La censura horitzontal.
... decíamos que el poder no es el enemigo más temible del pensamiento libre, y es preciso seguir profundizando. Si nos alejamos por esta gruta, siempre hacia abajo, llegaremos a las salas subterráneas del dogma, a la unanimidad y al miedo a la exclusión social. Aquí el poder ya no necesita ejercer una presión explícita porque son los súbditos quienes ponen en marcha los mecanismos de sometimiento contra el que fue demasiado original, el disidente o el respondón. Porque no solo es el poder establecido, sino también las masas, quienes defienden el dogma y la ortodoxia. Lo hacen por fanatismo, por complacencia o por los misteriosos y retorcidos mecanismos culturales del tabú. Y aquí también es, por cierto, donde encontramos la represión del pensamiento típico de las democracias, el cepo propio de nuestro tiempo: una poscensura que no castiga con la ley en la mano, con el exilio o la cárcel, sino con el vituperio, el desprestigio y la cancelación. Una censura que no es vertical, como la de otros tiempos, sino horizontal: la policía vive en todos nosotros y nos vigila desde todas partes.
Elisabeth Noelle-Neumann escribe en La espiral del silencio que todos tenemos una antena invisible instalada en el cerebro, y que esta nos permite detectar cuáles son las opiniones mayoritarias –y por tanto dominantes– sobre cualquier asunto controvertido. Dado que todos queremos formar parte de un grupo, ser aceptados y evitar el desprestigio, tenemos intuitivamente mucho cuidado con expresar aquello que suponemos que nos traerá problemas. Como animales sociales que somos, sabemos que la colaboración y la aceptación social son requisitos imprescindibles para nuestra supervivencia. Esta idea, posiblemente instalada en nuestro software darwiniano, es lo que nos permitió imponernos a especies más fuertes, fieras y rudas. Pero en el saldo negativo, no solo constriñe los límites de la libertad de expresión, sino que también afecta a nuestra capacidad de pensar en libertad. En todo pensamiento, por más individual que se presuma, hay una conexión profunda con el grupo y la cultura.
La llegada de las redes sociales ha intensificado lo que Noelle-Neumann detectó hasta límites grotescos, porque hoy no hace falta intuir, ya que continuamente se nos dice dónde está el límite. La presión de las redes sociales sobre el pensamiento no solo es atroz por los castigos que allí se brindan a diario contra los que traspasan un límite arbitrario y prohibido, sino porque nos induce a opinar sobre lo que los demás opinan en una constante interrupción. ¿Significa esto que estamos de nuevo en tiempos de pensamiento único? Mi opinión es que no, por más que algunos analistas lo anuncien con trompetas apocalípticas.
Estamos en los tiempos, mucho más complejos, de la polarización de muchos polos; es decir, en los de la fractura social y la tribalización. Dicho de otra forma, en esta época hay muchos pensamientos únicos en islas separadas por la confrontación, y dentro de cada isla hay una ortodoxia. En la tensión cultural entre estas visiones del mundo antagónicas, cada tribu trata de preservar sus límites y su pureza mediante la purga de quienes se desvían: los traidores. En estas circunstancias, ejercer el pensamiento libre es quizá más difícil que en una dictadura. Aquellas, al menos, tienen un enemigo claro. Pero en el esquema de la polarización sucede a menudo que, huyendo de una ortodoxia, el reprimido termina acogido en otra y allí, por agradecimiento, voluntariamente se somete a sus límites, con lo que sus posibilidades de crítica quedan lastradas. En mi último libro, La casa del ahorcado, ejemplifico este fenómeno con la historia de los seguidores de Juan Calvino que huyeron de la Inquisición y se refugiaron en Ginebra con el líder luterano para descubrir allí una nueva inquisición.
Juan Soto Ivars, Viaje al centro del pensamiento libre, ethic.es 10/02/2022
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