Paul Krugman: el full de càlcul sagrat.
En esta era de la información, los errores matemáticos pueden llevar
al desastre. La Mars Orbiter de la NASA se estrelló porque los
ingenieros olvidaron hacer la conversión a unidades del sistema métrico;
el plan de la ballena de Londres de JPMorgan Chase salió mal en parte
porque quienes hicieron los modelos dividieron por una suma en lugar de
por una media. De modo que, ¿fue un error de codificación de Excel lo
que destruyó las economías del mundo occidental? Esta es la historia
hasta la fecha: a principios de 2010, dos economistas de Harvard, Carmen
Reinhart y Kenneth Rogoff, divulgaron un artículo, Growth in a time of debt
(Crecimiento en una época de endeudamiento), que pretendía identificar
un umbral crítico, un punto de inflexión, para la deuda pública. Una vez
que la deuda supera el 90% del producto interior bruto, afirmaban, el
crecimiento económico cae en picado.
Reinhart y Rogoff tenían credibilidad gracias a un libro anterior admirado por todo el mundo
sobre la historia de las crisis financieras, y el momento escogido era
perfecto. El artículo se publicó justo después de que Grecia entrase en
crisis y apelaba directamente al deseo de muchos funcionarios de virar
del estímulo a la austeridad. En consecuencia, el artículo se hizo
famoso inmediatamente; seguramente era, y es, el análisis económico más
influyente de los últimos años.
El hecho es que Reinhart y Rogoff alcanzaron rápidamente un estatus
casi sagrado entre los autoproclamados guardianes de la responsabilidad
fiscal; la afirmación sobre el punto de inflexión se trató no como una
hipótesis controvertida, sino como un hecho incuestionable. Por ejemplo,
un editorial de The Washington Post de principios de este año
advertía contra una posible bajada de la guardia en el frente del
déficit porque estamos “peligrosamente cerca de la marca del 90% que los
economistas consideran una amenaza para el crecimiento económico
sostenible”. Fíjense en la expresión: “los economistas”, no “algunos
economistas”, y no digamos ya “algunos economistas, a los que
contradicen enérgicamente otros con credenciales igual de buenas”, que
es la realidad.
Porque lo cierto es que el texto de Reinhart y Rogoff se enfrentó a
críticas considerables desde el principio y la controversia aumentó con
el tiempo. Nada más publicarse el artículo, muchos economistas señalaron
que una correlación negativa entre la deuda y el comportamiento
económico no significaba necesariamente que la deuda elevada fuese la
causa de un crecimiento lento. Podría ocurrir perfectamente lo
contrario, y que el mal comportamiento económico condujese a una deuda
elevada. De hecho, este es evidentemente el caso de Japón, que se
endeudó enormemente después de que su crecimiento se hundiese a
principio de los noventa.
Con el tiempo, surgió otro problema: otros investigadores, usando
datos de deuda y crecimiento aparentemente comparables, no fueron
capaces de replicar los resultados de Reinhart y Rogoff. Lo habitual era
que encontrasen cierta correlación entre la deuda elevada y el
crecimiento lento (pero nada que se pareciese a un punto de inflexión en
el 90% ni, de hecho, en ningún nivel concreto de deuda).
Finalmente, Reinhart y Rogoff permitieron que unos investigadores de la Universidad de Massachusetts analizasen la hoja de cálculo original;
y el misterio de los resultados irreproducibles se resolvió. En primer
lugar, habían omitido algunos datos; en segundo lugar, emplearon unos
procedimientos estadísticos poco habituales y muy cuestionables; y
finalmente, sí, cometieron un error de codificación de Excel. Si
corregimos estos errores y rarezas, obtenemos lo que otros
investigadores han descubierto: cierta correlación entre la deuda
elevada y el crecimiento lento, sin nada que indique cuál de ellos causa
qué, pero sin rastro alguno de ese umbral del 90%.
En respuesta a esto, Reinhart y Rogoff han admitido el error de codificación,
han defendido sus demás decisiones y han afirmado que nunca aseguraron
que la deuda provoque necesariamente un crecimiento más lento. Esto es
un tanto insincero porque repetidamente dieron a entender esa idea
aunque evitasen formularla expresamente. Pero, en cualquier caso, lo que
realmente importa no es lo que quisieron decir, sino el modo en que se
ha interpretado su trabajo: los entusiastas de la austeridad anunciaron a
bombo y platillo que ese supuesto punto de inflexión del 90% era un
hecho probado y un motivo para recortar drásticamente el gasto público
incluso con un paro elevadísimo.
Por eso debemos situar el fiasco de Reinhart y Rogoff en el contexto
más amplio de la obsesión por la austeridad: el evidentemente intenso
deseo de los legisladores, políticos y expertos de todo el mundo
occidental de dar la espalda a los parados y, en cambio, usar la crisis
económica como excusa para reducir drásticamente los programas sociales.
Lo que pone de manifiesto el asunto de Reinhart y Rogoff es la medida
en que se nos ha vendido la austeridad con pretextos falsos. Durante
tres años, el giro hacia la austeridad se nos ha presentado no como una
opción sino como una necesidad. Las investigaciones económicas, insisten
los defensores de la austeridad, han demostrado que suceden cosas
terribles una vez que la deuda supera el 90% del PIB. Pero las
investigaciones económicas no han demostrado tal cosa; un par de
economistas hicieron esa afirmación, mientras que muchos otros no
estuvieron de acuerdo. Los responsables políticos abandonaron a los
parados y tomaron el camino de la austeridad porque quisieron, no porque
tuviesen que hacerlo.
¿Servirá de algo que se haya hecho caer a Reinhart y Rogoff de su
pedestal? Me gustaría pensar que sí. Pero preveo que los sospechosos
habituales simplemente encontrarán algún otro análisis económico
cuestionable que canonizar, y la depresión no terminará nunca.
Paul Krugman, La depresión del Excel, Negocios. El País, 21/04/2013
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