La moralitat de l'austeritat.
La austeridad es una palabra con aura de virtud. Una persona austera es, según el diccionario, una persona seria, ajustada a las normas de la moral, sobria, sencilla, sin alardes. También es una palabra asociada al sufrimiento: mortificación de los sentidos y de las pasiones. Ambas acepciones están presentes cada vez que se recurre a la austeridad para justificar unas políticas de recortes presupuestarios masivos y de revocación de derechos y servicios adquiridos. La doble connotación —virtud y sufrimiento— sirve para dar a estas políticas una aureola de moralidad pública y, al mismo tiempo, para preparar a la ciudadanía para pasarlo mal. Vienen tiempos difíciles, pero no hay otro remedio, tenemos que recuperar la virtud perdida. Esto es lo que nos están diciendo desde 2010 con el discurso de las políticas de austeridad. La significación de las palabras se conforma con su utilización en el lenguaje y su repetición masiva.
Las políticas de austeridad llegan siempre después de periodos en
que, desde los mismos lugares en que ahora se apela al rigor y a la
virtud, se ha estado invitando al consumo sin límites. En una sociedad
acelerada, en la que se vive con el síndrome de que no dedicamos el
tiempo que merece a cada cosa (y especialmente a la relación con los
demás), como dice Baumann “la acción de vaciar la billetera o usar la
tarjeta de crédito toma el lugar del olvido de sí y del sacrificio
personal que exige la responsabilidad moral por el Otro”. De pronto la
orden cambió brutalmente: del consumo a la austeridad. El impacto
produjo inicialmente desconcierto, miedo y sumisión. El ciudadano cuyo
dinero era objeto permanente del deseo de los bancos y del comercio, de
pronto se sintió acusado de irresponsable y despilfarrador, condenado a
pagar por sus excesos. Los que le seducían con increíbles propuestas, le
dejaban sin crédito y le mandaban parar. En el colmo del discurso de la
culpa, aparece el argumento de la herencia: nosotros hemos vivido por
encima de nuestras posibilidades y el resultado es que hipotecamos la
vida de nuestros nietos. Esta es la historia reciente de la ideología de
la austeridad, con la que se viene disponiendo del personal. Poco a
poco, la ciudadanía va recuperando la voz, a medida que las políticas de
austeridad van sembrando el paisaje de injusticias flagrantes. Habrá
que recordar a Husserl, cuando, ante otra crisis europea, apelaba a la
razón para resistir a la barbarie. Donde dice barbarie, pongamos
disparate.
La razón despierta y cada vez son más los que advierten que el camino
conduce a ninguna parte. Lo cual tiene un efecto revelador. La
canciller Angela Merkel, portadora del estandarte de la austeridad,
fustigadora de los ciudadanos del sur, en un momento de debilidad,
entrega las llaves del discurso de la virtud: “Todo el mundo habla de
austeridad”, dice, “que suena como algo malvado, pero yo lo llamo
equilibrar el presupuesto”. De pronto, la austeridad pasa de ser una
exigencia moral a una técnica. Probablemente, Angela Merkel ha entendido
que, en la medida en que la conciencia ciudadana despertaba, si el
debate discurría por el terreno de los principios morales llevaba las de
perder.
Angela Merkel se coloca por primera vez a la defensiva. Pero la
austeridad no cesa. Mariano Rajoy prepara el terreno para que los
ciudadanos acepten un nuevo envite de recortes y sacrificios, con uno de
estos ejercicios de ambigüedad calculada con los que tan a menudo los
que gobiernan expresan su desdén para con los ciudadanos. Anuncia nuevas
reducciones presupuestarias, pero también dice que no quiere subir
impuestos, salvo que las previsiones exijan lo contrario. Como las
previsiones son malas, la conclusión es fácil: recortes en temas
sensibles en los próximos días (pensiones, seguro de desempleo) y más
impuestos en pocos meses. Y todo ello en un país exhausto en lo
económico y en lo político, que ha dejado de lado el mantenimiento
básico —el año pasado la inversión pública cayó el 41%— y que tiene
paralizada la ineludible reforma política con la coartada de que la
prioridad está en la economía.
Nunca un país ha hecho grandes cambios en tiempos de bonanza. Es
cuando las cosas no funcionan cuando se entiende la necesidad de
modificarlas. Una reforma política en este momento podría revivir la
idea de futuro y dar impulso psicológico a la sociedad para desbloquear
las energías paralizadas por la tormenta ideológica de la austeridad y
su fracaso práctico. Es lo que la ciudadanía está empezando a exigir. Y
exigirá cada vez más, ante el clima de asfixia de un país estancado,
vapuleado por la austeridad.
Josep Ramoneda, Breve historia de la austeridad, El País, 25/04/2013
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