Ionquis tecnològics.






Nos conectamos al móvil por necesidad, pero la mayoría de las veces lo usamos porque no podemos dejar de hacerlo. Y sentimos un vacío dentro, como en Hollow Inside, aquella canción de Buzzcocks. Pero cada vez más voces avisan que asistimos desarmados a una batalla implacable: la que se da entre nuestra pobre voluntad y una infraestructura de persuasión industrializada.

Hace tiempo que leemos estas advertencias. No hay para tanto, queremos creer. En mi móvil, en mi tableta, en todas mis pantallas mando yo, nos decimos. Pero la mayoría no sabemos nada de tecnología y muchas de las voces que denuncian estos abusos son los expertos que han construido estas herramientas de distracción masiva. “Es como si tomaran cocaína para el comportamiento y la esparcieran por toda la interfaz. Eso es lo que hace que vuelvas y vuelvas y vuelvas”, dijo Aza Raskin, exempleado de Mozilla. “Aunque no lo digamos en voz alta, deseamos en secreto que todos y cada uno (de los usuarios) se enganchen diabólicamente a nuestro producto”, reconoce Nir Eyal en su libro Enganchado. “El scroll del móvil está basado en el diseño de máquinas tragaperras, porque están específicamente diseñadas para mantenerte pegado a ellas el mayor tiempo posible”, según Adam Alter, autor de Irresistible. ¿Quién nos ha convertido en yonquis tecnológicos?

James Williams es una de esas mentes brillantes. Trabajó en Google hasta que tomó conciencia del impacto del diseño adictivo de algunas tecnologías digitales. Pensó que era un tema urgente del que hablar, pero se dio cuenta de que aún no había lenguaje para entender lo que estamos viviendo. Entonces dejó la compañía y se largó a la Universidad de Oxford. “¿Por qué vas a un lugar tan viejo para estudiar algo tan nuevo?”, le preguntó su madre, según relata Williams en su libro Clics contra la humanidad. Libertad y resistencia en la era de la distracción tecnológica (Gatopardo Ediciones). La respuesta es que marchó para adquirir herramientas de análisis sobre el estrecho margen de libertad que nos deja la turboeconomía de la atención. Para Williams, estamos ante un tiempo nuevo, lleno de hiperoptimismo e ignorancia ante las consecuencias de este tipo de economía. Y debemos pensar sobre ello y actuar al respecto, o llegaremos a “un punto sin retorno que nos puede llevar a la indigencia intencional”, advierte.

Paseando por una exposición sobre la publicidad de cigarrillos en los inicios del siglo XX en la Fundación Vila Casas de Barcelona, un cartel llama la atención: es la imagen de una dulce madre ofreciendo un pitillo a su hijo. El asombro lleva a la risa, pero después pensamos que no es tan raro. Al fin y al cabo, hasta hace apenas unas décadas el cigarrillo era un símbolo de modernidad. Por eso las tabacaleras fueron una de las industrias más poderosas del mundo, un negocio que creció libre y tramposo hasta que se legisló el uso del tabaco. Hasta entonces, el cigarrillo —que hizo felices a muchos y destruyó la salud a tantos— era omnipresente en bares, calles, oficinas, lavabos y dormitorios. Las empresas tabacaleras de ayer —como las empresas tecnológicas hoy— fueron imperios que definieron su propia contemporaneidad. Revolucionaron hábitos sociales usando la publicidad como principal herramienta de penetración, y su poder fue tal que fuerzan (forzaron) nuevos debates y legislaciones al respecto. Del envolvente humo de los cigarrillos se acordó el senador demócrata por Connecticut (EE UU) Richard Blumenthal al escuchar a Frances Haugen, miembro del departamento de integridad cívica de Facebook, testificar en el Congreso contra la compañía. Ante la retahíla de abusos, Blumenthal dijo que las maniobras del gigante tecnológico le parecían “sacadas de una página del manual de la industria del tabaco” por ocultar al público sus propias investigaciones sobre prácticas dañinas.

Mar Padilla, Dale otra calada al móvil, El País 22/01/2022

https://elpais.com/ideas/2022-01-22/dale-otra-calada-al-movil.html?ssm=FB_CC&fbclid=IwAR1Wb1h986M1_GZPVtOy4duhZxSnF3y-JnhMhB9ZdfewHPg9LfNAsyLrPbM






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