La devaluació de la professió docent als Estats Units.

 

De todo lo que he hecho en mi vida, lo que más satisfacción me ha producido ha sido enseñar a escribir a los jóvenes, cosa que hago desde hace 14 años. Ayudar a un joven escritor a crecer y madurar es gratificante, y no cambiaría mis experiencias por nada. 

Pese a ello, si ahora tuviera 18 años y me encontrara ante la decisión de cómo pasar mi vida de adulto, lo último que querría ser es profesor.

Los profesores, sobre todo los que acaban de terminar la universidad y empiezan a trabajar, sufren más estrés y están menos valorados que nunca.

Tienen que oír a una larga lista de políticos que menosprecian su capacidad, les echan la culpa de que las notas de los estudiantes no alcancen unos niveles establecidos de forma arbitraria y quieren quitarles cualquier mínimo beneficio, desde la posibilidad de tener una plaza fija hasta la de cobrar una pensión decente.

En todo Estados Unidos, los profesores jóvenes me han contado que han perdido la potestad de controlar sus clases, no por falta de formación, no por falta de capacidad, no por falta de ganas, sino debido a que las administraciones han decidido reducir las cifras de sanciones dentro del colegio, suspensiones y expulsiones. Cualquier profesor sabe que, cuando los alumnos saben que sus acciones no van a tener ninguna consecuencia, es imposible que cambien de conducta. Y, cuando su conducta no cambia, a otros alumnos les resulta más difícil aprender.

A los profesores se les dice una y otra vez que su trabajo no es enseñar, sino guiar a los alumnos para que aprendan por sí solos. Aunque soy total partidario de que los estudiantes tomen las riendas de su aprendizaje, también recuerdo a innumerables maestros cuyos conocimientos y cuya experiencia me ayudaron a ser mejor estudiante y mejor persona. Me animaron a aprender por mi cuenta, y lo hice, pero también me enseñaron muchas cosas. En estos tiempos en los que las escuelas públicas se ven inundadas de métodos de aprendizaje virtual creados por quienes pueden sacar provecho económico de ello, el profesor como figura presencial está cada vez más devaluado. El concepto que se nos quiere imponer es el de un profesor que no enseña, sino que cuida a los alumnos mientras ellos, por arte de magia, aprenden sin su ayuda. 

La semana que viene, la Asamblea de Representantes de Missouri votará un proyecto de ley que pretende eliminar la fijeza de los profesores, vincular el 33% de nuestro salario a la obtención de ciertas notas en los exámenes únicos (además de otro porcentaje menor, sin especificar, para quienes enseñen materias que no entran en los exámenes) y permitir que innovaciones como las encuestas entre alumnos formen parte de los procesos de evaluación.

Cada año, dejo que mis estudiantes me expongan sus críticas y sugerencias. De esas evaluaciones aprendo mucho, y a veces he puesto en práctica alguna de las cosas que me han sugerido. Pero no puede ser que las opiniones de unos chicos de 14 años influyan en la decisión de si voy a conservar mi puesto de trabajo o no.

La Asamblea de Missouri aprobó hace poco un presupuesto que incluía 2,5 millones de dólares para crear unos puestos de Instructores por América en los colegios de nuestras ciudades. Asimismo, la cámara aprobó ampliar el uso de ABCTE (American Board for Certification of Teacher Excellence, Junta Americana para la Certificación de Excelencia en los Profesores), un programa que permite un individuo cambie de carrera y se haga profesor sin necesidad de tener que hacer los estudios de magisterio.

Es difícil no pensar que nos están diciendo que nuestros profesores no son lo suficientemente buenos y no tenemos más remedio que buscar unos mejores en otros sitios.

Y, por supuesto, junto con estas bofetadas a los maestros, sigue adelante la campaña para calcular el salario en función de los méritos. El salario por méritos y la eliminación de las plazas fijas, que convertirán a los profesores en unos empleados sujetos al capricho del jefe, son el peor favor que nuestras autoridades pueden hacer a los estudiantes. Cuántos buenos profesores tendrán que abandonar las aulas por poner en duda las decisiones de unos administradores sin visión de futuro que quieran adquirir rápida fama poniendo en práctica unos procedimientos toscos, capaces de adornar su historial pero perjudiciales para el aprendizaje de los alumnos.

No se crean que es imposible. No hay más que ver lo que ha ocurrido en las escuelas públicas de Estados Unidos desde que se implantó la iniciativa No Child Left Behind (Que no quede ningún niño atrás). Todo lo que no es matemáticas y lectura ha perdido importancia. En algunos colegios, la enseñanza de la historia, la educación cívica, la geografía y las artes ha quedado reducida casi a la nada, o solo a los temas que entran en los exámenes. Los niños de primaria tienen menos recreo para poder dedicar más tiempo a la lectura y el cálculo.

Peor aún, en algunos colegios, se desperdicia un tiempo muy valioso de clase en hacer exámenes generales de práctica (y exámenes para practicar para los exámenes de práctica), con el fin de que los administradores obsesos puedan seguir al milímetro cómo van los alumnos. En muchos distritos escolares, me han contado numerosos profesores, se elaboran los programas en función de esos exámenes.

La devaluación de los profesores será aún mayor con la aprobación del proyecto Common Core Standards, los Niveles Comunes Fundamentales. Pearson, la empresa que ha obtenido el contrato para elaborar los exámenes, cuenta ya con toda una serie de pruebas de práctica, y otras compañías como McGraw-Hill, con su división Acuity, están modificando su oferta para pasar de los materiales destinados a los exámenes estatales a otros preparados para Common Core.

¿Por qué puede querer nadie que esta locura se haga realidad?

Como periodista especializado en educación durante más de dos decenios, y como profesor desde hace 14 años, no recuerdo ningún momento en el que las aulas hayan estado llenas de malos profesores. Los que eran malos nunca duraban lo suficiente. Quizá era porque no lograban controlar sus clases, o porque no dominaban su asignatura, pero el caso es que pronto preferían cambiar de trabajo y dedicarse a otra cosa.

Hay excepciones, sin duda, personas que, a pesar de todo, han conseguido una plaza fija sin merecerlo, pero los administradores pueden quitarlos. La fijeza no ofrece a los profesores la garantía absoluta de mantenerse en el puesto, sino el derecho a presentar sus alegaciones.

Los tiempos han cambiado. En los últimos años he visto a jóvenes profesores maravillosos que dejaban las aulas, porque no se sentían apoyados y estaban convencidos de que las cosas no iban a mejorar.

En otra época, esos eran los profesores que permanecían en sus puestos, conseguían ser fijos y construían el sólido marco que tanto servicio ha prestado a nuestras comunidades y nuestro país.

Ese marco, ahora, está desintegrándose, a menudo por culpa de unos políticos que jamás pensarían en enviar a sus hijos al tipo de escuelas que están imponiendo a los demás. A pesar de las críticas contra los maestros, no deja de asombrarme la calidad humana de los jóvenes que se inician en la profesión. Es difícil matar el idealismo, por más que nuestros líderes (de ambos partidos) se empeñen.

Supongo que soy un ingenuo cuando hablo de animar a los jóvenes a que se dediquen a otra cosa, cualquier otra cosa, que no sea enseñar.

Al fin y al cabo, ¿qué otra profesión me permitiría ganar 37.000 dólares al año, después de 14 años de experiencia, y oír que la gente me echa en cara lo codicioso que soy?

Randy Turner, Un consejo a los jóvenes: No os hagáis profesores, El Huffington post, 16/04/2013
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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