Els prejudicis i la política (Hannah Arendt).
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Veíamos que concebir lo político
como un reino de los medios cuyo fin y criterio hay que buscar fuera de él es
extraordinariamente antiguo y también extraordinariamente respetable. Pero en la actualidad más
reciente lo que se ha discutido de tal concepción es que, aunque
originariamente se basa en fenómenos lindantes con lo político o tangenciales a
ello (la violencia, necesaria a veces para protegerlo, y el cuidado por la
vida, que debe ser asegurada antes de que sea posible la libertad política), ahora
aparece en el centro de toda acción política y establece la violencia como
medio cuyo fin supremo debe ser el mantenimiento y la organización de la vida.
La crisis consiste en que el ámbito político amenaza aquello único que parecía
justificarlo. En esta situación la pregunta por el sentido de la política varía.
Hoy apenas si suena ya: ¿cuál es el sentido de la política? Pues está mucho más
próximo al sentir de los pueblos, que se consideran amenazados en todas partes
por la política, y donde precisamente los mejores se apartan conscientemente de
ella, preguntar a sí mismos y a los demás si tiene la política todavía algún sentido.
Estas preguntas se basan en las
opiniones que hemos esbozado brevemente concernientes a qué es realmente la
política. Dichas opiniones apenas han variado en el transcurso de muchos siglos. Lo que ha cambiado es
sólo que aquello que era contenido de juicios procedentes de determinadas
experiencias inmediatas y legítimas —el juicio y condena de lo político a partir
de la experiencia de los filósofos o los cristianos, así como la corrección de
tales juicios y la consiguiente justificación limitada de lo político— se ha
convertido desde hace ya mucho en prejuicio. Los prejuicios desempeñan siempre
en el espacio público-político fundadamente un gran papel. Se refieren a lo que
sin darnos cuenta compartimos todos y sobre lo que ya no juzgamos porque casi
ya no tenemos la ocasión de experimentarlo directamente. Todos estos
prejuicios, cuando son legítimos y no mera charlatanería, son juicios
pretéritos. Sin ellos ningún hombre puede vivir porque una vida desprovista de
prejuicios exigiría una atención sobrehumana, una constante disposición,
imposible de conseguir, a dejarse afectar en cada momento por toda la realidad,
como si cada día fuera el primero o el del Juicio Final. Por lo tanto,
prejuicio y tontería no son lo mismo. Precisamente porque los prejuicios siempre
tienen una legitimidad inherente sólo podemos atrevernos a manejarlos cuando ya
no cumplen su función, es decir, cuando ya no son apropiados para que quien
juzgue compruebe una parte de la realidad. Pero justo cuando los prejuicios entran
en abierto conflicto con la realidad empiezan a ser peligrosos y la gente, que
ya no se siente amparada por ellos al pensar, empieza a tramarlos y a
convertirlos en fundamento de esa especie de teorías perversas que comúnmente
llamamos ideologías o también cosmovisiones [Weltanschauungen]. Contra
estas figuraciones ideológicas de moda, surgidas de prejuicios, nunca ayuda
enfrentar la cosmovisión directamente opuesta sino sólo el intento de sustituir
los prejuicios por juicios. Para ello es imprescindible remitir los prejuicios
a los juicios contenidos en ellos y los juicios, a su vez, a las experiencias
que los originaron.
Los prejuicios, que en la crisis
actual se oponen a la comprensión teórica de lo que es propiamente la política,
conciernen a casi todas las categorías políticas en que estamos acostumbrados a
pensar, sobre todo a la categoría medios-fines, que entiende lo político según
un fin último extrínseco a lo político mismo; también a la presunción de que el
contenido de lo político es la violencia y, finalmente, al convencimiento de
que la dominación es el concepto central de la teoría política. Todos estos
juicios y prejuicios se originan en una desconfianza frente a la política en sí
misma no ilegítima. Pero en el actual prejuicio contra la política esta
antiquísima desconfianza se ha transformado. Tras él se halla, desde la
invención de la bomba atómica, el temor completamente justificado de que la
humanidad pueda liquidarse a causa de la política y los instrumentos de
violencia de que dispone. De este temor surge la esperanza de que la humanidad
será razonable y eliminará a la política antes que a sí misma. Dicha esperanza no
está menos justificada que tal temor. Pues la idea de que siempre y en todas
partes donde haya hombres hay política es ella misma un prejuicio, y el ideal
socialista de una condición humana final sin Estado, lo que en Marx significa sin política, no es de ninguna manera utópico; es
sólo escalofriante.
Es connatural a nuestro objeto,
el cual siempre tiene que ver con los muchos y con el mundo que surge entre
ellos, que al respecto nunca pueda ignorarse la opinión pública. Ahora bien, de
acuerdo con ésta, la pregunta por el sentido de la política se refiere
actualmente a la amenaza que la guerra y las armas atómicas representan para el
hombre.
(El
sentit de la política, 150-184)
Hannah
Arendt, Introducción a la política, en La
promesa de la política, Paidós, Barna 2008
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