Contra la sobèrbia moral

 


Tanto el ecologismo extremo como el animalismo extremo comparten con la mayor parte de los autores enmarcados en el posthumanismo (del cual, por el contrario no tengo reservas en admitir que me parece rechazable en casi todos sus puntos filosóficos fundamentales) la visión de que los problemas que cada uno de ellos denuncia son, en el fondo, problemas morales, causados por “la perversidad intrínseca de los valores humanistas” denunciados desde dichas corrientes. Igual que los milenaristas de los albores del siglo XI o que los creadores de los primeros libros apocalípticos del principio de la era cristiana, los activistas y pensadores apocalípticos de nuestros días están íntimamente convencidos de que la hecatombe que se nos vecina es, por encima de todo, la consecuencia inevitable de “nuestros pecados”. Aunque ahora los pecados no se entiendan necesariamente como violaciones de una ley divina, sino como algo parecido a la hybris (‘soberbia’ o ‘desmesura´), considerada por los antiguos griegos el “pecado capital” de los seres humanos. Es justo esta tendencia, cada vez más omnipresente, a conceptualizar a priori todos los problemas sociales, culturales y filosóficos bajo las categorías de “culpa moral” y “corrección moral” lo que me parece nefasto para la libertad de pensamiento, de discusión y de elección política, libertades que son nuestras únicas garantías de encontrar soluciones razonables en el marco tan complejo como el contemporáneo. Pues una vez que alguien ha adoptado una posición o una creencia como la única compatible con las virtudes éticas, todas las críticas que se le hagan las verá como ataques morales en vez de cómo oportunidades para el diálogo. Y a los oponentes los verá como enemigos en vez de cómo personas con puntos de vista legítimamente distintos a los suyos. (14-15)

Si tuviera que seleccionar un solo mensaje de entre todos los argumentos que presento en esta obra para que perdurase en la memoria de los lectores, sería el de que la única actitud racional ante un debate que se refiere a asuntos dominados por la incertidumbre y la complejidad es la de no aferrarnos con demasiada vehemencia a nuestras convicciones morales, sean estas las que sean. Por este motivo, me ha parecido útil dedicar el resto de esta parte introductoria a presentar muy sucintamente las líneas generales de ese “relativismo ético” que me parece el más apropiado en el mundo contemporáneo; un relativismo que no consiste en estar convencido de que “todo es igual”, sino en ser consciente de la “relatividad” de los valores de cada uno, de la “falibilidad” de nuestros argumentos y principios éticos, y de que a menudo conviene que relativicemos la importancia que cada uno le da a cada cosa. Soy consciente de que las personas para las que una firme convicción moral es algo valiosísimo e imprescindible tienden a sentirse más ofendidas por alguien que les quita importancia a dichas convicciones que por alguien que simplemente tiene las convicciones contrarias, aunque igual de firmes: a la gente le suele indignar que otros “relativicen” sus aspiraciones y sus creencias. Pero dejar de hacerlo “por no molestar” es el camino seguro hacia un mundo poblado por fanáticos. (15-16)

Jesús Zamora Bonilla, Contra apocalípticos, Shackleton Books, 2021

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