El mite de la resiliència.







Por todas partes nos ofrecen cursos para desarrollar esa potencia que, al parecer, debemos contar entre nuestras cualidades congénitas: «sé resiliente» es el mantra de nuestro tiempo, potencia tu crecimiento socioemocional, aumenta tu aprendizaje afectivo y aprende a gestionar tus emociones, fomenta la autocompasión, enseña a tus alumnos educación emocional y, por supuesto, «sé empático», hazte uno con el dolor y el sufrimiento del otro.

Ahora bien, tras todo este medido aparataje, tan embaucador como melifluo, disfrazado de habilidades emocionales («el dolor es una oportunidad para crecer»), pseudofilosofía («encuentra lugar para tu sufrimiento, como sostenía Viktor Frankl») y coaching («el éxito es mantener una imagen de éxito» o «no hay nada imposible») se esconde toda una maquinaria manipuladora que no deja ver las causas de nuestros malestares contemporáneos: las prisas, la adicción a las pantallas, la perpetua dilación de las expectativas, la precariedad, la angustia por estar a la altura de las exigencias sociales de éxito y progreso y un larguísimo etcétera que queda sumergido bajo una máxima: «hay que adaptarse».

No cabe duda de que la capacidad de adaptación, la empatía y la resiliencia son cualidades valiosas en una vida funcional. Sin embargo, entregar nuestro bienestar al exclusivo desarrollo de estas estrategias, como si fueran a salvarnos de las fauces de los ritmos de nuestro tiempo (como si de nuevas religiones laicas se tratara), supone relegar nuestra capacidad para cuestionar las estructuras que permiten el surgimiento de emociones netamente depresivas o de conductas autolesivas e incluso suicidas. Los especialistas de salud mental se muestran tajantes en este asunto: no es necesario padecer ningún trastorno mental para pensar que la muerte es la única salida a nuestros problemas. Se dan suicidios y conductas autolesivas en personas perfectamente sanas en términos psicológicos. Esta es la auténtica tragedia de nuestra época: podemos vernos (y sentirnos) arrinconados estando perfectamente sanos. Y lo único que debemos hacer, nos dicen, es «gestionar nuestras emociones»: nada marcha mal ahí fuera, todo lo que está por arreglar pertenece a la esfera privada del sujeto. Es él quien debe arreglarse consigo mismo y con el mundo. 

No podemos permitir que nuestra única respuesta sea pasiva; es decir, esperar a que llegue el drama biográfico para poder actuar. Mientras este sea el patrón, el de apagar fuegos, esas cifras –que tan a menudo nos resultan ajenas e inabordables, cuando no indiferentes– de trastornos mentales y de conductas autolesivas y suicidas seguirán en preocupante aumento. En lugar de dejarnos aleccionar y seducir por estas técnicas disciplinarias emocionales, debemos emplear nuestras herramientas intelectuales e institucionales para poder poner freno a las causas de todas estas sintomatologías, que son profundamente sistémicas.

Hace falta más beligerancia social e individual para abordar problemas cuya envergadura sobrepasa la esfera de la mera gestión emocional de los sujetos. Más compromiso. Más libertad entendida como autonomía frente a las circunstancias. Mayor conciencia de los retos de nuestro tiempo. No necesitamos «viajes interiores» proporcionados por el mindfulness o el coaching emocional; cuando los problemas siguen ahí fuera, lo único que cambia es la manera en que afectan a los individuos. Sólo se modifica la forma en que el sufrimiento se manifiesta. Y en esto nos han hecho expertos: en resistir (aunque nos sintamos avasallados, sin fuerzas ni ánimo) las formas cambiantes del sufrimiento, que por novedosas nos resultan incluso atractivas. Y si no, siempre podremos acudir a nuestro coach de confianza en busca de un buen consejo para gestionar nuestras emociones… Ha llegado el momento de actuar y preguntarse: ¿qué –y a qué precio– debemos resistir?

Carlos Javier González Serrano, Contra la ideología emocional, ethic.es 07/02/2023

Comentaris

Entrades populars d'aquest blog

Percepció i selecció natural 2.

Gonçal, un cafè sisplau

Darwin i el seu descobriment de la teoria de l'evolució.