Guerra d'egos.

Se ha dicho más de una vez que el vanidoso estrellato virtual de cualquiera, en esta incesante guerra de egos que es nuestra vida social, es lo que cubre en red una intolerable humillación sumergida. No solo nuestra economía puede ser informal o sumergida; sobre todo lo es nuestra violencia. Las redes aseguran una veloz cobertura, personalizada al instante, para que nadie se vea los pies. Recordemos que ya el week end inglés vino después de una nube de hollín. Ahora la contaminación ha sido felizmente descarbonizada, dispersa en una coloreada nube numérica. Cambio climático, pues. Además, tenemos en el tiempo libre y las vacaciones, que se cuelan (sin cigarrillos ni humo) en cualquier instante tecnológico, la ilusión virtual que compensa el sometimiento real. Hasta los animalitos que amamos (los nuevos osos pardos de las montañas españolas) obedecen a este triste modelo de mansedumbre agradecida. Claro que tendrá sus accidentes, con estallidos inesperados. Lo que hemos aguantado desde septiembre estallará en Navidad en una intransigente sinceridad a toda costa (¡abajo la hipocresía de antaño!) que, a la mínima, le montará un pollo a cualquier madre, hermana o cuñado.
El despotismo de los retoños, mimados en esa forma sutil de maltrato que es consentirle todos los caprichos, prolonga el narcisismo de los mayores. Y esta actitud esclavista de los pequeños egos puede comenzar ya a los doce años. ¿Nos extrañaremos de que se acose en la escuela al chico que sea raro o lento, que no interactúa a gritos para conseguir popularidad?
Ignacio Castro Rey, Cuesta de enero, Nueva Revolución 23/01/2018

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