El brain-hacking.



El brain-hacking (hackear el cerebro) nació, en su versión primaria, con la aplicación de técnicas no-interventoras que pretendían, a través de la psicología conductista y el análisis de microexpresiones, permitir el estudio en profundidad de los pensamientos o emociones. Estas técnicas fueron ideadas para mejorar las funciones cognitivas en aras de optimizar el bienestar pero, como es costumbre en nuestra especie, su uso fue mutando hacia la ingeniería social, el adoctrinamiento, la obtención fraudulenta de información… En fin, cualquier faena que se le pase a uno por la cabeza para culminar intereses personales.

Hace ya tiempo que el hackeo mental evolucionó de la lenta intervención comunicativa a la tecnológica. La terapia electroconvulsiva, comúnmente llamada electrochoque, no es una técnica extrema sine qua non empleada para la lobotomización, como nos han mostrado infinidad de películas (pienso en Alguien voló sobre el nido del cuco… caviar de metraje). Su uso, desde la década de los treinta, cuando Ugo Cerletti percibió que las convulsiones epilépticas calmaban a los cerdos, ha ido readaptándose, mejorándose, haciéndose más humana. Aunque, por supuesto, salvajadas no hayan faltado.

Y, de intervenir a esquizofrénicos graves, la electricidad en el cerebro maduró hasta el brain-hacking por dispositivos, basado en el tDCS (estimulación transcraneal de corriente directa). Con él, en ambientes médicos seguros, pequeñas descargas controladas y bien focalizadas pueden ayudar al tratamiento de patologías reacias a los psicofármacos. De ahí, como de costumbre con la llegada de internet, algunos cretinos pusieron de moda, hace años, llevar a cabo estas actividades de forma casera, como si fuese tomar ibuprofeno, usando un sencillo dispositivo compuesto por varios electrodos, un par de cables, algunas almohadillas y una pequeña batería. Su objetivo era aumentar la inteligencia o la capacidad de aprendizaje. Seamos claros, por favor, la cultura del pragmatismo y la productividad nos está volviendo tarumbas…  

Y de ahí, a salto de mata, pasamos a algo más jugoso. El objeto de todo esto, que es la obtención de datos y el control. Un brain-hacking no destinado a intervenir el cerebro para generar reacciones cercadas a él, sino para extraer información sensible. Hasta ahora, más allá del uso tradicional de la manipulación conductual, una forma de obtener esta información eran las diademas de electroencefalografía. Estos aparatos, vendidos como prototípicos mandos a distancia de vía directa entre nuestros deseos y los dispositivos electrónicos, permiten usar un algoritmo para mapear las señales eléctricas, correlacionándolas, y convirtiéndolas en comandos. No hace falta decir que este monitoreo es una excavadora de datos que puede llegar a violar la privacidad como un ataque Zero-Day de los gordos.

La historia ha estado plagada de derivados del control. Lograr dirigir las acciones del contrario es algo muy lúbrico. Poderoso.  No por nada, rituales animistas y politeístas milenarios han asegurado ser canales de llamada para la posesión de vasijas humanas que hagan de anfitrionas a seres omnipotentes, de ahí los oráculos. Y la lista podría extenderse por toda religión y creencia, incluso monoteísta. Pero, llegado el siglo de las luces, la ilustración, luego Auguste Comte, el positivismo y, en fin, toda una concatenación de sacrificios y esfuerzos con el fin del progreso, finalmente la magia se convirtió en ciencia. De ahí, hasta nuestros días.

Hoy no hacen falta invocaciones metafísicas para controlar a las personas. El neuromarquetín es eficaz en esas lides desde hace años y los algoritmos de Google -dámelo todo, nene, sé que me estás leyendo- mueve los hilos del deseo con depuradísima elegancia y vociferante discreción. En tanto que sujetos conectados, que comparten su información gratuitamente y que descargan sus pensamientos con la misma frivolidad, la tarea de vigilancia solo requiere de una membrana eficaz, algoritmos en este caso, que ya tienen el suficiente nivel de desarrollo como para filtrar la paja del grano.

Realmente, ¿cuál es la mejor manera de dominar el cerebro de alguien? Fácil, hacérselo saber y que el sujeto siga abiertamente conforme con su manipulación. Logrando así lo que Peter La Anguila es para los bailes en YouTube, un triste pero colosal triunfo.

La tecnología móvil, más concretamente el smartphone, tiene mucho que ver con esto. Así lo explica en una entrevista el científico computacional Tristán Harris, quien asegura, mirando su móvil:  “Cada vez que reviso esto, estoy jugando a la tragaperras para ver ¿qué he pillado? Esta es una forma de secuestrar la mente de las personas y crear un hábito, para formar un hábito”. Y del secuestro, de la vigilancia más absoluta, deriva la posibilidad del control.

En conclusión, no son necesarias cirugías cerebrales, ni chips mentales para convertir a la raza humana en marionetas del poder tecnológico. Ya lo somos. Y puede que, efectivamente, tanto Synchron como Paradromics, Blackrock Neurotech o, incluso, Neuralink, sean el espectro positivo de este progreso digital que, con más voracidad cada día, nos devora ininterrumpidamente.

Galo Abrain, Elon Musk, Jeff Bezos y Bill Gates quieren entrar en tu cerebro, Retina marzo 2023

Comentaris

Entrades populars d'aquest blog

Percepció i selecció natural 2.

Gonçal, un cafè sisplau

"¡¡¡Tilonorrinco!!! ¡¡¡Espiditrompa!!!"