Reivindicar una política de la raó.
NO SE TRATA DE VER MEDIO LLENA
LA BOTELLA QUE ESTÁ MEDIO VACÍA,
SE TRATA DE LA RECONSTRUCCIÓN
DE LO HUMANO
“Optimismo y pesimismo son palabras que se usan habitualmente para expresar estados de ánimo. Cuando se utilizan para calificar filosofías o filosofares hay que andarse con cuidado. La mayoría de los pensadores habitualmente calificados de pesimistas antropológicos a mí me dan ánimos para seguir resistiendo. Eso me pasa leyendo a Maquiavelo, a Gracián, a Leopardi, a Schopenhauer, a Weber, a Einstein, a Camus o, más recientemente, a Alexandr Zinoviev. Cuando era joven hice mía la palabra de Gramsci: pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad. Ahora que ya no lo soy me considero un marxista leopardiano.”[1]Paco Fernández Buey
Se nos incita constantemente a una suerte de optimismo obligatorio, y
no resulta difícil ver por qué: el Sistema de la Mercancía necesita
vender mercancías.
Las reacciones de disgusto son comprensibles: pueden derivar en una
apología del pesimismo –y por ahí nos metemos en un jardín laberíntico,
pues quienes pensamos que el Sistema de la Mercancía es inaceptable y
luchamos por transformarlo debemos mantener abierta la perspectiva de
que esas luchas no son baldías. “El hombre no puede marchar sin una fe”,
decía José Carlos Mariátegui, “porque no tener una fe es no tener una
meta”. No se trata de optimismo, diría John Berger, se trata de
esperanza. ¿Cómo conjugamos la fe con la lucidez, la inteligencia con la
esperanza?
Si se nos propone: pesimismo que desmoviliza u optimismo
desinformado, diremos que ésa no es una alternativa viable. Y en ningún
caso deberíamos abdicar del valor de la lucidez –incluso cuando ésta
conduce a cierto “pesimismo de la inteligencia” (dicho en los términos
de la célebre fórmula gramsciana). Los engaños sacerdotales no son de
recibo –ni siquiera si los propagasen sacerdotes marxistas bondadosos.
¿Entonces? Se trata de fortalecernos, cultivarnos, autoconstruirnos para ser capaces de no negar la vida y simultáneamente no negar los aspectos trágicos y abismales de la vida. Nada de pazguato optimismo desinformado, nada del keep smiling de los mercaderes, sino ese talante que en alguna ocasión he llamado –junto con gente como Kenneth Rexroth o Terry Eagleton— humanismo trágico:
poder decir sí a la vida “incluso en sus problemas más extraños y
duros” como sugería Nietzsche, incluso con esas dimensiones trágicas y
abismales.
Pensemos en el caso de un enfermo grave… En tal trance, habrá quien
se niegue a enterarse de su verdadero estado, y prefiera seguir flotando
en el limbo de la desinformación: vemos a veces a quien entra en la
agonía convencido de que está a punto de curarse. Y habrá también, en
esa difícil situación, quien reniegue de la vida y de la Tierra y de la
condición humana, quien desvalorice todo lo vivido ahora que se enfrenta
al agujero tremendo de la muerte.
Uno debería poder esquivar esas dos actitudes, y en cambio ser capaz
de aproximarse a la muerte serenamente, diciendo algo así como: valió la
pena el camino, y el sol luce alto sobre los campos, y otras y otros
van a seguir caminando… Todo eso me llena de alegría el corazón.
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Pocos días después de escritas esas líneas, leía un iluminador
análisis de mi amigo Juan Carlos Monedero sobre el legado político del
comandante Hugo Chávez. Y en él, estos párrafos que me tocan
intensamente, me desafían porque tocan uno de los asuntos centrales de
mi vida: ¿hasta qué punto podemos convocar al uso público de la razón?
¿De qué forma podemos construir la política como racionalidad? ¿Por qué
vías podría ser viable una ilustración de la Ilustración? ¿Cuál será, en
definitiva, el papel de la razón en la ciudad libre y justa que
deseamos construir?
“Es evidente que Chávez siempre ha sido mito. En un país roto por las
medidas de ajuste (multipliquen los tres años de crisis que lleva
España y Portugal por seis y sabrán el estado de Venezuela cuando Chávez
llegó al poder), el pueblo sólo estaba dispuesto a creer en alguien que
pudiera prometer y, por alguna cualidad extraordinaria (por ejemplo,
haber participado en un levantamiento y haber asumido toda la
responsabilidad), cumplir. Si la España actual presenta a los políticos
como el principal problema del país, ¿no es entonces normal que los
líderes alternativos salgan de la necesidad de superar esa política? Eso
explica la mala prensa de Chávez ante los políticos tradicionales
(Chávez representa la promesa de que tendrán pronto que buscar trabajo),
pero no explica por qué el pueblo cansado de las mentiras ha comprado
las que hacen referencia a Chávez.
La racionalidad, tan europea, es una reflexión sobre la muerte, sobre
la tragedia de nuestra finitud, sobre el devenir del ser hacia la
desaparición. La racionalidad no suele convocar políticamente
(recordemos el fracaso del patriotismo constitucional que quiso
popularizar Habermas) porque morir por adelantado no convoca. El mito,
por el contrario, invita a superar la muerte, incorporar los
superpoderes de la trascendencia, niega el final de la vida y abre todos
los horizontes. El mito es el combustible por excelencia de la
esperanza, especialmente para los que habían perdido toda esperanza.
Europa sigue sin entender a la América mestiza, golpeada por el saqueo
de dos continentes -el indio y el negro-, construida sobre la cercanía
del hermano y el amigo y no sobre la condición abstracta e impersonal
del funcionario. Una América barroca y mágica, turbulenta, apasionada,
excesiva, traviesa y sensual, que vive al día –sin futuro- porque se le
despojó de la posibilidad de la previsión social. Europa no entiende la
otredad del continente y, por eso, siempre lo ha despreciado con la
autosuficiencia del que siempre ha puesto nombres y no se ha dado cuenta
de que también ha sido nombrado (ahí están, en nuestro país, los
“hispanistas”, junto a los problemas de España para encontrar su propio
nombre)…” Juan Carlos Monedero, “El legado de Chávez: reflexión mirando a
la izquierda española”, publicado en su blog Comiendo tierra el 2 de abril de 2013. Puede consultarse en http://www.comiendotierra.es/2013/04/02/el-legado-de-chavez-reflexion-mirando-a-la-izquierda-espanola/
Pero, amigo Juan Carlos, reivindicar una política del mito es aceptar
el “engaño sacerdotal” y el autoengaño… De ahí a aceptar la mentira sin
más no hay tanto trecho. ¿Podemos aceptar eso? ¿Nuestro punto de
partida no debería ser más bien que la verdad es revolucionaria, como sostenían Lassalle y Gramsci?
[1]
Paco Fernández Buey, entrevista en Sevilla, el 23 de noviembre de 1999
(puede consultarse en
http://tratarde.org/una-entrevista-con-paco-fernandez-buey-en-1999). La
reflexión continúa así: “Esto lo descubrí leyendo a John Berger. En
cierto modo la naturaleza ‘nos ha abandonado’: ella a nosotros. Pero lo
que llamamos naturaleza o condición humana es algo tan plástico que no
se presta a hacer predicciones, ni optimistas ni pesimistas. Si hay que
atenerse a la experiencia histórica habría que decir que el Homo sapiens sapiens ha aprendido la mayor parte de las cosas importantes por shock, a golpes.
Llevamos siglos intentando racionalizar esto sin éxito. El método
científico es lo que más se acerca a un conocimiento equilibrado,
mesurado, de la naturaleza y del hombre. Por tanto necesita también su
bozal…”
Jorge Riechmann, sobre optimismo, pesimismo, razón y mito en política ..., tratar de ayudar, tratar de comprender, 18/03/2013
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