Escratxar: ¿una forma de fer política?
Gran controversia alrededor de los escraches. Las encuestas dicen que la población española respalda la táctica escogida por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) que anima a los diputados más reticentes a que aprueben la iniciativa legislativa popular para que cambien la ley hipotecaria, paralicen los desahucios y hagan posible la dación en pago. Es algo sorprendente, puesto que, si a juicio del politólogo Juan Carlos Monedero, los escraches son manifestaciones de desobediencia civil, tradicionalmente, la opinión pública no se ha mostrado muy partidaria de este tipo de actuaciones. De hecho, otro politólogo, Thomas R. Rochon, explica: “El primer problema al que se enfrenta cualquier movimiento político que busque un apoyo de masas es el limitado abanico de formas de hacer política que resulta aceptable para la población”. Según algunos estudios, la única forma no convencional de protesta que hace pocos años obtenía una aprobación muy consensuada era la recogida de firmas.
Eso fue lo que hizo la Plataforma de
Afectados por la Hipoteca: recoger firmas (casi un millón y medio) y
presentar una iniciativa legislativa popular en el Parlamento, aunque
únicamente in extremis fue admitida a trámite, porque sólo en el último
momento el PP dio su brazo a torcer gracias a la presión de los
activistas de la plataforma y a la creciente sensibilización social.
Sí, la mayoría de la gente apoya los
escraches. Pero ciertos sectores hablan de estrategia fascista, de
acoso, de atentado contra la intimidad de los políticos ante cuyas casas
se agolpan los manifestantes.
Y esos mensajes parece que están calando.
De acuerdo con las últimas encuestas, el respaldo a esta última táctica
de la PAH, aunque sigue siendo masivo, ha descendido.
Pero, ¿tiene la Plataforma de Afectados por
la Hipoteca otras alternativas a su alcance para conseguir que se
cambie una ley hipotecaria sobre la que hasta en Bruselas dicen que es
desequilibrada por cargar sobre los ciudadanos todos los riesgos que
pesan sobre el mercado y casi ninguno sobre los bancos?
Una democracia formal no ofrece muchas más alternativas
Cuando hablamos de estas cosas nos sale la vena ideológica. Pero a veces es necesario apaciguarla y analizar.
Uno de los
enfoques más interesantes para estudiar los movimientos sociales es el
que se fija en la estructura de oportunidades políticas, en definitiva,
en si el sistema ofrece vías a partir de las cuales se pueden canalizar
las reivindicaciones de la población. En teoría, el español tiene un
instrumento de democracia participativa potente: la iniciativa
legislativa popular. Con medio millón de firmas, una ley propuesta por
la gente puede llegar al Parlamento. Pero es la Cámara la que vota si
ese texto llegará a ser debatido y, a continuación, también ella es la
encargada de aprobar, o no, esa ley, con la misma letra con la que
llegó, o con otra.
Doug McAdam,
el sociólogo que mejor desarrolló esta teoría, también le da mucha
importancia a otro aspecto: a la existencia de una “entente” de élites. Y
en España, y en este asunto, su presencia es muy patente: nos consta
que el “lobby” bancario se puso muy nervioso con las primeras noticias
que apuntaron la posibilidad de un cambio en la ley hipotecaria. E
hicieron correr ríos de tinta advirtiendo: “Cuidado con transformar el
texto legislativo porque se podría desencadenar una crisis a lo Lehman
Brothers”.
Recordaban estos analistas que los bancos
se financian titulizando hipotecas (empaquetándolas en productos
financieros llamadas "cédulas hipotecarias") y que la actual ley, tan
garantista para las entidades porque el hipotecado responde a la deuda
con todos sus bienes y no sólo con la vivienda, les permite una
financiación barata. ¡Imagínense si cambian las reglas del juego! Todos
los inversores internacionales venderían las cédulas que tienen en
cartera y ello tendría consecuencias sistémicas. ¡La banca, al garete!
Ése era su discurso.
Les faltaba decir que en España la
morosidad hipotecaria es de poco más de un 3%. Y, también, que muchas de
las propuestas para que el sistema hipotecario español sea más
equilibrado no pasan por la dación en pago. Ello sí puede desembocar en
devoluciones de las llaves a los bancos porque en el mercado se pueden
encontrar viviendas más baratas que la hipoteca que a muchos todavía les
queda por pagar, pero sobre todo porque no se evita la peor
consecuencia de un desahucio: quedarse en la calle. Lo comentó en una
ocasión Julio Rodríguez, expresidente del Banco Hipotecario y de la Caja
de Granada, uno de los mayores y mejores estadísticos de este país en una entrevista que nos concedió.
Y se les olvidaba también la cantidad ingente de viviendas que se han
tragado los bancos procedentes de las promotoras que han acabado
quebrando. ¿Se quejaron las entidades de las daciones en pago de las
empresas inmobiliarias? Porque son los activos que proceden de esas
liquidaciones, así como los créditos que aún les quedan por pagar, los
que han provocado que España haya tenido que pedir un rescate a sus
socios europeos...
Está claro que el “lobby” bancario fue muy
bien escuchado y tuvo mucho éxito con sus movimientos. Y si alguna vez
estuvo rota la relación entre los políticos (los dos grandes partidos) y
la banca, se volvió a reforzar.
Pocas alternativas. ¿Por qué se radicaliza un movimiento o sus acciones de protesta?
Tenemos, pues, un sistema político que sólo
es abierto a la participación ciudadana en teoría: la iniciativa
legislativa popular parece una medida de democracia participativa más
bien formal que real; y en segundo lugar, un Parlamento que es más una
caja de resonancia de los intereses bancarios que de los problemas de
los ciudadanos. Lo hemos visto estos días y probablemente
lo veamos el jueves, 18 de abril, en el Parlamento, cuando la mayoría
parlamentaria del PP tumbe la reforma propuesta por la PAH.
Como explica Rochon tomando prestada una frase a Herbert Kitschelt:
“Los movimientos que se enfrentan a un sistema político receptivo
suelen recurrir a estrategias que tienen cabida en el sistema, como la
presión política, la recogida de firmas, la propaganda electoral y el
recurso a las vías legales. Los movimientos que no tienen esperanza de
influir desde dentro, en cambio, suelen recurrir a las manifestaciones y
a la desobediencia civil”.
El contexto político, pues, no deja mucho
lugar a otras tácticas de protesta que el escrache. La gente ya no se da
por satisfecha con el voto cada cuatro años. Porque no funciona: la
democracia representativa está en crisis. Y no sabremos si saldrá de
ésta con vida. Porque falla en su base: los partidos políticos no
cumplen con el presupuesto de actuar en beneficio de los intereses de
quienes les eligen y se les acusa de lejanía y falta de sintonía con el
electorado y connivencia con los poderes económicos. Por eso han surgido
los ultimísimos movimientos sociales, entre los que se encuentra la
PAH. A diferencia de los que nacieron en los sesenta en Europa y en EE.UU., que luchaban por los derechos civiles, vuelven a las protestas por la carestía de la vida.
¿Por qué la gente se ha apuntado al escrache?
¿Por qué la gente “se apunta” a este tipo
de movilización? Pecamos de economicistas, pero es que creemos que es la
economía la que mueve el mundo. También en estas cuestiones. Uno,
cuando se plantea participar en un movimiento social hace cálculos sobre
los costes y los beneficios que se derivarán de su involucración. Y, en
este caso, el beneficio es muy grande: la aprobación de la dación en
pago, la suspensión de los desahucios, alquileres sociales... Quienes
conforman la PAH son los propios afectados por los desahucios. Si sus
demandas son atendidas, ellos serán sus beneficiarios. Y si ha surgido
tanta solidaridad a su alrededor ha sido porque en esta sociedad del
riesgo cualquiera puede convertirse en víctima. Y porque el “pago” que
recibirá por su participación no será sólo la que se derive del éxito de
sus protestas, sino también el de sentirse acompañado, el de pertenecer
a un grupo con una identidad común, en este caso, el de ser víctimas de
la banca.
Porque ha sido dentro de la PAH donde se ha
construido la protesta: un problema social sólo es tal cuando así se
define, cuando se junta la gente, comparte experiencias, y, en el caso
de los afectados por la hipoteca, se quitan en común todos esos primeros
complejos de culpa, ese sentimiento falso y destructivo de creer que se
ha vivido por encima de las posibilidades que ofrecía un sueldo. Sólo
se toma conciencia cuando se identifica al adversario, cuando se cae en
la cuenta de la ilegitimidad del sistema, cuando se construye una
alternativa y tácticas para hacerla realidad. Cuando la gente es
consciente de que puede cambiar las cosas. Y las primeras victorias,
aunque sean mínimas, se convierten en un combustible poderosísimo. Si la
PAH consiguió llevar al Parlamento una iniciativa legislativa popular,
si consiguió que se debatiera, ¿no iban a lograr que se aprobara,
costara lo que costara?
La decepción es el peor de los
sentimientos. Ahora cundirá el desánimo, porque el Partido Popular
tumbará las demandas de la Plataforma. Pero, al día siguiente de que
ocurra, seguro que se despierta con ideas nuevas. La lucha social tiene
que seguir innovando. Y, como hemos visto, se radicaliza a cada paso. No
dejan otra salida.
Cristina Vallejo, Escraches: ¡Había otra alternativa?, fronteraD, 17/04/2013
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