Memòria duradera.
Gracias a Ramón y Cajal y a muchos investigadores posteriores sabemos que la memoria no es algo etéreo o inmaterial, pues cuando aprendemos el cerebro cambia, modificando su química, su morfología y su funcionamiento, algo que ocurre continuamente a lo largo de la vida. Pero ahora sabemos también que esos cambios, que implican a una portentosa maquinaria neuronal de genes y moléculas, ocurren con más facilidad y potencia cuando somos jóvenes, lo que explica que los mayores podamos recordar mejor lo que ocurrió hace mucho tiempo, cuando el cerebro tenía intacta esa maquinaria y su potencia para formar y almacenar memorias en lugares como el hipocampo y la corteza cerebral, que cuando, entrados los años, las prolongaciones que surgen en las neuronas y sus conexiones se forman con más dificultad, no se estabilizan, y se desvanecen fácilmente al no ser tampoco reforzadas por procesos como los de atención, que también se debilitan con la edad.
Es como si lo que aprendimos y vivimos en el pasado cuando éramos jóvenes fuera esculpido en piedra y se hiciera por ello indeleble, mientras que lo que aprendemos de mayores lo fuera en barro blando, siendo por ello menos consistente y más efímero y propenso al olvido. Homero, el poeta griego autor de La Ilíada y La Odisea, consideró a las ideas o memorias el resultado de la estampación de un sello duro en cera caliente. Con cera blanda costaría poco estampar la memoria, pero no sería duradera. Por el contrario, con cera dura el estampado sería difícil, pero duradero, propiedades que se asemejan, ciertamente, a las de formación y recuerdo de nuestras memorias biológicas. Siendo así, lo difícil sería olvidar no lo que hicimos ayer los mayores con un cerebro debilitado, sino lo que nos ocurrió cuando nuestro joven cerebro ejercía toda su potencia funcional y formaba memorias robustas y duraderas.
Ignacio Morgado Bernal, ¿Por qué recordamos lo que ocurrió hace mucho tiempo y olvidamos lo que ocurrió ayer?, El País 03/01/2022
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