Manuel Sacristán, contra l'obligatorietat de la filosofia en el batxillerat.

 



¿Tiene que haber una asignatura de filosofía que sea obligatoria en el bachillerato? Es ésta una polémica que se arrastra desde hace años ante la evidencia de que la formación general (primaria, secundaria y bachillerato) está sobrecargada de materias y se busca por dónde reducir su número. Cualquier reforma se enfrenta a posibles reducciones horarias para un gremio u otro, de forma que los profesores de filosofía, de historia, de dibujo y de todas las materias claman que sus áreas son imprescindibles para cualquier formación futura. Aunque, en realidad, se trata de no perder horas de clase. El resultado es que, una y otra vez, en lugar de abordarse una reforma del programa de estudios que atienda a los alumnos, los gobiernos acaban firmando la paz social con los profesores, multiplicando el número de asignaturas y ajustando así los planes a su conveniencia.

En el caso de la filosofía, el principal argumento que esgrimen los afectados es que ellos son los depositarios del espíritu crítico, necesario en cualquier proceso de formación crítica que se precie. Sin la filosofía, argumentan, los alumnos no se forman sino que, a lo sumo, se informan, incluso se deforman, sometidos a un bombardeo de datos inconexos que hace de ellos futuros conformistas. ¿No será eso lo que se busca? En cualquier caso, se trata de un argumento que, como poco, ofende a los profesores que, desde otras materias (historia, literatura e incluso asignaturas científicas) se esfuerzan en ofrecer una visión también crítica (y global). Eso sin tener en cuenta que en los departamentos de filosofía es donde hay más curas y excuras por metro cuadrado, convencidos de que la filosofía es y debe ser ancilla theologiae (esclava de la teología). Y resulta muy difícil sostener que desde la obediencia al dogma se pueda difundir el espíritu crítico.

Porque la polémica de ahora no es nueva. Se remonta, por poner una fecha reciente, a 1967, cuando se publicó Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores, de un pensador incuestionablemente crítico y de izquierdas, Manuel Sacristán. Proponía: “Suprimir las secciones de filosofía de las Facultades de letras --suprimir, esto es, la licenciatura en filosofía--, y eliminar, consiguientemente, la asignatura de filosofía de la enseñanza media“. Una materia, “la filosofía especializada de las secciones académicas”, a la que calificaba como “filosofía licenciada y burocrática” que ha terminado por convertirse en “una institución parasitaria”.

Sacristán cuestionaba que la filosofía fuese un saber sustantivo. “La crítica que conduce a la recusación de la licenciatura en filosofía es una crítica filosófica”, sostenía, ya que consideraba que “el tipo institucional del licenciado en filosofía no sólo no merece el nombre de filósofo, sino que es incluso una cómica degeneración de ese programa de conducta”. Más aún: “El profesor de filosofía no es sólo una figura parasitaria, sino, además, destructiva: destructiva de la capacidad que los jóvenes tengan de filosofar”.

En el manifiesto, Sacristán dejaba claro que no dudaba de los licenciados particulares sino de la institución misma, la licenciatura en filosofía, que generaba “un especialista en Nada (la mayúscula será consuelo de algunos). Su título le declara conocedor del Ser o de la Nada en general y, dada la organización de los estudios universitarios, afirma con ello implícitamente que se puede ser conocedor del Ser en general sin saber nada serio de ningún ente en particular”. Y añadía: “En la práctica, el tipo del licenciado en filosofía no conoce oficialmente más que la tradición artesanal de su propio gremio”.

La supresión de la materia no implicaba eliminar los contenidos filosóficos: “No significa la supresión de la lógica elemental ni de la psicología en la enseñanza media: hace ya bastante tiempo que ambas son ciencias positivas”, apuntaba Sacristán, para quien la eliminación de la filosofía “debería ir acompañada por la orientación, dirigida a los profesores de historia, de ciencias y de letras, de dar conocimientos histórico-filosóficos al hilo de sus propios temarios: al empezar a explicar geometría analítica, por ejemplo, el profesor de matemáticas debería acordarse durante un rato de quién fue Descartes, y de la función del platonismo en la gloria de la regla y el compás… Aparte de eso, como queda implícitamente indicado, habría que instituir al menos una asignatura de lógica en sentido amplio, inclusiva de elementos de teoría de la ciencia”. Lógica matemática, por supuesto, no sólo la silogística aristotélica.

En su opinión, “la introducción de la filosofía como asignatura en la enseñanza media” sirvió para “garantizar una demanda de licenciados”. Ahora bien, el acceso a la filosofía no debiera ser previo al conocimiento sino reflexión sobre el mismo. Los alumnos de la especialidad de Filosofía, y por supuesto, los de bachillerato, carecen de un conocimiento sobre el que reflexionar. Durante toda la Edad Media, las enseñanzas filosóficas se impartían a estudiantes que eran ya “bachilleres en artes”, es decir que disponían de conocimientos técnicos y científicos porque “la filosofía es más bien un nivel de ejercicio del pensamiento a partir de cualquier campo temático”.
En vez de seguir en esa dirección, que en su opinión culminaría en la creación de un instituto de filosofía para, preferentemente, titulados de las diferentes ramas del saber, los programas docentes han seguido un camino inverso. Filosofía y Letras se difuminó en facultades de Filología, Historia, Geografía, Psicología y una cosa llamada “ciencias de la educación”. Y lo mismo se ha hecho en el bachillerato, dividiéndolo en cada vez más especialidades.

Tras sostener que hay que eliminar la licenciatura en filosofía, se preguntaba: “¿Qué podría perder la Universidad con la supresión de la licenciatura en filosofía?” y a continuación respondía: “No, ciertamente, el aprendizaje memorístico, arqueológico y apologético de la especulación ideológica. Perder eso es ganar libertad para el pensamiento”. Después de todo, buscaba suprimir “la filosofía como especialidad” para “restablecerla como universalidad''. Es decir, dado que la filosofía es un saber adjetivo, que presupone el verdadero saber sustantivo, el de las ciencias sobre el mundo (lo que no implica asumir un cientificismo acrítico), se trata de convertir la filosofía en lo que fue: un ámbito de reflexión sobre conocimientos y prácticas que mantenga, hasta donde sea posible, la vocación de un conocimiento universal, ése que debe impartir una universidad que se mantenga fiel a su nombre.

Francesc Arroyo, ¿Especialistas de la nada?, Crónica Global 23/01/2021






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