Esquerra reaccionària.



Algunos sectores de izquierdas consideran que el neoliberalismo es una ideología política y una forma económica que ha privilegiado el individualismo feroz y la atomización social. Desde esta perspectiva, durante las últimas décadas de racionalidad neoliberal se habría liquidado cualquier sentimiento de pertenencia a la comunidad. De resultas, un proyecto de izquierdas que se proponga hacer frente al neoliberalismo tendría que combatirlo, nos dicen, desde un repliegue sobre las costumbres comunitarias abandonadas, fortaleciendo las fronteras nacionales en vías de desaparición o privilegiando la forma familiar como estructurador social privilegiado. Es decir, un proyecto político que ponga en el centro la recuperación de un orden sustancial de valores supuestamente perdidos.

Más allá de las coartadas reaccionarias que se esconden tras estos planteamientos (a los que atendí en el libro Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario, Bellaterra, 2022), estos planteamientos omiten que esas formas “comunitarias” a las que se proponen “regresar” forman parte integrante de los mismos dispositivos de dominación neoliberales que tratan de combatir. El teórico Friedrich Hayek sostenía que la familia, la religión o la patria, conceptualizadas por parte de algunas izquierdas como formas comunitarias/patrióticas, son los elementos que forman parte del orden “natural” de una sociedad; y que el liberalismo consiste, justamente, en la exaltación de esos consensos espontáneos. Consideraba Hayek que aquello que podría erosionar estos consensos espontáneos no es la ideología neoliberal y sus narrativas individualistas, sino la democracia, razón por la cual ha de reducirse y limitarse a la mínima expresión, para que no interfiera sobre esas formas “naturales”. Es por ello que la apelación al “regreso” comunitarista de las izquierdas es imponente: comporta la afirmación del neoliberalismo y no su negación. Como analiza Wendy Brown, el neoliberalismo pivotó sobre la idea de individuo, familia y comunidad como manera de destruir lo social en tanto que horizonte político. Esta concepción de “individuo” lleva consigo, de manera implícita, toda una ideología y una particular visión del mundo.

El neoliberalismo “triunfa” no solo porque domina materialmente, sino porque ofrece un marco de sentido, cultural y de subjetivación. Hemos de asumir que el neoliberalismo también ha construido este mundo, con su racionalidad y sus prácticas. Y que tiene tanto una base material (precarización, desregulación, austeridad, etc.) como una forma cultural (experiencia de libertad, politización del deseo, etc.). El neoliberalismo es una forma de gobierno y no solo una racionalidad económica. Sería erróneo identificar el neoliberalismo sólo con un régimen económico basado en medidas macroeconómicas en forma de desregulación, competencia, austeridad y recortes. Michel Foucault explicaba que el neoliberalismo es la primera forma de dominación política que sitúa en el centro la experiencia inmediata de la libertad.

El famoso «no existe tal cosa como una sociedad» de M. Thatcher es, justamente, un rechazo del mito de las abstracciones y su sustitución por otro: el único nivel de autenticidad existente es el del individuo. Pero, al tiempo, como reconociera Stuart Hall, Thatcher “nos invita a pensar la política a través de imágenes”, apelando a fantasías colectivas, al imaginario social desde el que proyectar una comunidad imaginada. Es cierto que en nuestro presente diferentes formas políticas reaccionarias han logrado politizar las heridas invisibles del reconocimiento, sintonizar y engarzar con la experiencia social del riesgo, con las pérdidas de certidumbres materiales y las han politizado como amenaza de la identidad masculina, blanca y de clase media. Pero apelan a las heridas emocionales del reconocimiento, no se refieren directamente, en bruto, a los problemas sociales de la redistribución. No es lo mismo decir que “las nuevas extremas derechas señalan los problemas reales de la gente” que apuntar a cómo “las nuevas extremas derechas construyen una escena reaccionaria en la que politizar los problemas reales de la gente”.

Es curioso que parte de la izquierda vea en los discursos de las derechas reaccionarias una atención por los problemas de redistribución, cuando las principales narrativas discursivas giran en torno a ejes culturales, de identidad, seguridad e inmigración. Este es el punto donde las nuevas extremas derechas y los discursos “rojipardos” se solapan, dando como resultado una izquierda que se refleja en el espejo conservador, engendrando aquello que teme encontrarse o, lo que es lo mismo, deviniendo una izquierda reaccionaria: responden al racismo, al machismo y al nativismo de las extremas derechas en sus propios marcos de sentido.

La familia, la religión y la patria no son formas “naturales” a las que “regresar” ni elementos que destruir, sino el punto de partida de una batalla política para ensanchar los límites de lo posible, ampliar esa norma no escrita llamada ‘sentido común’, sus regímenes de sentido y percepción, apelando a los significados comunes sobre los que se constituye lo político; encontrando otros hilo desde los que tejer otras razones que transformen nuestros puntos de partida; restituyendo elementos ya existentes para disponerlos y desmontarlos en una nueva lógica. Y, entonces sí, penetrar en los dolores y malestares sociales que han sabido politizar las extremas derechas, pero sin aceptar sus marcos conceptuales reaccionarios.

Antonio Gómez Villar, La izquierda en el neoliberalismo, Catalunya Plural 07/03/"023

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