Els invents del professor Bacterio.
Por extraño que parezca no he encontrado apenas estudios académicos que expliquen el éxito y la sociología de Mortadelo y Filemón:
150 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, y traducción a
una decena de idiomas. La singular pareja de detectives creada por Francisco Ibáñez cumple
57 años, y el genio, que se define como historietista, no dibujante,
simplemente encoge los hombros cuando se le pregunta por ese formidable
éxito.
En las entrevistas, Ibáñez aparece como un hombre
agarrado al tablero de dibujo que decidió hacer lo que le gustaba desde
los tiempos de la posguerra; alguien que se entusiasmaba cuando era niño
ante la oportunidad de meter la cabeza debajo de un pliego de tebeos,
pliegos que dejaba el quiosquero de la esquina en el portal de su casa
para ponerlos a salvo de los ladrones; alguien que decidió dejar su
empleo de botones en un banco para dibujar. Cuenta a Juan Ramón Lucas en TVE que sus historias están hechas a base de gags, pero que primero es el guión. Sin guión no hay dibujo.
La producción de Ibañez es enorme y
extraordinariamente compleja. Hubo una época en la que dibujantes
apócrifos firmaban las historias de estos dos inimitables personajes
para aumentar esa producción por imposición de la editorial Bruguera para la que trabajaba. Me acuerdo bien porque yo sabía distinguir los dibujos de Ibáñez de las imitaciones cuando iba a comprarlos al quiosco. Mortadelo y Filemón es todo un universo. Hay contabilizados 10.000 disfraces de Mortadelo, de acuerdo con la excelente página web creada por los hermanos Ángel y Alfredo Sánchez (http://mortadelo-filemon.es).
Existe un completísimo diccionario de términos y nombres de personajes: la eslasticina, chiclemicina, o tergiversicina, que aluden, no podía ser de otra forma, a los inventos del profesor Bacterio. Por no mentar cerca de 195 aventuras completas –los números pueden llegar a los 600.
Ibáñez es probablemente el autor español que más vende y firma en cualquier feria del libro. Hay muchos aspectos fascinantes en el trabajo de este artista, que cautivaron a Javier Fesser –cuya segunda aproximación fílmica a los personajes consistirá en una versión animada en 3D. Uno de ellos es la singular evolución de esta pareja de detectives cuando entran en contacto con un científico, el profesor Bacterio, que se aleja del cliché del sabio excéntrico que trata de dominar al mundo mediante el poder de la ciencia.
Bacterio representa la versión más humorística del siniestro Dr. Moreau, que
intentaba encontrar una manera de convertir las bestias en humanos
mediante la vivisección y la manipulación biológica. Nuestro barbudo
profesor parece seguir la tercera ley de Newton, de
acción y reacción: cuando se ejerce fuerza sobre un objeto, éste ejerce
una fuerza igual pero en sentido contrario. Todos los inventos de este
biólogo tan peculiar tiene la virtud de provocar justamente los
resultados opuestos, pero no hay aquí un juicio moral pendiente como el
que pesa sobre el personaje creado por H.G. Wells. Simplemente, Bacterio es de una torpeza absoluta, lo que no le quita méritos a su genio.
Así, cuando inyecta al Superintendente Vicente una
poción para hacerle más inteligente, lo transforma en un asno (un logro
absolutamente impresionante, pero equivocado); cuando el ilustre
profesor masajea la melena de un joven Mortadelo con un
crecepelo de su invención, asegurándole que a partir de ahora "jamás
tendrá que preocuparse por la caída del cabello", el pelo de Mortadelo se desvanece, dejándolo calvo para siempre. Al igual que su creador.
Gag en el que muestra como peridó el pelo Mortadelo. Dibujos de F. Ibáñez. Ediciones B.
Sus inventos son prodigiosos siempre en sentido contrario al deseado. El profesor es capaz de lograr que los seres de las pesadillas (Drácula, Frankenstein o Freddy Kruger), cobren vida. El propio Mortadelo llora su muerte ante su tumba en una de estas alucinaciones (ver el album Pesadillas), mientras le comenta al Super que el profesor se llevó allí su último invento para encontrar la paz. Pero la tumba estalla. La Máquina del Cambiazo del profesor no es otra cosa que una versión moderna del teletransporte de Star Trek, en la que el intercambio de materia nunca sucede bajo las coordenadas establecidas, y siempre se equivoca en la peor de las situaciones. Al igual que la Máquina del Tiempo del profesor, que nunca envía a Mortadelo o a Filemón a la época y la hora establecida.
La tercera ley de Newton funciona estupendamente en el álbum El Tirano, donde Mortadelo y Filemón tienen que infiltrarse en el entorno próximo a un personaje inspirado en Pinochet para aprovechar la oportunidad de eliminarle. La pareja fracasa en cada uno de los intentos (llevándose Filemón
la mayoría de los golpes); el tirano sale siempre ileso. Sin embargo,
cuando reciben la contraorden de protegerle, al sosías de Pinochet le sucede lo contrario, es masacrado siempre por error.
Este humor inmediato a base de golpes y catástrofes tiene un
trasfondo sociológico que no es otra cosa que un retrato picaresco
moderno impecable de la sociedad española. Recuerda a El Coloquio de los Perros, de Cervantes, en
el que se narra un mundo lleno de aprovechados, sinvergüenzas, pastores
mentirosos, prostitutas, políticos y listillos que traman la forma de
sacar siempre tajada mediante la estafa y el engaño. Un mundo visto a
través de los sentidos de dos canes capaces de hablar.
Con Cervantes, nos entretenemos. Con Ibáñez nos reímos de nosotros mismos. Incluso
en los detalles donde los gatos suelen salir casi siempre escaldados
por los ratones. En el final de otro álbum que transcurre en Nueva York
escrito en los años noventa se visualizan, entre esos detalles, un
avión estrellado en una de las torres gemelas, todo un ejemplo de
premonición.
No falta la sátira política, llevada a extremos magistrales en figuras hoy veteranas como Felipe González, Miguel Roca o Aznar. Incluso Alfonso Guerra aparece como uno de los frailes ejecutores de la Santa Inquisición.
Pero el mundo de Mortadelo y Filemón
no pasa nunca de moda. Los políticos de los años noventa son siempre
tan corruptos que se gastarán el dinero en cualquier cosa que les sirva
para forrarse y "mover el bigote", mientras que las telarañas se
multiplican en la primera piedra del edificio de una biblioteca que
tardará lustros en construirse. En Los Espías, el último álbum
publicado en 2013, nuestros agentes tienen que hacerse caso de una serie
de espionajes a políticos en varios lugares, entre ellos ¡un
restaurante de lujo!
Ibáñez convierte nuestros temores y vergüenzas en un motivo para reírnos y exorcisar nuestros demonios. Fredy Krugger huye
despavorido cuando un inspector pequeñito, calvo y con gafas al que iba
a devorar le enseña su maletín de inspector de hacienda, que es al
mismo tiempo el terror de todos los españoles. Ofelia siempre
va a la caza de algún esposo. Esta gorda entrañable y con tan malas
pulgas es la pesadilla de un españolito estereotipado, deseoso de
encontrar la libertad sexual en tiempos de censura.
La ciencia española tampoco queda muy bien retratada con los proyectos del profesor Bacterio para ir a la Luna. En El Cacao Espacial, los sucesivos cohetes son una chapuza, pero en realidad Ibáñez
ironiza con ese sentimiento de inferioridad que siempre ha pesado sobre
la psique científica española cuando nos comparamos con los británicos,
los rusos, o los norteamericanos.
No se trata de antipatriotismo. Nuestro genuino sentido de la chapuza
nos hace más auténticos frente a la prepotencia europea. A pesar de
nuestros defectos, salimos mejor librados frente a todos esos
estereotipos exagerados que presentan, por ejemplo, a la reina Isabel de Inglaterra dando unos cachetes en el trasero al príncipe Carlos
por haberse portado mal. Hay muchas razonas para alabar el trabajo de
este genio del comic, pero el hecho de su aceptación internacional –en
Alemania disfruta de un gran éxito–demuestra que Ibáñez
tenía toda la razón, como en otras tantas cosas, en insistir a sus
antiguos editores que debían hacer el esfuerzo de exportar el humor
local. Gracias a Mortadelo y Filemón, hemos conseguido españolizar Europa. Justo lo que proponía Unamuno.
Luis Miguel Ariza, El profesor Bacterio y la tercera ley de Newton, Planeta Prohibido, 11/04/2013
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