Animalisme i final d'una civilització.





Después de Pan, de Dios y del Hombre, ¿qué queda de la compasión? Los animales. Lo he dicho otras veces: el animalismo no es el signo de un progreso civilizatorio sino del fin de una civilización. Ocurre lo mismo cada vez que las certezas se vienen abajo. El fenómeno es tan antiguo como la decadencia del imperio romano. El paganismo extremo, en su desconcierto angustioso y frente al antropocentrismo cristiano, volcó toda su sensibilidad apocalíptica en el dolor de la naturaleza: los gnósticos, Celso, Porfirio, el neoplatonismo en general. Hijos como somos de una cultura cuyas bellezas y cuyos horrores son inseparables del combate contra ella –la naturaleza– hoy ese “dolor” asume un tono casi misántropo o antropofóbico. Vuelven los animales. ¿Cuáles? No los egipcios, majestuosos, terribles, potencialmente mortales, sino los vencidos y dependientes, ésos a los que no se puede –ni se debe– liberar del yugo compasivo. Los occidentales ya no adoramos la naturaleza que puede matarnos. No adoramos al cocodrilo, al chacal o al mono. Adoramos a los animales domésticos, que son, en realidad, obra nuestra. De hecho “mascotizamos” cada vez más incluso los animales salvajes, también derrotados, a los que cubrimos con nuestra tolerancia anti-griega y nuestra piedad anti-cristiana: está de moda adoptar serpientes y leones y caimanes. Hace unos días, Susan Kopp, veterinaria especialista en bioética, recordaba con sensatez la necesidad de afrontar y evitar el dolor animal en el marco de esta “naturaleza vencida” –sometida a la industria alimenticia, el negocio cosmético y la experimentación científica– pero con no menos sensatez insistía en el principio de que “equiparar a los animales con los humanos no es la mejor manera de protegerlos”. Y añadía un dato que revela las paradojas asociadas al culto compasivo del animal vencido: en EEUU hay 163 millones de perros y gatos que consumen el 19% de los alimentos y el 33% de las proteínas animales del país. 

Desaparecidos Pan, Dios y el Hombre, quedan los animales, a los que rendimos culto después de arrancarles las uñas. Queda también el animal que llevamos dentro. ¿Cuál es? ¿Es el vencido, doméstico, desarmado, que nos hace compañía, recostado en el sillón, en las horas de soledad? ¿O es el egipcio, extraño, feroz, licántropo y ominoso? La red, plagada de gatitos cuquis –pábulo de sentimentalismo digestivo–, nos da la respuesta menos benigna. El hombre en la red es un dios lobuno para el hombre. Sobre todo “los hombres”.

Santiago Alba Rico, Tolerancia, piedad y mascotismo, ctxt.es 24/01/2018

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