Mientras la extrema derecha derecha tedetina (incluida la atrincherada en la
emisora de la Conferencia Episcopal) despotrica contra los escraches
ocasionales de los permanentemente acosados, humillados, ofendidos y
desahuciados (“nazis”, se atreven a llamarlos los más pardos y
gritones), me pregunto si no existirá una forma de escrache que pueda
ser considerada aceptablemente educada. Claro que, quizás, todo resida
en convencerse de que nadie es responsable de nada y de que todo se debe
a la fatalidad de los mercados, que van a su aire como las catástrofes
naturales o las ordalías arbitrarias e inextricables del Dios de Isaías.
Ese escrache educado nada tendría que ver, desde luego, con lanzar a
gritos consignas bajo ventanas domésticas donde quizás duerma el
inocente párvulo del político insensible o del empresario sin
escrúpulos. Nada que ver, tampoco, con aquellas antiquísimas y obsoletas
ocupaciones de tierras o, más tarde, de fábricas: nada de atentar
contra la propiedad privada, aunque sea intolerablemente muchísima, y en
cuyos orígenes, como pensaba Balzac antes de Marx, quizás haya un
crimen primordial. En los periodos en que se agudiza la lucha de clases
(sí, queridos, ya ven: de vez en cuando la historia da la razón al
“progresismo trasnochado”), los que no lo pasan bien deben afilar su
imaginación reivindicativa, de manera que deberíamos ponernos en serio a
pensar formas de protesta que no molesten, aunque sea a costa de que no
protesten de nada. Seguro que existe alguna. Ya puestos, habría que
pensar en manifas que no manifestaran ninguna cosa —alguien podría
sentirse acosado— o en consignas que nada consignaran. Mientras las
busco, me entretengo leyendo
Pequeñas experiencias de filosofía entre
amigos (Paidós), de
Roger-Pol Droit, un pensador amable y optimista
(aunque versado en
Schopenhauer) convencido desde siempre de que la
filosofía reside en los detalles, en los hechos de apariencia
insignificante. RPD nos propone en su último libro algunos juegos para
“recobrar el asombro”, esa disposición demasiado humana que provoca y
estimula el pensar filosófico y sólo ante la cual, como diría
Heidegger,
se abre el ser del ente. Uno de los juegos que el filósofo nos propone
es “hacer una guarrada”, es decir, establecer una nómina personal de las
cosas que nos parecen más cochinas (especialmente las relacionadas con
fluidos corporales) y atreverse luego a llevar alguna de ellas a la
práctica, para, de ese modo, “experimentar apego personal, intenso o
débil, a la frontera establecida en el interior de uno mismo”. Me
pregunto si los que desahucian o mandan hacerlo no estarán también
jugando a filósofos principiantes y aprendiendo a establecer los límites
de sus tragaderas a partir de esa forma de guarrada social que es el
desahucio, una modalidad de escrache ampliamente tolerada (aunque entre
los desahuciados haya también inocentes párvulos durmiendo). Ya ven,
todo puede servir para hacer filosofía. Hasta las mayores cochinadas.
Manuel Rodríguez Rivero, Por un escrache la mar de educado, Babelia. El País, 27/04/2013
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