aclaren una duda, sin embargo, nunca acierta uno a dar una respuesta que resuelva esa duda de forma definitiva y, si acaso esta duda se diera por concluida, no tardaría otra en aparecer. La duda puede ser de lo más nimia (¿he apagado la luz o no?, ¿me he lavado las manos y las tengo suficientemente limpias o están sucias?) pero, en última instancia, coloca al sujeto ante la incapacidad de hallar una certeza en un mundo (el de los seres vivos parlantes) lleno de incertidumbre. Ese fue el hallazgo de Descartes y no otro: fundar una certidumbre respecto a su propia duda. Lo único cierto para él es que pensaba, no sabía si pensaba bien o mal, puesto que ahí estaba la posibilidad del genio maligno que hiciera que la percepción resultara engañosa (¿será ese genio maligno el que encontró, allí agazapado dentro del test de antígenos, el tuitero?). El caso es que pensar, pensaba, y por tanto, indudablemente, existía. Existía en tanto sujeto que enunciaba esa frase: “(Yo) pienso”. De este modo, dudando de todo hasta encontrar ideas puras, concluía demostrar la existencia de Dios. La mera idea de Dios, una idea perfecta, solo podía pensarse si este existía. A partir de ahí, Dios era el garante de aquellas ideas ciertas, pues estas solo podían existir por la gracia de Dios. Hacía así un movimiento lógico que sería fundamental para la construcción del pensamiento científico, aunque parezca paradójico: al desplazar a Dios al lugar de garante de la verdad, la ciencia podía buscar esta verdad. Dios existiría precisamente allá donde la verdad se encontrara. El Dios de Descartes ya no tenía que manifestarse mediante un duelo o una ordalía, porque estas pruebas podían ser engañosas. Ahora Dios estaba encerrado en el propio razonamiento correcto, siempre del lado de la verdad y opuesto al engaño. Si se piensa desde un punto de vista lógico, en vez de teológico, es un movimiento realmente audaz. Si el científico parte de la duda y va, progresivamente, esclareciéndola hasta generar una certidumbre (por ejemplo, la fórmula de la ley de la gravedad), el papel que ha reservado Descartes a Dios es el de garante de esta fórmula. La naturaleza estudiada no puede ser engañosa, los engañosos son los razonamientos falsos, las conclusiones erróneas. La realidad no es nunca caprichosa, la gravedad, por ejemplo, no puede comportarse de esta forma hoy y de esta otra mañana. Las fórmulas a las que se reduce la realidad, por difícil que sea obtenerlas, son inmutables. El lugar del Otro es el de garante de la verdad, a la que se llega mediante el método de la duda. Esta fórmula está aún hoy en la base del método científico.
Manuel González Molinier, Una relación particular con la certeza, ctxt 20/02/2022
Comentaris