De ignorantiam.
A partir del ya famoso informe sobre la “ignorancia” (por cierto, con disparates tan extremos que cabe sospechar de reacciones de burla o protesta) de los candidatos a maestros en la Comunidad de Madrid, y la polémica suscitada en los medios y redes sociales, entre otros muchos temas que merecen mi consideración, y sin justificar en modo alguno tales disparates, se destaca el debate sobre qué significa enseñar en la era digital
Si la misión de la escuela y la función de los docentes queda
reducida principalmente, como hasta ahora, a la transmisión clara y
consistente de informaciones y conocimiento y a la calificación objetiva
de su reproducción fiel en exámenes y pruebas, podemos dar por
concluida en breve nuestra tarea profesional como docentes en la era
digital.
Los actuales recursos tecnológicos multimedia posibilitan hoy ejercer
dicha tarea, on line, de manera brillante y llegar a todos los
individuos del planeta en cualquier tiempo y en cualquier lugar. El
mejor especialista, arropado con la mejor tecnología, y las técnicas de
comunicación más adecuadas, puede transmitir el conocimiento que
necesitemos en cualquier idioma y con las mejores estrategias
didácticas. (véase como ejemplo los videos de la ya bien conocida Khan
Academy, para enseñanza preuniversitaria, o los famosos MOOCs, cursos
masivos, abiertos online que ofrecen los profesores y las universidades
más prestigiosas).
En mi opinión, por el contrario, los docentes en la era digital somos
más necesarios que nunca, no precisamente para transmitir, aunque
también, sino para ayudar a aprender, a construir el propio conocimiento,
en un mundo cambiante, complejo, acelerado e incierto. Aunque ya no
seamos ni la única ni la principal fuente de transmisión de información,
nuestra tarea de tutorización cercana, de estimulo, provocación,
testimonio, acompañamiento y guía del aprendizaje personalizado de todos
y cada uno de los estudiantes, de ayuda para que cada aprendiz
construya de forma disciplinada, crítica y creativa su propio proyecto
personal, académico y profesional, es más necesaria que nunca,
especialmente para aquellos que por diversas circunstancias, en una
sociedad cada vez más desigual, no saben, no pueden o no quieren
aprender lo que la escuela les exige.
En cuanto a la formación de estos docentes, capaces de ayudar a
aprender, el dilema no debe situarse en términos de desalojo de los
contenidos disciplinares a favor de la pedagogía, ambos componentes son
imprescindibles, pues es difícil ayudar a aprender si no se conoce el
contenido de lo que debe aprenderse. Es cierto, además, que el
aprendizaje del conocimiento disciplinar que requiere el profesor
generalista de infantil y de primaria, como contenidos que debe trabajar
de manera interdisciplinar o por áreas, nunca será suficiente y cada
docente debe implicarse y estar al tanto de los avances del conocimiento
en las ramas del saber que trabaja en la escuela, pero su nivel actual
puede considerarse aceptable pues su ingreso en la universidad se ha
producido después de una enseñanza secundaria y un bachillerato,
dedicados exclusivamente al aprendizaje de dichos contenidos
disciplinares a un nivel elevado de extensión y complejidad. Cualquiera
puede hacer la prueba y comprobar el alto grado de nivel disciplinar que
requiere la superación de los exámenes en Bachillerato y la prueba de
selectividad.
No es problema de nivel, es problema de orientación, sentido,
consistencia y relevancia de lo que se enseña y aprende en la
escolaridad. Cuando el contenido disciplinar se reduce a la mera
reproducción de datos e informaciones, la mayoría de las veces
descontextualizados y sin sentido e interés para el aprendiz, con
escaso valor de uso para comprender y actuar y solamente valor de cambio
por notas, es fácilmente comprensible que tales contenidos desaparezcan
velozmente de la memoria. Los candidatos a docente en la Comunidad de
Madrid, cuyos resultados en las oposiciones han sido, supuestamente, tan
desastrosos, habían superado en su día estas exigentes pruebas.
Por otra parte, el profesor de Enseñanza Secundaria, Bachillerato y
Universidad tiene en España una formación de graduado (antigua
licenciatura) en un ámbito disciplinar concreto sin conexión con la
docencia, y solamente desde hace dos años se requiere un curso
académico, master, de formación profesional como docente. No creo que
este programa de formación pueda considerarse hipertrofiado de
pedagógica, y, sin embargo, es precisamente en estas etapas donde se
acentúa sustancialmente el abandono y fracaso escolar.
Es bien cierto que los planes de estudio y la cultura pedagógica de
las Facultades de Ciencias de la Educación, dedicadas a formar docentes,
(así como del resto de las facultades), requieren una sustancial
transformación tanto en la selección de los mejores candidatos como en
los procesos de enseñanza y acreditación, para poder responder a los
nuevos retos de la profesión docente en la era digital, pero en ningún
caso el cambio debe ir orientado a fortalecer la adquisición y
reproducción memorística de informaciones, datos y fórmulas, sino al
desarrollo de las competencias profesionales teóricas y practicas de
orden superior que incluyen conocimientos, habilidades, actitudes,
emociones y valores.
Algunos deberían cuestionar y disolver su fobia irracional hacia la
pedagogía y hacia la profesión docente. Me da la impresión que un ataque
indiscriminado y sin matices a la pedagogía, es más bien una defensa
ciega de posiciones gremiales que tienen miedo a perder privilegios
injustificados. Se entiende la duda e incluso el rechazo a una pedagogía
heredada de la época más oscura de nuestra historia reciente,
trasnochada, inculta, clerical, autoritaria, pedante y papanata, pero se
echa de menos el reconocimiento intelectual y profesional de una
pedagogía más universal a favor del desarrollo autónomo de la persona y
el progreso de la humanidad en comunidades realmente democráticas,
defendida y practicada históricamente por intelectuales, maestros y
pedagogos de ambos géneros bien reconocidos a lo largo de la historia,
tan diversos pero sensibles a la pedagogía como Aristóteles, Comenio,
Herbart, Rousseau, Pestalozzi, Montessori, Decroly, La ILE (Institución
Libre de Enseñanza), Dewey, Freinet, Piaget, Brunner, Freire, Zambrano,
Wittgenstein, el movimiento Rosa Sensat, Stenhouse, Meier, Kozol, Marta
Mata… por citar a algunos bien conocidos. La ignorancia actual más
perversa puede ser que no se sitúe en la carencia de datos e
informaciones en la memoria de los ciudadanos o de los docentes sino en
la ausencia de ideas y análisis contrastados, de propuestas alternativas
críticas y sostenibles a la interesada confusión dominante.
Ángel J. Pérea Gómez, Enseñar: ayudar a aprender, Público, 15/04/2013
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