El cas rus i la dinàmica del ressentiment.







En su enunciado literal, la 'tripartición de la conciencia social', un concepto creado por el sociólogo Olivier Schwartz, parece otro aburrido asunto dirigido a especialistas académicos. Sin embargo, su relevancia cotidiana ha sido enorme en los últimos años. Schwartz se refería a una nueva división que había hecho acto de presencia en la política francesa, y en la que, además de los tradicionales "nosotros" y "ellos", había aparecido otra facción, "los otros". Ya no eran dos categorías las que organizaban la visión social, como en la vieja lucha de clases, sino tres.

Su repercusión es fácil de entender con un ejemplo que ilustra bien los rencores que se han ido sucediendo en Occidente. Una parte de la sociedad vivía bien, creía estar en el lado ganador de la historia, contaba con recursos y poseía una visión optimista del futuro. Otra parte encontraba cada vez mayores dificultades para llegar a fin de mes, o veía descender su nivel de vida, y contemplaba el porvenir en términos oscuros. Fue entonces cuando apareció, antes de la crisis de 2008 pero mucho más después de ella, la categoría tercera, la de los excluidos, aquellas personas que estaban en una posición muy precaria y en situación de evidente riesgo social.

El caso ruso está plenamente enraizado en esta dinámica, en la medida en que recoge los sentimientos de desprecio y minusvaloración típicos de los últimos tiempos. Desde esta perspectiva es bastante más sencillo explicar las reacciones recientes de Putin. Con la caída de la URSS, el país se fraccionó, ya que los barones territoriales aprovecharon sus grandes cuotas de poder local para refugiarse en un nacionalismo separatista que les generó ventajas en su relación con Occidente. En lo económico, y durante un primer instante, Rusia se acogió a la corriente dominante, la del vencedor, y adoptó sus recetas: el 'shock' económico que sufrió fue intenso. China, por el contrario, anotó el error ruso y evitó esa trampa cuando llegó su momento.

Rusia era, por entonces, una gran potencia con enormes dificultades económicas, con una pérdida de territorios que hacía evidente la decadencia, y con una situación social muy inestable en la que los oligarcas imponían su ley por encima del Estado. La llegada de Putin modificó esa configuración de poder y llevó a Rusia hacia la recuperación. En aquellos instantes, Putin deseaba tener buenas relaciones con Occidente, que fueron transformándose durante los años siguientes en animadversión. El sentir ruso, que su presidente ha fomentado, era el de una gran país herido que sufría los desprecios y las amenazas de Occidente. El ascenso de China en el orden internacional y la demostración de que seguían siendo una potencia con todas las letras, como ocurrió en Siria, favorecieron un conjunto de factores que relanzó la autoconfianza del Kremlin.

En esta tensión de fondo entre el 'nosotros' ruso y el 'ellos' occidental, había un factor añadido, 'los otros', ese conjunto de repúblicas desagradecidas que habían traicionado a la madre patria. La cercanía de Ucrania con la UE y con la OTAN fue una herida profunda, ya que implicaba que Occidente podía humillar a Rusia hasta en sus mismas fronteras. Y como la Rusia actual ya no era la que surgió tras la caída de la URSS, sino mucho más fuerte, había que hacer saber al mundo que ya no se la podía menospreciar. La lección a Occidente se ha aplicado en la piel de 'los otros', los traidores ucranianos. La gran Rusia está de regreso. Los riesgos de la invasión pueden ser grandes, pero mucho menores que las ganancias en términos de orgullo nacional, como subrayó Putin en un extenso discurso.

Era una reacción que tarde o temprano suele producirse. El sentimiento de ser humillado lleva a menudo a la sobrecompensación. Una vez que el débil vuelve a sentirse fuerte, aparece como imprescindible hacer saber que existe, que es influyente, que los desprecios se han terminado. Y, al dejarse llevar por esa falsa pujanza, ignora todos los avisos del sentido común, llegando incluso a forjar sentimientos de superioridad y de grandeza. Es muy difícil explicar lo ocurrido en la Alemania de los años 20 y 30 sin la sensación de haber sido humillado que impregnó el país en los años posteriores a la I Guerra Mundial, como lo es ignorar la devastación que causó, y el precio que pagaron 'los otros' prototípicos, los judíos. En otro orden, es complicado entender el deseo hegemónico de China sin comprender hasta qué punto se siente un gran imperio de siglos que ha sido menospreciado y maltratado por Occidente durante muchos años, y que ahora exige ser tratado con enorme respeto, si no con total deferencia.

Esteban Hernández, La triangulación sentimental: una explicación sobre lo que está pasando en Occidente, elconfidencial.com 26/02/2022

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