Podem protegir les nostres dades?



Hoy toca hablar de privacidad: ¿podemos proteger nuestros datos?

Al principio, el acuerdo entre las plataformas y usuarios parecía justo e incluso ventajoso: nosotros usábamos esas aplicaciones gratis y a cambio estas empresas vendían publicidad.

Pero en los últimos años este acuerdo ha pasado a verse como peligroso, debido a lo que Shoshana Zuboff, filósofa y profesora del Harvard Business School, llama “capitalismo de vigilancia”: las grandes tecnológicas, con Facebook y Google a la cabeza, recogen millones y millones de datos sobre nosotros con la esperanza de:

  1. Vender publicidad lo más personalizada posible: a ti te gustan estos zapatos porque los has visto antes en una tienda online.
  2. Predecir nuestra conducta: a gente como tú le gustan estos zapatos, por tanto a ti también, así que te los voy a enseñar.
  3. Y modificar nuestro comportamiento: si acierto con tu patrón de comportamiento, acabarás comprando estos zapatos.

Como escribe Jaron Lanier en Diez motivos para borrar tus redes sociales de inmediato, lo que antes se llamaba publicidad ahora debe entenderse como una modificación continua de nuestro comportamiento a escala titánica. Estamos participando continuamente en experimentos destinados a saber en qué enlaces pinchamos más y por qué (¿el botón es rojo o amarillo? ¿Mejor con más palabras o menos? ¿Y si ofrezco productos parecidos?).

No se trata de maldad, sino de avaricia: los grandes villanos de nuestra era no quieren controlar el clima, gobernar el mundo o provocar la Tercera Guerra Mundial, solo quieren vender zapatos.

Pero esto tiene riesgos más allá de que no tengamos sitio para meter más botas en casa. Basta recordar el caso de Cambridge Analytica, que en 2014 recogió sin permiso datos de 50 millones de usuarios de Facebook para usarlos en campañas electorales, incluida la de Donald Trump en 2016. Todavía se está discutiendo hasta qué punto las acciones de esta empresa influyeron en los resultados y si realmente lograron disuadir a votantes progresistas de acudir a las urnas en Estados clave, lo que era su principal objetivo. Pero el caso mostró las posibilidades más peligrosas en la segmentación de los mensajes y, sobre todo, la fragilidad de nuestra información personal en el contexto económico actual.

Dos de las empresas que recogen más datos de sus usuarios son Facebook y Google (a través no solo de sus servicios, sino del sistema operativo Android). Estas compañías obtienen sus ingresos principalmente de la venta de publicidad: ambas controlan más de la mitad del mercado publicitario online global, con competidores en crecimiento como TikTok.

Podemos consultar la información que muchos de estos servicios y redes sociales tienen de nosotros, a veces desde la propia web o aplicación:

  • En el menú My Activity (mi actividad) podemos ver qué sabe Google de nosotros: los vídeos de YouTube que hemos visto, desde qué dispositivos nos hemos conectado, el historial de ubicaciones… Desde aquí podemos decirle a la plataforma que deje de guardar esa información o que la borre. Hay que recordar que Google también tiene acceso a nuestro correo, si usamos Gmail, incluidos los mensajes que ya hemos eliminado.
  • Facebook registra no solo la información que le damos, como nombre, edad y fotos, sino también todos los mensajes que hemos enviado, los eventos a los que hemos asistido, en qué grupos estamos, desde dónde nos conectamos… No solo eso: la empresa registra lo que compartimos, e incluso lo que tecleamos y luego borramos sin llegar a publicar. Podemos acceder a esa información en Configuración > Tu información de Facebook > Administrar tu información.
  • La empresa, Meta, también tiene información de WhatsApp e Instagram, que son de su propiedad. En WhatsApp, podemos pedir esta información en Ajustes > Cuenta > Solicitar info de mi cuenta. Y en Instagram, en nuestro perfil, Tu actividad > Descargar tu información.
  • No se trata solo de aplicaciones y redes sociales: en casa metemos dispositivos como los asistentes de voz de Google, Amazon y Apple, que están en "escucha activa" y no solo cuando se activan con el comando de voz (de algún modo tienen que saber cuándo decimos “Alexa”).
  • O dispositivos como Fitbit, que registran las calorías que quemamos, nuestro ritmo cardíaco, la localización… Según su página web, esta información no se comparte con terceros. Pero se guarda.
  • En los iPhone también hay una aplicación de salud instalada por defecto que registra muchos de estos datos.
  • Nuestros robots aspiradora guardan un plano de nuestra casa en su memoria, gracias a los tropezones con muebles y paredes. Y las que tienen cámara, la usan.
  • Es posible que algunas empresas tengan algunos de nuestros datos biométricos si hemos cometido el error de usar como acceso nuestra huella digital o nuestro rostro.
  • Si en el móvil vamos a Ajustes > Privacidad, podemos ver también qué permisos tienen las aplicaciones que nos hemos instalado. Por ejemplo, si pincho en “cámara” puedo ver que tienen permiso apps como Instagram y WhatsApp y que no lo tienen la de mi banco o la de Renfe.
  • A todo esto hay que añadir otra forma de rastreo: las cookies de todas las páginas que visitamos. La mayoría de estas cookies recopilan información anónima, pero asociada a nuestro navegador o a nuestro perfil de Google (si navegamos con Chrome). Por eso nos persiguen los anuncios de esos zapatos que vimos hace dos días.Y la lista no acaba aquí, pero tampoco tenemos tanto espacio. En general, hemos de asumir que cualquier web, aplicación o dispositivo que usemos está recogiendo datos de nosotros. En cualquier caso han de pedirnos permiso y deberíamos poder acceder a esos datos y pedir su eliminación.

Y la lista no acaba aquí, pero tampoco tenemos tanto espacio. En general, hemos de asumir que cualquier web, aplicación o dispositivo que usemos está recogiendo datos de nosotros. En cualquier caso han de pedirnos permiso y deberíamos poder acceder a esos datos y pedir su eliminación.

Además, muchos de nuestros datos se compran y se venden. En su libro El enemigo conoce el sistema, Marta Peirano pone el ejemplo de las páginas de citas, que “se intercambian usuarios para rellenar huecos”. Y comprar esta información no es ni caro ni difícil: “En 2018, la artista catalana Joana Moll compró un millón de perfiles de un data broker llamado USDate para un proyecto llamado The Dating Brokers. An Autopsy of online love. Venían de bases de datos de las principales plataformas de contactos: Match, Tinder, Plenty of Fish y OK Cupid. Pagó 153 dólares por ellos”.

A menudo, los datos se venden anonimizados, desprovistos de toda información personal. Por ejemplo, para estudios de movilidad, que pueden ir desde cuánto nos desplazamos durante la pandemia o cuánta gente pasa por delante de una valla de publicidad.

Pero que estén anonimizados no significa que nuestra privacidad esté protegida: por ejemplo, Google “tiene la capacidad de asociar estos identificadores con la información personal de un usuario en concreto”, como escribe la abogada Paloma Llaneza en su libro Datanomics. Según un estudio publicado en Nature, “con 15 datos anonimizados se puede identificar a una persona con un 99,98 % de fiabilidad”.

Pensemos por ejemplo en los datos de geolocalización: con saber que cada mañana una persona deja una dirección para ir a otra y que por la tarde deja esa segunda dirección para pasar la noche en la primera, ya podemos saber dónde vive y trabaja. No hace falta mucho más para identificarla.

Pensemos, por ejemplo, en lo que puede hacer una dictadura con toda esta información.

O una democracia.

Hay dos escenarios distópicos que no están tan lejos:

  • Uno de ellos es el del crédito social chino, en el que no pagar las facturas, cometer algún delito o criticar al gobierno puede hacer perder puntos a los ciudadanos, lo que a su vez dificulta el acceso a viviendas, a trabajos o a salir del país.
  • El otro es la versión capitalista, que podemos ver con un ejemplo que ya existe y que la empresa que lo comercializa vende como un gran avance, a pesar de ser digno de Black Mirror: la aseguradora Generali ofrece un programa llamado Vitality, que consiste en registrar nuestra actividad física y nuestros hábitos, incluida la dieta, en una app, a cambio de regalos en tiendas.

  • Lo que puede acabar pasando es bastante previsible: que este programa se extienda y todas las aseguradoras lo intenten imponer. Por supuesto, no nos obligarán a llevar una pulsera que registre nuestra actividad, pero será más caro no llevarla o no cumplir con los objetivos que nos impongan de actividad física, calorías ingeridas u horas de sueño…Aquí hay tres cuestiones a tener en cuenta:

    1. Las empresas nos dirán que podemos quitar gran parte de esos permisos y pedirles que no registren nada. Y es cierto. Muchas veces caemos además en lo que Paloma Llaneza llama “la paradoja de la privacidad”: a pesar de que estamos muy preocupados por nuestros datos, no hacemos nada para protegerlos.

      Pero, de nuevo, el problema es que todo esto es innecesariamente costoso para nosotros. Incluso con el Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea, el proceso de proteger toda nuestra información es lento y farragoso, y a menudo depende de cada plataforma, de cada aplicación y de cada dispositivo que estemos usando. Esto no es excusa para no hacerlo, sino para reclamar más cambios mientras lo hacemos.

    2. Hemos de saber qué damos y a cambio de qué. Nuestra privacidad debería estar protegida por defecto y solo deberíamos cederla voluntariamente, sabiendo en cada momento qué obtenemos a cambio. Tengámoslo en cuenta a la hora de restringir el acceso a nuestros datos. Por seguir dos ejemplos anteriores:
    • No veo ninguna ventaja en que Google guarde un registro de los lugares en los que he estado. No necesito saber dónde cené el 23 de noviembre de 2022.
    • Pero sí me parece que tiene sentido (para mí, esto puede cambiar para cada persona) que Roomba tenga un plano de mi casa si así limpia mejor y más rápido, teniendo en cuenta que la aplicación de la aspiradora asegura que nunca venderá mis datos sin mi consentimiento explícito.
    • También es buena idea pensar en alternativas más respetuosas con nuestra privacidad. Por ejemplo, el buscador y navegador Duck Duck Go es mucho más cuidadoso con nuestros datos que Google. Pero es verdad que no siempre hay servicios alternativos para todo y además no siempre funcionan igual de bien.
    • Este artículo recoge algunas ideas más.



En cualquier caso, es probable que haya llegado el momento de plantearse una nueva relación con plataformas y aplicaciones. Como explica Zuboff en su libro, nada de todo esto es inevitable ni inmutable. Al contrario, si algo ha demostrado el capitalismo es su capacidad para adaptarse, evolucionar y encontrar siempre la forma de hacer dinero. La civilización occidental no se desmoronará si, por ejemplo, Google no tiene acceso a mi historial de búsquedas y este solo se almacena en mi ordenador, de forma privada.

Ya hay propuestas: Jaron Lanier sugiere que nos paguen por nuestros datos y James Williams propone que podamos elegir si queremos pagar con nuestra atención o con dinero, por ejemplo. En cualquier caso, siempre ha de haber límites legales claros para evitar abusos.

Pero mientras llegan los cambios a esta economía de la atención (suponiendo que lleguen), hemos cuidar nosotros nuestra privacidad, porque nadie más va a hacerlo.

Jaime Rubio Hancock, ¡Aquí no hay nada que ver! Así que podemos proteger nuestra privacidad, Cero notificaciones, 26/03/2023

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