Cervell cobdiciós.

Algunos experimentos de la neurociencia han mostrado que cuanto más codiciosa es una persona menos capacidad tiene la corteza prefrontal de su cerebro, que es la implicada en el razonamiento, para disminuir la gratificación de ganar más dinero inhibiendo la actividad de las neuronas del estriado ventral, implicado en esa gratificación. El cerebro del codicioso podría funcionar entonces de manera diferente al de las personas que no lo son. Otros estudios han sugerido que, como los codiciosos tienden además a apostar alto para maximizar sus ganancias, podrían padecer una perturbación mental que anula su capacidad para percibir el riesgo o para ver las necesidades de los demás. El investigador norteamericano Mark Goldstein y otros colegas han sugerido que la codicia, la impulsividad y la pérdida de visión de futuro que originaron la crisis financiera que, parecida a la de 1929, tuvo lugar en los Estados Unidos entre 2007 y 2010, bien reflejada en la excelente película Margin call, podrían haber sido causadas, al menos en parte, por los bajos niveles de colesterol cerebral de muchos trabajadores del mundo financiero norteamericano, consumidores habituales de estatinas, unos fármacos que disminuyen los niveles de colesterol en sangre. La razón es que el colesterol es necesario para regular la serotonina cerebral, una sustancia que estabiliza las funciones mentales.
La inercia a acumular recursos contrarresta el sentimiento de incertidumbre sobre lo que le puede pasar a uno en el futuro, por lo que la codicia pudo haber evolucionado en nuestros antepasados ancestrales como una forma de adaptación cuando el entorno es pobre en recursos. Si uno tiene mucho se preocupa menos por el futuro que si tiene poco. Un sentimiento, en definitiva, de hormiga más que de cigarra. Ese planteamiento hace que algunos científicos crean que los diferentes grados de codicia de las personas podrían derivar por ello de las diferentes percepciones y expectativas de la gente sobre las inseguridades del porvenir. Eso explicaría también, por qué en entornos inciertos como el de la economía algunas personas parecen más deseosas que otras de comportarse adquisitivamente, de invertir. El peligro está sobre todo en la gente corriente, particularmente en las clases medias, que pueden ser víctimas de la codicia arriesgándose a invertir sus trabajados y limitados ahorros en juegos, loterías o activos financieros, por querer multiplicarlos con rapidez y con mucho menos esfuerzo del que les costó conseguirlos.
Ignacio Morgado Bernal, Así funciona el cerebro de un codicioso, El País 17/01/2018

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