Els dilemes de la digitalització de l'opinió pública.



Bajo los auspicios del Ministro de Justicia, Heiko Maas, el Bundestag ha aprobado la conocida como NetzDG, ley que obliga a las plataformas digitales a revisar, y en su caso borrar, el contenido ofensivo que sea señalado por otros usuarios bajo penas de multa que pueden llegar hasta los 50 millones de euros. Se trata de reprimir tuits como el que Beatrix von Storch, líder del grupo parlamentario de la formación populista Alternativa por Alemania, dirigió a la policía de Colonia tras saber que felicitaba las Navidades en árabe: "¿Es esta vuestra manera de apaciguar a las bárbaras hordas de musulmanes violadores en grupo?". El mensaje fue borrado y la cuenta de Storch suspendida durante 12 horas. He aquí un ejemplo de "autorregulación regulada", alternativa a la intervención directa de las autoridades públicas que deja en manos de las empresas de comunicación el juicio sobre sus propios contenidos.

Recordemos que el artículo 5 de la Constitución alemana establece que "no habrá censura" y que su Tribunal Constitucional tiene dicho que la libertad de opinión es "constitutiva por antonomasia" para la democracia. Y aunque esta libertad no cubre la negación del Holocausto ni el apoyo al nacionalsocialismo (excepción que algunos juristas encuentran incongruente), la nueva ley ha sido recibida con críticas a izquierda y derecha. Si el líder de AfD habla de "métodos de la Stasi", el director del Bild lamenta que con ella se avale el eslogan populista según el cual hay verdades incómodas que no pueden decirse en Alemania, mientras otros llaman la atención sobre el poder de decisión otorgado a Facebook y Twitter. Para sus defensores, la ley es útil aunque también mejorable: habría de crearse la posibilidad de que el usuario recurra ante un juez y garantizarse que las empresas no "sobrebloquean" por miedo a las multas. Pero la peculiar naturaleza de la esfera pública digital, potente mecanismo de conformación de la opinión que escapa a los filtros moderadores que solían aplicar los medios tradicionales, parece exigir una respuesta: Macron ha anunciado medidas legislativas contra las fake news y la Comisión Europea medita cómo regular las redes sociales. Así las cosas, merecería la pena ver cómo funciona el experimento alemán.

¿Seguro? Es verdad que la digitalización de la opinión pública plantea dilemas nuevos a la tradición liberal. Y sería anómalo que la libertad de expresión fuera la única libertad constitucional que no conociese límites o los viese desmantelados. Dicho esto, una cosa son los contenidos injuriosos y otra la emisión de mensajes que atentan contra los principios democráticos o amenazan sus valores subyacentes, como los que se incluyen en la categoría de "delitos de odio". Aquí el asunto se complica: es más fácil defender los derechos al honor y la intimidad, recordando con firmeza a los ciudadanos que las redes sociales no son un santuario extrajurídico, que proteger a la democracia de sí misma. Máxime cuando la vitalidad de la democracia pluralista reside, en buena medida, en su inevitable conflictividad.


Estamos, sobre todo, ante un problema de calidad ambiental. Aunque siempre ha habido opiniones radicales y antidemocráticas, por no hablar de malas maneras o mayorías sofocantes, nunca han podido difundirse a tal velocidad ni alcanzar tanta visibilidad. De ahí que no hablemos de un conflicto entre autoritarismo y democracia, sino de una tensión que tiene lugar en el interior de la democracia: entre la libertad de palabra y una palabra tomada a la ligera. O sea: una palabra que no cuida del delicado material sobre el que se asienta la convivencia democrática. Sucede que, bien mirado, quizá la democracia no sea tan delicada. Y aunque esa resistencia no sea infinita, basta para defender que la libertad de palabra ha de ser objeto de las menores restricciones posibles, siempre y cuando se refuercen simultáneamente unas garantías tradicionales (condensadas en el derecho al honor y la intimidad) que acaso sean, por anticuadas o defectuosas que puedan parecernos, más importantes que nunca.
Manuel Arias Maldonado, Ideas para el enjambre digital, el mundo.es 26/01/2018










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