La utopia de la indiferència.
Michael Sandel |
El gobernante se hace transparente: no ofrece nada porque no tiene
nada que ofrecer. Hasta tal punto que el gobierno español, en un gesto
sin precedentes, levanta acta pública de su fracaso. Nos presentamos con
la promesa de reducir el paro, cuando acabe la legislatura habrá mucho
más paro que cuando llegamos. Esta es la insólita declaración que el
gobierno hizo el pasado viernes.
Un reconocimiento de fracaso que, por pura coherencia, debería ir
acompañado de la renuncia inmediata. La contaminación económica de la
política ha dejado sin alma también a la oposición. No hay alternativa
de gobierno. Y por eso Rajoy y sus ministros pueden columpiarse en su
fracaso. El deterioro del sistema es generalizado.
El presidente Rajoy es el prototipo del político sin recovecos, es lo
que parece: aguantar y aguantar. Ni una idea ni una propuesta: “en
estos tiempos es muy difícil un proyecto político”, dijo ya cuando sólo
era un aspirante. La política como resignación: estar por ahí, por si
hay suerte y cae algo. “El Gobierno sabe adónde va, hay que tener
paciencia y ser perseverantes”.
Efectivamente, el viernes se nos anunció que íbamos al desastre. Y
para tranquilizarnos nos pide paciencia. Es el discurso de la
impotencia. Cuando se han incumplido todas las promesas, cuando se
reconoce el fracaso en el objetivo principal —reducir el paro— y sólo se
puede ofrecer paciencia, ¿lo honesto no sería irse casa? El problema es
que en la política oficial no hay nadie en condiciones de exigírselo y a
la indignación ciudadana le cuesta mucho traducirse en política.
“La democracia no exige una igualdad perfecta”, escribe Sandel, “pero
sí que los ciudadanos compartan una vida común”. Esta vida común se
quebró ya antes de la crisis. Y la política está siendo incapaz de
restaurarla. Rajoy es una estatua que se limita a verlas pasar,
confiando en que la tormenta amaine. Y nos pide que los ciudadanos
hagamos lo mismo. No ve amenazado su puesto porque no hay oposición en
condiciones de quitárselo y porque no ve riesgo de explosión en la
calle.
El cálculo del PP es siniestro: hemos dado unos resultados
dramáticos, si al final no lo son tanto parecerá que hemos mejorado, en
2015 podremos quizás bajar algún impuesto y cómo que el PSOE está peor
que nosotros, Rajoy volverá a ganar. Miseria de la politiquería. La
ciudadanía pide un cambio general de personas, modos y maneras en la
política y el PP piensa en que Rajoy se vuelva a presentar. La derecha
no quiere ver la realidad y sigue soñando con la utopía de la
indiferencia.
La brecha entre política y ciudadanía se agranda. “Entiendo que estas
previsiones puedan frustrar a mucha gente”, dice Rajoy. El paro es
mucho más que una frustración, es un drama cotidiano, la apelación a la
paciencia es una declaración de impotencia total y de insensibilidad
manifiesta. El camino ésta escrito: próxima estación unas elecciones que
darán un panorama de ingobernabilidad absoluta que sólo desean los que
piensan que cuanto peor mejor. Por el camino, batallas ideológicas
lamentables para distraer al personal, como la reforma de la ley del
aborto con la que Ruiz Gallardón nos quiere hacer retroceder treinta
años. Y bronca nacionalista como alpiste para las desconcertadas bases
electorales conservadoras.
En cualquier caso, la lección es clara: en situaciones críticas se
necesitan, más que nunca, proyectos políticos y oposiciones fuertes. Y
en este momento escasean ambas. Buena parte del éxito del
independentismo está en que es un proyecto político en un momento en que
se carece de propuestas dignas de este nombre.
La falta de oposición es un problema en España, pero también en
Cataluña, dónde no se vislumbra alternativa de gobierno y tenemos la
grotesca situación de que el líder de la oposición forma parte de la
mayoría de gobierno. Sin proyectos y sin oposición la democracia decae,
la insolencia triunfa.
Josep Ramoneda, Paciencia, El País, 29/04/2013
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