A favor o en contra de les fronteres.



En Liberalismo, libro publicado en 1927, Von Mises escribe a favor (entre otras cosas) de la libre circulación del capital, de las empresas y, también, de las personas: “Los liberales defendemos que cada persona tiene el derecho a vivir donde quiera”. A él le parecería estupendo les empresas que se desplazan otros países, pero también defendería el derecho de cualquier ciudadano a instalarse donde le pareciera mejor.

Cuando él escribía, los emigrantes peligrosos eran los europeos, que querían trabajar en Estados Unidos y Australia, países en pleno crecimiento. Las políticas proteccionistas de estos dos Estados lo impedían, por miedo a que un exceso de mano de obra significara menos trabajos y sueldos más bajos, además de por un temor a que se diluyera la cultura anglosajona por culpa de un exceso de (el ejemplo es suyo) alemanes. Aunque Mises reconoce que estos temores pueden parecer razonables, en su opinión el proteccionismo significa menos competencia, menos productividad y, en consecuencia, menos riqueza para todos.

Unos cuantos estudios recientes sugieren que sí. En Doing Good Better, el filósofo William MacAskill (el del largoplacismo) cita un trabajo que sostiene que el PIB mundial crecería un 50% (o más) si todos los países abrieran sus fronteras.

No es tan extraño: el 85% de las diferencias en sueldo en el mundo se deben, sobre todo, a dónde vivamos. Por poner un ejemplo extremo: cuando un nigeriano se muda a Estados Unidos, sus ingresos crecen de media un 1.000%. La libertad de movimientos beneficiaría no solo a los emigrantes, sino también a los ciudadanos que se quedan en sus países, porque los emigrados envían parte de sus ganancias a sus familias. Además, estos emigrantes a menudo regresan a sus países, trayendo no solo ahorros, sino también conocimiento y experiencia.

Hay críticos que sostienen que todo este crecimiento global sería a costa de los países actualmente desarrollados. Sin embargo y según un estudio de la organización GiveWell, la inmigración o no afectaría o sería parcialmente beneficiosa para los países que la reciben. MacAskill cita otro trabajo más pesimista que sostiene que cuando el número de inmigrantes crece un 10%, la población del país que los recibe ve recortados sus ingresos un 1%, sin que el desempleo aumente (al fin y al cabo, los inmigrantes acceden a los trabajos que nosotros no queremos hacer).

Hay muchos motivos —incluyendo el hecho de que no todo el mundo está de acuerdo con los resultados de esos estudios—, pero hay dos que tienen especial peso:

a- Una medida así no sería nada popular a corto o incluso medio plazo. Hoy en día, si un partido se presenta a las elecciones prometiendo fronteras abiertas (o más abiertas) lo va a tener difícil para conseguir los votos de gran parte de la población.

b- Además estaríamos ante un escenario casi de dilema del prisionero, formulado por primera vez por los matemáticos Merrill Flood y Melvin Dresher en los años 50. 

Recordémoslo:

Dos hombres han sido acusados de un crimen. Ambos saben que si cierran la boca, saldrán libres en un año, ya que no hay pruebas suficientes. La policía los separa para interrogarlos y a cada uno de ellos les hace la misma propuesta. Si testifica contra su compañero, él quedará libre y a su cómplice le caerán tres años de cárcel. Si el que testifica es su compañero, será el otro quien se libre. Hay una trampa: si los dos inculpan a su compinche, ambos pasarán dos años en la cárcel.


El mejor resultado para ambos es callarse, pero por temor a que el otro les inculpe, es probable que acaben testificando. Es decir: abrir las fronteras es lo más beneficioso para todos los países, si todos los países lo hacen más o menos a la vez. Pero si solo lo hacen uno o dos, es posible que se encuentren con una carga difícil de soportar que además daría motivos de sospecha a quienes duden de estos estudios que citábamos.

Si hay ayudas que se pueden poner en marcha ya, incluyendo un incremento de la cooperación internacional. Por no hablar de una propuesta que probablemente provocaría un amago de infarto a Von Mises, pero que me parece muy interesante: Gillian Brock propone en Ethics in the Contemporary World un sistema de redistribución de la riqueza mediante un impuesto global, que (obviamente) no puede quedar en manos de Gobiernos y Estados corruptos.

El objetivo: que emigre quien quiera y no quien no tenga más remedio que hacerlo.

Jaime Rubio Hancock, ¿Deberíamos abrir todas las fronteras?, Filosofía inútil 01/03/2023

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