Hume: sobre la relació causa-efecte.







Nada más comenzar su Tratado de la naturaleza humana, Hume distingue entre «impresiones» e «ideas». La diferencia entre ambas yace, dice Hume, en su grado de fuerza y liveliness (traducido al español comúnmente como «vivacidad»). Las impresiones (percepciones) tienen más viveza y proceden de los sentidos, mientras que las ideas (pensamientos) son copias de impresiones pasadas: «A toda impresión simple le corresponde una idea y a toda idea simple le corresponde una impresión».

En otras palabras, las ideas son copias de las impresiones. La ley de la copia es el núcleo del empirismo humeano porque sostiene que la fuente de las ideas son las impresiones y que, por tanto, no hay ideas innatas, sino que todos nuestros pensamientos derivan de los sentidos.

La división humeana de los fenómenos mentales en impresiones e ideas tiene importantes consecuencias para el realismo epistemológico, puesto que si todas nuestras ideas nacen de impresiones previas, queda en duda saber qué provoca nuestras impresiones (y en qué medida estas representan, fidedignamente o no, ese mundo exterior).

Es decir, si todos los pensamientos-ideas que tengo de mi gato derivan de mis percepciones, queda saber si hay un objeto externo real (mi gato) y si este es tal y como lo representan mis impresiones e ideas. Sin embargo, tal investigación excedería los límites del empirismo, ya que las impresiones no pueden trascender sus propios límites, por lo que Hume sentencia que debemos afirmar que las impresiones se forman «por causas desconocidas».

Siguiendo con la epistemología de Hume, las ideas que pueblan nuestro intelecto no pululan por nuestra mente sin ninguna conexión, sueltas, libres, como elementos aislados. Como es evidente, el conocimiento reside en la conexión entre las distintas ideas. De ahí que surja una pregunta crucial: ¿cómo se relacionan las ideas en la psicología de Hume?

En el Tratado, Hume describe tres tipos de asociaciones que se pueden dar entre las ideas: las relaciones de semejanza, las de contigüidad y las de causa-efecto. Como buen anatomista, Hume no entra a analizar los fundamentos de estas relaciones ni sus causas últimas, simplemente aspira a describir su funcionamiento. 



La más importante de las relaciones entre ideas es, para Hume, la relación de causa-efecto. Y es la más importante tanto por su larga tradición metafísica como por las dificultades teóricas que requiere afrontarla. Es, por tanto, la ley de asociación que más espacio ocupa en el Tratado y sobre la que Hume no dejará de volver en sus diversos escritos. De hecho, su crítica a la idea tradicional de causa es uno de los aspectos de la filosofía que Hume que más ha influido en los filósofos posteriores.

Es importante notar que Hume no estudia primero si existe o no la causalidad en nuestra mente, sino que descubre la causalidad en nuestras operaciones mentales y se propone mostrar cómo surge, cómo aparece.

En sus análisis, Hume nota que la causalidad aparece después de que dos impresiones aparezcan de forma contigua y sucesiva: le compro una nueva comida a mi gata y, por la noche, vomita. Al principio quizá podemos no relacionarlo, «habrá sido por otra cosa» pensamos despistados. Pero esa relación de contigüidad se alarga en el tiempo y entonces empezamos a sospechar que la comida de la gata es la causa del vómito, es decir, que una cosa es causa de la otra.

Pero ¿basta esto simplemente? ¿Basta la contigüidad repetida para hablar de la causalidad? Hume nota que no, que la causalidad no es solo esto, sino que es algo más: 

«¿Debemos entonces contentarnos con estas dos relaciones de contigüidad y sucesión, como si ofrecieran una idea completa de la causalidad? De ninguna manera. Un objeto puede ser contiguo y anterior a otro, sin ser considerado como su causa. Hay una conexión necesaria que hay que tener en cuenta; y esa relación es de mucha mayor importancia que cualquiera de las otras dos mencionadas».

Llegamos al meollo del asunto: la noción de necesidad. Cuando decimos que algo es la causa de otra cosa, en realidad queremos decir que, si se da la impresión A-causa se da necesariamente la impresión B-efecto, y no puede no darse. En la Investigación sobre el entendimiento humano, que es una divulgación del Tratado, Hume afirma: 

«Pero cuando una especie particular de acontecimiento ha estado siempre, en todos los casos, unida a otra, ya no tenemos ningún escrúpulo en predecir una sobre la aparición de la otra, y en emplear ese razonamiento, que es el único que puede asegurarnos de cualquier asunto de hecho o existencia. Entonces llamamos a un objeto Causa; al otro, Efecto. Suponemos que hay alguna conexión entre ellos; algún poder en el uno, por el que infaliblemente produce el otro, y opera con la mayor certeza y la más fuerte necesidad».

Ahora bien, ¿de dónde sale esta idea de necesidad? Es decir, si todas las ideas que tenemos en nuestra mente proceden de nuestros sentidos, ¿de dónde procede, se pregunta Hume, la idea de necesidad que sustenta nuestra noción de causa? ¿De qué impresión procede? A nada que examinemos, nos daremos cuenta de que la idea de necesidad no deriva de las cualidades (primarias) de los objetos, como es el caso de la extensión, por ejemplo. Nada hay en el objeto que nos permita decir que ese objeto está implicado en la necesidad de una cadena causal.

En fin, ¿cómo es que tenemos una idea, la de necesidad, que usamos en nuestro día a día —y que, de hecho, es una operación fundamental en nuestra mente— que no deriva de los sentidos? ¿O es que alguien ha visto algo así como la «causalidad»? ¿Podría ser? ¿Podría derivar esta idea de los sentidos?

Hume no lo cree, pues cree que del flujo de las impresiones solo se podría derivar —en todo caso— las conexiones de contigüidad y sucesión. Entonces, ¿de dónde procede la noción de necesidad que sustenta la idea de causa y que acompaña a las dos impresiones anteriores? «Puesto que no es del conocimiento o de cualquier razonamiento científico, que derivamos la opinión de la necesidad de una causa a cada nueva producción, esa opinión debe surgir necesariamente de la observación y la experiencia», escribe en el Tratado.

Así todo, Hume llega a la conclusión de que son la experiencia y la costumbre las que nos inducen a creer en la causalidad. Las que nos inducen de una forma u otra a extrapolar situaciones del pasado al futuro, es decir, a suponer que si siempre ha sido así la relación entre dos impresiones dadas (si siempre han ido una detrás de otra), entonces siempre será así. La necesidad no es ninguna impresión ni se deriva de ninguna de ellas, sino que es una costumbre psicológica, un deje mental propio de nuestra naturaleza humana.

Pero este ejercicio psicológico no está fundado en ningún argumento, escribe Hume, es decir, nada hay en el pasado que nos permita afirmar del futuro. De aquí la célebre sentencia: que el sol haya salido hasta ahora todos los días no nos aporta ninguna necesidad epistémica para afirmar que el sol saldrá también mañana.

Esto no quiere decir —al menos no en la filosofía humeana— que no podamos extraer ningún conocimiento del pasado y de la experiencia (¿dónde dejaría esto a la ciencia y a su empirismo?). Lo que Hume subraya es que el conocimiento es siempre probabilístico y nunca definitivo. A lo sumo, lo que podemos decir es que es muy probable —dado el alto número de casos que hemos contabilizado en nuestra experiencia— que el sol salga mañana. 

Javier Correa Román, ¿Y si mañana no saliera el sol? Hume y la idea de causa, filco.es 14/03/2023


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