La vida, els drets de les dones i la religió.
Beatriz C. es salvadoreña, tiene 22 años y está
embarazada. De acuerdo con un dictamen realizado por 15 especialistas del
Hospital Nacional de Maternidad de San Salvador, la paciente presenta “un parto prematuro
previo y embarazo de alto riesgo con crisis lúpica, preeclampsia grave con
crisis hipertensiva, con atonía uterina posparto (…), en estado de embarazo de
aproximadamente 19 semanas de un feto con anencefalia [sin formación de cráneo
y cerebro]”. En otras palabras, el bebé de Beatriz morirá con toda certeza poco
después del parto, si es que llegase a ese punto. De continuar con la
gestación, se disparan las posibilidades de que la madre también muera como
consecuencia de las complicaciones de su propia enfermedad y las sobreimpuestas
por el embarazo.
Para evitar que eso ocurra, Beatriz C. necesita interrumpir
cuanto antes su embarazo. Pero las leyes salvadoreñas –cuyo Código Penal
prohíbe el aborto bajo cualquier circunstancia- se lo impiden. Sus abogados han
interpuesto un recurso ante la Corte Suprema de Justicia que debe ser resuelto
en poco tiempo tras un dictamen del Ministerio de Salud. El recurso ha sido
apoyado por un llamamiento internacional de expertos de la ONU que se
ocupan de la mujer, el derecho a la salud y –atentos- de la tortura y otras
formas de trato degradante.
No es el único caso dramático en este país cuyas leyes sobre
salud sexual y reproductiva están secuestradas por los grupos religiosos más
conservadores. Un escalofriante artículo de Laura Aguirre publicado hace un año
en ElFaro.net describe la situación de más de dos docenas de mujeres que han
sido encarceladas por abortos naturales o inducidos. Sonia Ester Tabora, por
ejemplo, fue condenada a 30 de cárcel por homicidio agravado cuando la
complicación de un embarazo provocó un parto prematuro. Como ella, todas las
encarceladas corresponden a los estratos más pobres de la sociedad, sin acceso
a servicios dignos de salud o a la protección de un abogado. Para esas mujeres, las violaciones y los
embarazos adolescentes están a la orden del día. De acuerdo con el mismo medio,
cada día de 2011 tres niñas de entre 10 y 14 años dieron a luz en un país que tiene la misma población que Madrid.
La clave de este debate se encuentra en el contundente
comunicado hecho público hace pocos días por la Comisión Nacional de Bioética
de El Salvador, que acusa al Estado de imponer “las opiniones externadas por
algunos grupos [que] buscan el cumplimiento de sus principios/motivos
personales y no la conservación de la vida de B.C.”. Porque la respuesta de la
Iglesia salvadoreña al caso de Beatriz C. ha sido alertar sobre la posibilidad
de que esta historia se convierta en “la puerta” para legalizar el aborto en el
país. José Luis Escobar, arzobispo de San Salvador, declaraba hace pocos días:
“me pregunto si eso [interrumpir el embarazo] será lo mejor para ella; porqué no cuidarla con
cuidados esmerados para que esté bien de salud y al niño que está en formación
y va a nacer, respetémosle su derecho a vivir”. Los detalles
sobre el tipo de cuidados que permitirían a un bebé superar la
anencefalia no formaron parte de la homilía, lamentablemente.
El espectáculo medieval de El Salvador –en el que la opinión
de un grupo religioso prevalece sobre la de los médicos y la de la propia madre,
aun a costa del sufrimiento y la vida de esta- ofrece algunas luces para el debate que está
teniendo lugar en nuestro propio país. La situación de Beatriz
C. sería
impensable hoy en España, pero solo porque hemos sido capaces de
alcanzar un
consenso social basado en la ciencia, en el respeto a los derechos de la
mujer y en la capacidad de ponernos en el lugar del otro. Si una
mayoría absoluta al servicio de una estrategia política torticera cambia
eso en los próximos meses, en este campo España se alejaría de Europa
para asemejarse a El Salvador.
Gonzalo Fanjul, ¿Tiene que ser la fe o la vida?, 3.500 Millones. Ideas irreverentes contra la pobreza, 30/04/2013
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